Rosario Central estaba en los comienzos de su tercera temporada en la Primera B Nacional, la Segunda División argentina. Los Canallas, equipo tradicional de Primera, venían de perder un ascenso de manera increíble el año anterior y se habían encomendado al entrenador que más éxito había tenido en el club en los últimos quince años: Miguel Ángel Russo. Sin embargo, el arranque había sido pésimo y tras una nueva derrota en casa ante Douglas Haig de Pergamino, los rosarinos marchaban decimocuartos y todos daban como un hecho que Russo dejaría de ser el entrenador.
Pero el experimentado técnico hizo lo que pocos hacen en estos casos: se atrincheró a su cargo. La dirigencia venía con una sucesión de equívocos y no quería correr con el costo de un despido, además de que si bien la campaña era mala (cinco derrotas en once encuentros) Russo aún tenía un nombre de respeto al cual no era fácil despedir. El piloto aguantó la tormenta, enderezó la nave evitando que se estrellara y terminó la pasada temporada armando un muy buen equipo de fútbol –con una marca de 11 victorias al hilo– que sacó a los hinchas de La Academia (comparte mote con Racing Club) de la pesadilla en la que se encontraban.
El comienzo del nuevo desafío, estabilizar a Rosario Central en Primera División, no ha sido nada fácil. Por el contrario, una serie de malos resultados y derrotas dolorosas (con Colón o Tigre el conjunto perdió pese a contar con superioridad numérica buena parte del encuentro) volvían a poner el foco sobre el DT, en este fútbol de los entrenadores. Nuevamente, Russo se aferró a su cargo y se mantuvo pese a los chubascos. Tras sumar 7 puntos en las últimas nueve jornadas, ahora el futuro parece tomar otro color.
Pero especialmente esto es así porque la victoria de este domingo no fue una más, sino que se dio en clásico rosarino ante Newell’s, hoy por hoy, el mejor equipo de la Argentina. En otra ocasión explicamos que Rosario probablemente sea la ciudad más futbolera del mundo y como tal es donde se exacerba más lo bueno y lo malo del fútbol argentino.
En una fecha en la cual un entrenador agarró a golpes de puño a un plateista (Nelson Vivas en Quilmes-Rafaela), donde los jugadores de Godoy Cruz y Boca también terminaron generando un escándalo, el micro de Newell’s fue apedreado en su llegada al Gigante de Arroyito, la casa de Central, donde solo estaba permitido el público local. Triste imagen. Pero así como se dieron estos factores, dentro de la cancha se dio un juego riquísimo tácticamente hablando.
Si bien varios equipos habían logrado superar a Newell’s en este 2013 (tanto en la etapa de Martino como en la actual de Berti), ninguno había planteado de una forma tan correcta un esquema que minimizara tanto a los leprosos. Porque Boca en la serie de Libertadores había partido de la cautela y de la prudencia, replegando líneas hacia atrás, pero fue una reacción más que se apegó a las generales de los equipos que enfrentaron a Newell’s en este tiempo. Lo que planteó este domingo Russo fue totalmente diferente y expuso como pocas veces las carencias rojinegras. Además, con el triunfo por 2-1 extiende su invicto en clásicos a siete partidos.
Así como la esencia de Newell’s desde que llegó Martino fue la construcción de juego asociado a partir de la posesión, Central también parte de una idea de ataque y de juego asociado, aunque un poco más vertical y vertiginoso. De hecho, si ha pagado en este tiempo Russo fue por desprotegerse más de la cuenta y por malas coberturas a la hora de la transición defensiva, ahora, es innegable que la Academia siempre intentó (tanto en la B Nacional como en Primera) llegar con muchos hombres a las acciones de ataque.
Central, en este clásico, atascó a Newell’s. Pero no lo hizo replegando gente en exceso (de hecho, salió a la cancha con un solo volante de contención), sino que fue a atorar la salida lavolpiana de su rival, con algunas condiciones: dejó salir con pelota dominada al menos técnico de los zagueros (Víctor López, que ocupa esta temporada la posición que dejó libre Santiago Vergini, mucho más apto con la pelota en los pies), luego, prefirió que Diego Mateo –volante central que se incrusta para sacar la pelota limpia– pudiera dominar en los primeros tres cuartos antes de que recibieran Gabriel Heinze o Lucas Bernardi, con mayor capacidad individual. Hernán Encina, Carlos Luna y Antonio Medina realizaron un desgaste total y jamás la Lepra logró tener esa salida limpia.
