Hay deportes que se asoman a nuestro salón cada cuatro años con motivo de la celebración de los Juegos Olímpicos. Además, como nos caracteriza, tras media hora sentados frente al televisor somos ya unos expertos y exigimos a deportistas a los que hemos ignorado durante cuatro años que menos que la medalla de oro.
Uno de esos deportes es el waterpolo. Nuestro país ha tenido la fortuna de contar con una selección de ensueño, aspirante y campeona de todo, que nos hizo llorar dos veces, una con amargas lágrimas plateadas en Barcelona y otra de alegría dorada en Atlanta. Esta selección poseía dos líderes carismáticos: Manel Estiarte, el Maradona del agua, y Jesús Rollan, el guardameta mas alegre del deporte español.
Jesús Rollan, el portero del gorro rojo que acompañaba sus estupendas paradas con gritos que alentaban a los compañeros como asustaban a los adversarios, era un tipo simpático y dicharachero que lo mismo se proclamaba campeón del mundo que aparecía en un programa de televisión ‘cantando’ que presentaba a la Infanta Cristina a su futuro marido. Dicen los que le conocieron que era muy generoso, tanto, que donó su medalla de oro por una causa benéfica y eso, siendo un gesto que llega, a los que tenemos algún familiar con discapacidad nos llega mucho más.
Lo logró todo, con la selección y con los clubes, y jugó en la entonces meca del waterpolo, Italia, completando un palmarés deportivo maravilloso y consiguió, sin saberlo, que a los niños, cuando imitábamos a estos campeones jugando en la piscina, no nos importara colocarnos en la portería.
Las lesiones le castigaron una y otra vez y, cuando sus amigos y compañeros pensaban que no se recuperaría, volvió, y lo hizo a lo grande, a su quinta participación en unos Juegos Olímpicos.
Una mañana de invierno nos desayunamos con su muerte, una conmoción para el deporte español. La única parada que no pudo realizar, el peor gol que encajó, la adaptación a la vida ‘civil’. Ese fue el momento en el que debería haber sido más egoísta con él mismo. Se había jubilado a los 37 años y, como pasa con muchos deportistas, cuando les apagan los focos no volvemos a saber de ellos; no se encontraba, la situación familiar no era la más óptima y se nos marchó. Él, que lloró inconsolablemente por la derrota en la final de Barcelona y repartió besos a sus compañeros tras el oro olímpico en Atlanta, hizo que las lágrimas de otros llenaran piscinas por su desaparición. El deportista más alegre nos dejó muy tristes, tanto que hasta las autoridades deportivas se plantearon trabajar en la transición de deportista de élite a ‘ciudadano normal’.
Aún hoy, cada vez que veo un partido un partido de waterpolo no puedo evitar acordarme de Jesús Rollan, un grande de verdad del deporte español.
* Carlos Saiz. En Twitter: @CarlosSaizD
– Fotos: EFE – José Aymá (El Mundo) – RFEN
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