"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
Esta es una verídica y reveladora anécdota sobre el Fútbol Club Barcelona y su memoria histórica, seguramente extensible a otros lares e instituciones: justo ahora, cuando hace cuatro días algunos historiadores locales acababan de fijar en 369 goles la cifra récord obtenida por Paulino Alcántara, resulta que un aficionado checo –sí, checo– , rata de hemerotecas, sigue sumando tantos a la lista, encontrándolos en partidos hasta hoy desconocidos, novedad que anda a punto de generar una hecatombe entre las filas locales de los buenos aficionados a la preservación del pretérito. Un checo culé metiendo las narices entre los goles del gran Paulino, después de todo lo que ha llovido y el agua que ha discurrido bajo el puente del fútbol… De locos, si no anduviera el Barça de por medio y no existiera aún la necesidad de reclamar la redacción de una historia blaugrana escrita conforme a realidad, no distorsionada por leyendas y transmisiones orales o, peor todavía, desvirtuada por la visión arbitraria e interesada realizada desde zonas fácticas de Madrid. La carencia de fidelidad y fiabilidad histórica, esta eterna asignatura pendiente, es extensible a todo el territorio español, donde el fútbol en pasado es habitante del olvido, donde cientos y cientos de figuras y entregados especialistas también esperan aún reivindicación, a cada cual lo suyo, sin que exista voluntad clara de hacerlo. Ya hemos escrito otras veces que ni siquiera ha llegado la transición democrática, ni existe intención de revisar lo vivido en anteriores décadas para ajustarlo a realidad. En fin, dejémoslo de nuevo, démoslo por imposible.
Estamos en que Leo Messi se encuentra a tan solo dos goles de igualar al máximo goleador histórico de la entidad, un filipino nacido en Ilo Ilo, hombre de ley y orden que se erigió por talento propio en primer reclamo mediático del futbol en Catalunya mientras Europa se desangraba en la Gran Guerra y la burguesía local se enriquecía con el abastecimiento de ambos bandos a pesar de su teórica neutralidad.
Alcántara fue el primer futbolista capaz de chutar en carrera, sin necesidad de detener el esférico, con un trallazo de dimensiones nunca vistas antes en su territorio de recitales. Sportsman totalmente amateur, siempre priorizó los estudios de Medicina por delante del juego, decisión que le llevó a perderse una medalla de plata en Amberes’20, cuando la furia logró su primer y único éxito internacional en décadas. Ahora, por fin, el curioso puede encontrar en las librerías la primera biografía sobre el personaje, un foco de luz delicioso sobre el crack y su época escrito por Ángel Iturriaga y David Valero en catalán para Ediciones Saldonar. En confianza, pese a la gran calidad de la obra, no ha existido de momento oferta para trasladarlo al castellano, muestra inequívoca de la precariedad en que habita la memoria histórica del fútbol en esta piel de toro. En cualquier otro país resultaría imposible que la primera recreación de su fantástica vida deportiva hubiera tardado tantísimo, un siglo en llegar. Aquí, en completa antítesis, aún resulta imprescindible luchar para situar los parámetros históricos y reivindicar las glorias de aquellos tiempos que tanto contribuyeron a forjarnos tal y como somos hoy. Para empezar a marcar el alto a los prejuicios de las nuevas generaciones de aficionados, en aquellos días no se podían poner barreras entre los partidos oficiales y amistosos; tan importantes, o casi, eran los unos como los otros. De oficiales, se jugaba la exigua liga del campeonato de Catalunya –o de los torneos territoriales, según cada región de procedencia–, algunas eliminatorias contadas del campeonato de España –la Copa– y se acabó lo que se daba, a todo estirar unos veinte encuentros por temporada. Para redondear la oferta ante tanta demanda del personal, particularidad muy propia del Barça, Joan Gamper y otros directivos con contactos internacionales se encargaron de importar a la crème de la crème europea de cada momento, siempre bajo deseo de comparar musculatura futbolística, conseguir una gran recaudación en taquilla y contribuir al engrandecimiento y consagración del espectáculo, una de las pocas distracciones transversales e interclasistas en la sociedad de aquella época. Por lo tanto, olvidémonos de desmerecer a los amistosos según parece dictar la óptica moderna. Si nos ponemos escrupulosos, son algunos amistosos de hoy día, especialmente en giras de pretemporada o alimenticias, los que deberían figurar bajo el escrutinio de escrupuloso microscopio.
