"El modelo de juego es tan fuerte como el más débil de sus eslabones". Fran Cervera
El pasado 10 de julio, la antorcha olímpica llegó al Palacio de Windsor. El espíritu, el alma de los Juegos, se detuvo en su ruta de casi 13.000 kilómetros ante su Majestad la Reina Isabel II. Ese día, inició el trayecto de la llama de Olimpia un auténtico mito viviente, Roger Bannister, primer atleta de la historia en recorrer la milla en menos de cuatro minutos. Con 83 años, este hombre de cabellos plateados y aspecto bonachón, que abandonó el tartán por la neurología, agarra la antorcha con sumo cuidado, embargado por la emoción, mientras el fuego de los dioses se refleja en sus ojos. En ese preciso instante, por la mente de este caballero desgarbado de 187 centímetros de estatura se proyectan imágenes pretéritas de lucha y superación, tanto física como psicológica. Negativo a negativo, píxel a píxel, fotograma a fotograma, rememora la gran hazaña de su vida deportiva que aconteció en ese mismo lugar donde porta la antorcha, el Iffley Road Stadium de Oxford.
Roger Bannister nació en Harrow, área suburbana de Londres, en 1929, en pleno auge de la Gran Depresión norteamericana que afectaría a Europa unos años después. Criado en un hogar con muchas dificultades económicas, se le inculcó un respeto por la educación y el estudio que nunca abandonaría. Era un niño inquieto que en vez de andar prefería correr. Era una forma de eliminar toda esa energía acumulada y que le permitía cubrir el trayecto desde su casa, en una colina, al colegio, en la cima de una pequeña montaña, en un tiempo cada vez menor. Bannister era aficionado a los deportes, sobre todo al rugby, pero su forma de ser impaciente e individualista en cierto modo le hizo decantarse por el atletismo. La medicina era la otra pasión del joven Bannister, que desde muy pequeño tuvo claro que el objetivo de su vida era ser doctor.
En 1945, mientras el mundo de recuperaba de la infame Segunda Guerra Mundial, donde grandes y prometedores deportistas habían perdido la vida, el padre de Roger le llevó a ver una competición de atletismo donde participaba uno de sus ídolos, el británico Sydney Wooderson. Por aquella época era Suecia la gran potencia atlética. No habían estado involucrados en la guerra y no vieron cortada su progresión ni entrenamiento por el conflicto bélico. Sus jóvenes fondistas pulverizaban todos los registros y eran prácticamente invencibles en los 1.500, 3.000, 5.000 metros y por supuesto en la Milla. Gunder Hägg y Arne Andersson se repartían los récords y eran los enemigos a batir. La batalla entre los nórdicos, con mucha mejor planta, poderío físico y elegancia y Wooderson, un pequeño David que mostraba todo su coraje y pundonor aunque nada tenía que hacer ante la superioridad escandinava, inculcó a Bannister el espíritu de superación y la belleza de la competición, con el público jaleando a los atletas. Ese día se dio cuenta que quería dejar de correr por placer para hacerlo por títulos, por los récords y el reconocimiento. En ese momento supo que quería ir a Oxford, una de las mejores universidades del país, estudiar medicina y empezar a competir.
En la universidad ingresó en el equipo de atletismo. Adquirió el status de tercer corredor, pero en la primera competición de la milla a nivel local quedó por delante de todos sus compañeros, aunque con un tiempo modesto: 4 minutos y 30 segundos. Su nombre comenzó a adquirir cierta relevancia y captó la atención de la prensa y la opinión pública ante los inminentes Juegos Olímpicos de 1948 en los que Londres era la anfitriona.
Bannister renunció a la cita olímpica, alegando que tenía que entrenar más y centrarse en sus estudios de medicina. Su decisión no fue bien recibida y las críticas fueron implacables. Con solo 19 años empezaba a tener la relevancia de una figura pública.
A pesar de todo, Bannister tendría su protagonismo en los Juegos de Londres, a los que acudiría como asistente del equipo británico. Durante la ceremonia inaugural, los equipos de los diferentes países iban desfilando tras sus banderas por la pista olímpica cuando el equipo británico se dió cuenta de que no tenían la Union Jack. Bannister salió corriendo hacia el coche de uno de los miembros del staff británico y rompió el cristal de la ventana para sacar una pequeña bandera con la que el equipo, por fin, podría desfilar. La policía intentó arrestarlo por los destrozos. Fue la contribución de Bannister a los Juegos Olímpicos de Londres.
Roger decidió que su objetivo sería Helsinki’52. La crítica le había dado un respiro y confiaba en que su joven atleta conseguiría la medalla de oro en los 1.500 metros. Bannister entrenó duro y compaginaba las series atléticas con sus estudios. Sus entrenamientos no eran tan intensos como otros atletas que se dedicaban enteramente a su disciplina deportiva. A pesar de ello, era el gran favorito para la victoria final, algo de dominio público. Justo antes de comenzar los Juegos, los organizadores añadieron tres pruebas de clasificación extra, lo que implicaba correr tres días consecutivos antes de la final. El inglés estaba acostumbrado a descansar entre eliminatorias y eso le descolocó por completo. Bannister aún afirma que esa decisión fue premeditada para que no consiguiera la medalla de oro, como así sucedió. Quedó en cuarta posición, un fracaso absoluto y otro aluvión de críticas para el atleta y la delegación británica, que no consiguió ninguna presea durante toda la competición.
