Reos de una idea

por el 22 febrero, 2013 • 11:50

Hay algo de remoto en el resultado de San Siro, de aquel Barça fallón de hace varios años que podía empantanarse en casi cualquier estadio perdiendo 3-0 para, tres días después, tirar de buen fútbol y acabar goleando al siguiente rival. A ese Barça disoluto se pareció el de Roura en Milán. Aquellos años locos acabaron cuando el equipo se reconoció a sí mismo y apostó por una idea que en realidad siempre estuvo ahí.

Si algo ha hecho grande a este conjunto es su estilo innegociable, jugar de la misma manera sea cual sea el rival y, aun así, salir victorioso en el 90 % de las ocasiones. Ha sido el Barça quien en los últimos años ha obligado al resto de rivales a adoptar violentas posturas para recibirle, de la misma forma en la que el plástico se retuerce cuando está cerca del fuego. Equipos que alteraban su naturaleza a fin de salir lo menos perjudicados posible del fútbol blaugrana.

Contar con un único y definitivo plan fue el santo y seña de este conjunto durante las temporadas de Rijkaard y las primeras de Guardiola. Más tarde, ese plan se fue prestando a ligeras variaciones y evolucionó a medida que los contrarios aprendían a interpretarlo. Se trataba, en cualquier caso, de ajustes, arreglos en la melodía principal, pues la idea permanecía -y permanece- imperturbable. De jugar al poker, el Barça lo haría con las cartas giradas pero siempre con la mejor mano, sin servirse de señuelos o faroles.

Ocurre que hay un determinado tipo de planteamiento para el que los cambios implementados hasta ahora no son suficientes, aquel, como el del Milan, en el que el rival se atrinchera e invita al Barça a jugar por el centro (este es un resumen burdo, pues hay muchas formas de atrincherarse y de invitar a jugar por dentro). No existe por parte de los azulgrana una réplica con garantías a ese argumento, precisamente porque dicho argumento se beneficia del credo culé: posesiones eternas y vocación ofensiva. Para sorprender al rival que usa esa táctica, el Barcelona tendría que, prácticamente, revisar su identidad y, claro, eso no va a suceder. Por eso se estampa con frecuencia contra el frontón, como dejó escrito Jesús Garrido en su crónica de El Mundo.

El Barça es, ante todo, un equipo previsible, reo de una filosofía inalterable. Fue Rijkaard el que perfeccionó esas pocas ganas de variar el once, pues si bien Cruyff también fiaba todo a la idea, era más intervencionista y procuraba cambiar algunas cosas en según qué partidos, sobre todo cuando visitaba temeroso el Bernabéu.

Todo el mundo sabe de qué va el F. C. Barcelona. Tanto que Mourinho, torero en la rueda de prensa previa al Barça-Chelsea de 2005, recitó de carrerilla el once que dispondría el técnico holandés al día siguiente. Y así fue. Unos octavos de final de Champions League y al rival no le cabe ninguna duda de cómo vas a salir. Esto ocurre porque el Barça vuelca su fútbol en el mismo viejo molde cada tres días desde hace años.

Para evitar tanta certeza, Guardiola procuró sacarse de la manga sorpresas de última hora que muchas veces salieron bien y otras pocas no tanto. Tito le dio otra vuelta al asunto alumbrando a un equipo más vertical, intrépido y goleador a cambio de cierta laxitud defensiva. Parecía la respuesta lógica al dique que, como acto reflejo, le levantaban los equipos: una invitación a que el rival ataque para poder golearle con más furia. En San Siro, sin embargo, no se vio ni al Barça ortodoxo de Pep -que, aunque no siempre lograba sortear el muro, asediaba de lo lindo-, ni al febril de Vilanova, sino a un híbrido extraño.

Permanecer fiel a una filosofía (por mucho que en sus inicios fuese contracultural e innovadora) contra viento y marea cuando sabes que los rivales han aprendido a replicarla es un suicidio, véase por ejemplo lo que le ocurre al Arsenal de Wenger. Pero el Barcelona, en ese sentido, se estaba comportando bien. Primero con la renuncia de Guardiola cuando supo que no podía sacarle más jugo al equipo y luego con la actitud de Vilanova, que, lejos de aceptar sin más la herencia, innovó con muy buenos resultados.
El 2-0, que no la derrota, se debe a una serie de catastróficas desdichas, como cuando se cae un avión, que no pueden servir para ocultar lo mal que estuvieron ellos y lo acertadísimo que estuvo el Milan. Pero no ocurrió tanto por las costuras que le asoman al Barça en este tipo de partidos como por que no aplicase su libreto de manera correcta. No se aplicó libreto alguno, de hecho.

Es cierto que no hace falta mucho -al menos, no hace falta tanto como antes- para atosigar a los culés. Se impone, por tanto, adaptarse a un entorno cada vez más hostil sin renunciar a lo que son porque cuando se tiene el estilo asumido nunca se termina de perder el norte. El estilo, la idea, es el campo base al que se vuelve pero solo para tomar impulso. Aun así, con el tiempo, el modelo dará muestras inequívocas de agotamiento y tocará dar un volantazo más o menos brusco para reinventarse. Podrán entonces permitirse abandonar la senda habitual para volver, con energías renovadas, a los viejos lugares de siempre.

* Jorge Martínez es periodista.


– Foto: Luca Bruno (AP)




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