En sentido cronológico y ajustado al Barça, Alcántara aprendió y aplicó técnicas de los primeros románticos extranjeros que habían jugado al fútbol en la ya avanzada Inglaterra y entonces se hallaban aquí, entre nosotros, como quien predica la buena nueva de la religión cierta en pleno proselitismo. Bohemios como George Pattullo, por ejemplo, un escocés trotamundos y goleador que embrujó a la parroquia local y de quien hoy, también, preparan biografía dedicada desde Gran Bretaña. Como asegura el cliché de Kubala y el campo de Les Corts, también el fenómeno Paulino Alcántara empequeñeció el aforo de la calle Industria hasta obligar a Gamper a edificar Les Corts en apenas tres meses. El filipino, aún hoy considerado el mejor futbolista asiático de todos los tiempos, fue la viga maestra sobre la que se edificó la llamada Edad de Oro del Barça, que arranca con la llegada de Samitier y Zamora en 1919 y termina con la jubilación de tantísimas figuras en una desdichada y polémica decisión del presidente Coma cuando estaba a punto de expirar la dictadura de Primo de Rivera. Alcántara forma parte de la primera enorme delantera del club, hoy ignorada por completo, perdida entre los estantes del pasado: Piera, Vicenç Martínez, Gràcia, Paulino y Sagi. Tan deslumbrante resultaba el quinteto que a Sami no le quedaba otro remedio que jugar de medio por la banda izquierda, imaginen, pues, la categoría de ese formidable ataque. Cuando nuestro hombre inició carrera, con aquel enorme pañuelo prendido de la cintura para enjugar el sudor, el Barcelona contaba con 300 socios. En el momento de su adiós, ya eran más de 10.000 los asociados, sin necesidad siquiera de haber estrenado ese invento denominado Liga española. El fútbol, sin lugar a dudas, ya había calado a fondo entre las preferencias sociales de ocio.
Paulino Alcántara habría firmado un registro escandaloso de no haber desaparecido largas temporadas del mapa, dedicado al estudio o peleado con el presidente Gamper, con quien primero compartía el espíritu plenamente deportivo del fútbol y de quien se distanció después al comprobar que, en efecto, el espectáculo generaba mucho dinero y, por lo tanto, sus máximos protagonistas merecían llevarse un buen pedazo del pastel en danza. Alcántara fue el romperredes, apodo con el que se le bautizó en Burdeos tras un partido con la selección española, año 1922. El compañero, el capitán de una colección impresionante de figuras que van desde Zamora o Plattkó en la portería, los defensas Coma, Galicia, Walter o Mas, los medios Sancho y Torralba o delanteros de un carisma impresionante, venerados como estrellas del rock en aquella Barcelona de buena vida volcada en el Paralelo, entre los que destacaban Vicenç la Bruixa Piera o el gran Pep Samitier, el mejor jugador europeo en los primeros años veinte. Sobre Piera, por ejemplo y sin ir más lejos, no queda ni rastro del enorme amor que le profesaba la gradería de Les Corts. En el año 60, hora de su fallecimiento, La Vanguardia le dedicó un editorial como obituario que se publicó en portada, imaginen, pues, el sentimiento popular vivido ante la pérdida de un enorme referente.
Reivindicar a Paulino en toda su extensión, generar curiosidad por el personaje y la fascinante época que protagonizó contribuye a conocer mejor la historia de un club tan peculiar, tan especial que, incluso, se permite el discutible lujo de prescindir de las lecciones de aquellos tiempos, del agradecimiento a los precursores, a quienes contribuyeron con su esfuerzo y ejemplo a la mejora y crecimiento de la institución. No parece lícito reducir Alcántara a la anécdota por haber jugado hace un montón de años. Precisamente, aún sigue pendiente que se le otorgue su justa medida y aportación a la evolución vivida. Que Messi lo supere ahora resulta una barbaridad, una exageración. Sin que el argentino lo sepa, todo lo alcanzado es gracias a la referencia de Paulino, sin lugar a dudas. Y de Sami, de Kubala, de César, de Maradona o de Cruyff, ya que estamos metidos en faena.
* Frederic Porta es periodista y escritor.
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