Decía Jorge Luis Borges que “la muerte es una vida vivida y la vida es una muerte que viene”. El escritor argentino, uno de los autores más destacados de la literatura del siglo XX, probablemente no pensaba en Rudi Brunnenmeier cuando ideó su aforismo. Su sentencia, sin embargo, encaja como anillo al dedo a la trayectoria de este genial futbolista alemán que estuvo entre los más grandes durante la década de 1960 pero que acabó tirando su vida por la borda por culpa del alcohol.
Brunnenmeier fue un delantero que triunfó en el Munich 1860, el gran equipo de la ciudad antes de la eclosión del Bayern de Beckenbauer, Maier y Müller. Durante su carrera, sin embargo, nunca cumplió del todo las altas expectativas que había generado. Y no fue por falta de talento. Fue porque no pudo luchar contra su fatal destino, el que vislumbró cuando aun era muy joven y que le marcó durante toda su vida.
Rudi creía estar condenado a morir joven víctima del cáncer, como ya le había sucedido a su padre y a sus hermanos. Por eso decidió no malgastar ni un solo segundo, disfrutar al máximo del momento, convencido como estaba de que en cualquier momento iban a descubrirle un tumor letal. Y no andaba muy desencaminado. Esta enfermedad fue la que acabó con su vida… cuando tenía 62 años.
Por el camino había desperdiciado su deslumbrante juventud como futbolista y también su época madura, que estuvo marcada por los problemas económicos y con la justicia. Porque Rudolf Rudi Brunnenmeier bien pudo ser la ‘inspiración’ de George Best. Aunque su final fue un poco más triste. Despilfarró todo su dinero en mujeres, coches, bebida y juego, un divorcio le acabó de arruinar y pasó el resto de sus días viviendo con su madre y trabajando de lo que podía.
Era tan pobre y estaba tan solo que su antiguo club tuvo que hacerse cargo de los gastos del funeral, al que acudieron decenas de fans y ex compañeros de equipo. Todos recordaban aun su extraordinario talento, el que le llevó a marcar 139 goles en 207 partidos entre 1963 y 1968. El Múnich 1860 vivió su época más gloriosa con Rudi en el campo y cayó en desgracia cuando su estrella se marchitó.
“Todo hubiera sido muy diferente si su padre hubiera vivido más tiempo. Era la única persona a quien Rudi pertenecía”, explicaba Dieter Schneider, presidente del primer club en el que jugó Brunnenmeier, el Olching SC. “Su primer sueldo como jugador profesional, que ascendió a casi 450 marcos, se lo gastó en una NSU Quickly, una especie de bicicleta con motor. Poco después compró un Ford Deluxe y una bañera. Y no mucho más tarde se hizo con un Porsche”, añadía Schneider.
Brunnenmeier ya estaba jugando en el primer equipo de ‘los leones’ en 1960, con solo 19 años, justo cuando el club cumplía su centenario. En aquella época, la Bundesliga aun no se había creado y el fútbol profesional alemán se dividía en cinco campeonatos regionales. El Múnich 1860 competía en la Oberliga Sud junto con el Sttutgart, el Bayern, el Nuremberg o el Eintracht de Frankfurt, entre otros.
En este torneo, Rudi se hizo un nombre a base de marcar goles como churros. Hasta 73 firmó en solo 88 encuentros en tres años. En 1963, además, llevó a su equipo a ganar la Liga por primera vez en su historia. Con la vitola de campeón regional, el Múnich 1860 fue invitado a participar en la primera Bundesliga, que empezó el 23 de agosto de 1963 (la 2012/13 será su edición número 50).
Rudi Brunnenmeier se convirtió rápidamente en una de las superestrellas del campeonato, a la altura del mítico Uwe Seeler. De la mano del técnico austríaco Max Merkel y junto al gran portero yugoslavo Petar Radenkovic, firmaron tres campañas maravillosas. En 1964 se proclamaron campeones de la Copa, el curso siguiente fueron finalistas de la Recopa (perdieron ante el West Ham de Bobby Moore, Martin Peters y Geoff Hurst) y, en 1966, ganaron la primera y única Bundesliga de ‘los leones’.
“Brunnenmeier es una leyenda. Para mí fue el mejor delantero centro de Alemania. Él ha escrito la historia del 1860“, dijo el presidente del conjunto muniqués, Karl-Heinz Wildmoser, en 2003 durante el funeral de Rudi. Y todos los éxitos los consiguió pese a que su principal preocupación no era el fútbol, sino beber.
Pero su rendimiento no se veía afectado, al menos a simple vista. El delantero fue convocado por la selección de Alemania Federal con solo 23 años y, cuatro meses después, ya ejerció de capitán. Sin embargo, a lo largo de su carrera solo disputó un total de cinco partidos con la Mannschaft. Porque ni cuando tenía que defender los colores de su país podía controlar su adicción.
Un día, en septiembre de 1965, Rudi regresaba a su casa de madrugada tras una ‘noche loca’ por los locales de Munich cuando se encontró de golpe con un cartero que le traía un telegrama. El papel le comunicaba que había sido convocado de urgencia para disputar un amistoso con la selección B ante la Unión Soviética. El problema es que el choque era ese mismo día en Colonia.
Aun borracho, Brunnenmeier llegó como pudo al aeropuerto, tomó un avión y, a su llegada al hotel de concentración, se pasó toda la tarde durmiendo la ‘mona’. Se despertó poco antes del encuentro. Fue al campo, se vistió de corto y marcó dos goles. Tras el duelo ante los soviéticos, regresó rápidamente a su ciudad para celebrar su gran actuación con una nueva fiesta.
Su andadura en el Múnich 1860 acabó en 1968, tras bajar su rendimiento, y ahí empezó un viaje que le llevó al Neuchatel Xamax (68-72), al Zúrich (72-73), al Shwarz-Weiss Bregenz austríaco (73-77) y al Balzers de Liechtenstein (77-80), donde colgó definitivamente las botas. Luego ejerció brevemente de entrenador en el Garmisch-Partenkirchen y en el Wacker de Munich.
Con su retirada llegó el declive definitivo. Ejerció de gerente de una discoteca y del bar ‘Dolly’, donde él era su mejor cliente. Su mujer le pidió el divorcio y se quedó la mayoría de su dinero. Por eso se instaló junto a su madre en un pequeño apartamento de 35 metros cuadrados y empezó varios trabajos eventuales (gorila en locales nocturnos, obrero de la construcción, vendedor de pretzels,…) para llegar a fin de mes. Y siguió bebiendo.
En los años ochenta incluso tuvo problemas con la justicia por conducir ebrio y por un caso de falsificación por el que pasó seis meses en la cárcel. Cuando salió era casi un indigente, un ex futbolista destruido por el alcohol que aun seguía mendigando una copa por los bares, esperando que algún camarero le reconociera y le invitara a un trago a cambio de una batallita y una palmadita a la espalda. Hasta que el cáncer acabó definitivamente con su sufrimiento.
* David Ruiz Marull es periodista. En Twitter: @DavidRuizM
– Fotos: Abendzeitung-muenchen.de – Siegel.de – 11freunde.de – The Sun
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