Si hubiera ganado la medalla, Bannister se hubiera retirado. Tras el durísimo revés, decidió seguir compitiendo hasta 1954, año en el que acabaría la carrera de medicina y se dedicaría en cuerpo y alma a su labor científica y académica. Su nuevo objetivo era el récord de la milla, en poder del sueco Gunder Hägg desde el mismo día que Roger presenciara la carrera con su padre en 1945. Bannister trabajaba a horario completo por aquel entonces en el Hospital St. Mary, el mismo en el que Fleming descubrió la penicilina, y corría cuarenta y cinco minutos diarios al salir de trabajar. Poco a poco sus marcas mejoraban y la confianza de conseguir su objetivo era máxima.
La barrera de los cuatro minutos en la milla tenía un vestigio de maldición metafórica. La lucha del cuerpo contra la mente. Varios años atrás, numerosos expertos de la época afirmaban que era humanamente imposible bajar de esa marca y que si se hiciera, el cuerpo no soportaría tal esfuerzo y el corazón podría estalltar. Los resultados hasta el momento les daban la razón. Por eso cuando Bannister afirmó que acometería tal gesta, nadie creyó que lograse su cometido.
Los expertos afirmaban que para conseguir el record el día tendría que ser soleado, sin ninguna nube, con al menos veinte grados de temperatura y rodeado de una multitud que animara incansablemente al atleta a que consiguiera su propósito. El 6 de Mayo de 1954 el día era frío y húmedo, con un incesante viento y solamente había 3.000 personas en la pista de Iffley Road.
Bannister utilizó de liebres a sus amigos Brasher y Chataway. Los dos debían tirar fuerte para Roger durante dos vueltas, pero Brasher, que era fondista y no mediofondista comenzó a aminorar la marcha a los 700 metros. Chataway entró en escena y relevó a su compañero, guiando a Bannister desde ese momento. Faltando doscientos metros, Bannister salió decidido a por el récord, cubriendo la distancia en 3 minutos, 59 segundos y 4 décimas.
En el momento de su llegada, nadie, ni él mismo, sabían la marca exacta, por lo que hubo que esperar a que la megafonía lo anunciara. No necesitó el speaker decir el tiempo total de Bannister ya que cuando pronunció la palabra “tres”, el público estalló en un júbilo ensordecedor. Daba igual las cifras que vinieran detrás, se había roto la barrera de los cuatro minutos y Roger Bannister se había convertido en una leyenda del atletismo.
Poco le duró la alegría a Bannister, que vio como en menos de dos meses el australiano John Landy batía su récord por un segundo. Comenzaría aquí un duelo entre los dos que tendría su punto culminante el 7 de Agosto de 1954 en los Juegos de la Commonwealth disputados en Vancouver. El enfrentamiento entre estos dos colosos sería bautizado como “The Miracle Mile”. Ese día de verano, ambos atletas bajarían de los cuatro minutos, siendo Bannister el vencedor por ocho décimas. Esta llegada tan apretada sería inmortalizada en una foto y posteriormente en una estatua de bronce a la entrada del Empire Stadium de Vancouver, donde tuvo lugar la gesta.
El broche a su carrera lo pondría en los Europeos de Berna ese mismo año, alzándose con la medalla de oro en los 1.500 metros. Con ese triunfo se retiró de las pistas para centrarse en su carrera como neurólogo. Tenía 25 años. La relevancia de Bannister en el deporte seguía siendo notable y fue el primero en ser elegido “Deportista del año” por la prestigiosa revista Sports Illustrated, poniendo epílogo final a su carrera deportiva con la publicación de su autobiografía Four Minute Mile.
Desde ese momento se dedicó en cuerpo y alma a su gran pasión, la medicina, siendo un reputado neurólogo. Bannister fue director del National Hospital for Nervous Diseases de Londres y fue nombrado caballero por la Reina Isabel II.
Roger Bannister pasará a la historia por haber conseguido una marca inigualable y haber roto una de las barreras psicológicas del atletismo. El mismo año que batió el record, treinta y siete atletas bajaron de los cuatro minutos y al año siguiente, más de trescientos lo consiguieron.
Ya lo decía el propio Roger, muy aficionado a los chascarrillos: “Cada mañana, en África, una gacela se despierta y sabe que deberá correr más rápido que el león, o éste la matará. Cada mañana en África, un león se despierta y sabe que deberá correr más rápido que la gacela, o morirá de hambre. Cada mañana, cuando sale el sol, y no importa si eres un león o una gacela, mejor será que te pongas a correr”.
* Sergio Pinto es periodista. En Twitter: @dikembe
– Fotos: TopFoto.co.uk – Reuters
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