Berti no dispuso ninguna variante táctica ante esto y Newell’s se fue ahogando en su laberinto. Mucha pelota larga, los laterales partían demasiado adelante y no tenían peso, y así solo en contadas ocasiones los rojinegros pudieron armar su juego tan típico. Si comienzan a replicar este esquema, Newell’s tendrá problemas; el ingreso de Hernán Villalba parece ser una solución para aportar mayor claridad en ese primer pase.
Por supuesto, más allá de ese entramado táctico, Central gozó de la suerte (en el segundo gol en especial y en la que marra minutos antes Muñoz) y también de la efectividad: sus dos primeras llegadas fueron goles; Maxi Rodríguez –probablemente el mejor jugador en ataque del fútbol argentino hoy por hoy– había puesto el empate transitorio.
Pese a que diez años atrás contaba en una entrevista en El Gráfico que no se permitía llorar, se lo vio muy emocionado tras el juego, al borde las lágrimas –igual que el día del ascenso en Jujuy–. Es que ganar un clásico es muchísimo en Rosario y más para un tipo como Russo, que ya se siente parte de la familia canalla. En sus tres pasos anteriores dejó momentos para el recuerdo, a saber: el 23 de noviembre de 1997 dirigió al equipo de Central que venció 4-0 a Newell’s y que es recordado por el abandono de su rival (los leprosos tenían cuatro jugadores menos y ya sin cambios un jugador adujo una lesión y el clásico se terminó antes de tiempo); luego, en su segundo período, arrancó con problemas de promedio y de descenso pero apostó fuerte y armó un equipazo para el recuerdo con tres número ’10’ (Vitamina Sánchez, Mariano Messera y Equi González) y César Delgado y Luciano Figueroa en ataque, Central se salvó y terminó haciendo una muy buena campaña. Por último, en el 2009 nuevamente el descenso llamaba a la puerta de los canallas, Miguel Ángel asumió por un puñado de partidos, llevó al equipo a la promoción y en la reválida logró la permanencia. Ya sin el entrenador, caería en la misma instancia Central a la Primera B Nacional en un juego ante All Boys.
En verdad, Russo es una suerte de simbiosis. Así como no reniega de su pasado en Estudiantes y de la escuela de Zubeldía-Bilardo-Manera, sus equipos tienen mucho de una cierta impronta menottiana. En lo bueno y en lo no tan bueno. A lo largo de su carrera como técnico, que ya tiene más de veinte años (arrancó muy joven, con 33 años), Russo logró armar grandes equipos que fueron campeones (Lanús en el ascenso, Estudiantes también en la B Nacional con Verón como figura, Vélez ya en primera y Boca en la Copa Libertadores 2007 con Cata Díaz, Banega, Riquelme, Palacio y Palermo) y otros que no lo fueron pero que también dejaron un sello (U de Chile 1996, Rosario Central 2003, San Lorenzo en el 2008 –pierde un triangular final– y el Racing de los colombianos en 2010-2011 con Giovanni Moreno y Teófilo Gutiérrez, aunque no llegaron a coincidir en cancha). En todos estos casos, la pulcritud en el manejo de la pelota y la idea ofensiva estaban fuera de discusión.
Sin embargo, cuando a comienzos de 2011 parecía un técnico que apuntaba a la selección, todo comenzó a darse vuelta. Ese equipo de Racing sufrió la grave lesión de Gio y no pudo realizarse esa sociedad que todos esperaban con Teo; la Academia de Avellaneda fue muy irregular y de ilusionar terminó sumando diez derrotas en diecinueve juegos. El equipo era vistoso pero daba ventajas, la dirigencia no le renovó el contrato al técnico (pese a que un año atrás lo había salvado del descenso) y llegó Estudiantes como nuevo desafío; allí su paso fue decididamente malo y fugaz (ocho derrotas en catorce encuentros).
Es por eso por lo que algunos con ese comienzo pobre y dubitativo de Central en la B especulaban con que Russo se fuera e incluso afirmaban que sería su retiro como entrenador. Él, su cuerpo técnico y muy pocos más confiaban en que sería capaz de dar vuelta la hoja. “Trabajo en un club que quiero, que conozco, y en una ciudad que me gusta. En Rosario respiramos fútbol, pero a veces pasamos del folclore a la histeria y ahí me corro. El primero que sabía que el comienzo sería duro era yo, aunque también sabía que tenía armas para salir adelante”, afirmaba a comienzos del 2013. Quien popularizó dos latiguillos como “son decisiones” y “son momentos”, hoy disfruta de este presente que logró edificar a base de trabajo y constancia. Son convicciones.
* Diego Huerta es periodista y editor del sitio web «Cultura Redonda».
– Foto: Marcelo Manera (La Nación) – Télam
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