Regreso a los orígenes

por el 1 abril, 2015 • 9:51

 

Pasa el tiempo y no nos damos cuenta. Lo hace sin avisar, a escondidas, engañándonos un poquito cada día sobre su condición. Haciéndonos creer que será para siempre, que no hay un final, vistiendo de eterno lo caduco. Lo que les voy a contar es algo que le ha ocurrido a todas las estrellas del mundo del deporte y no es nada malo, es ley de vida. Llega un momento en el camino del guerrero en el que ha dado y ha ganado tanto que la evolución ya no concibe más etapas, el incremento se vuelve pendiente, normalmente descendiente. Empiezas de cero, trabajas, mejoras, creces, tocas el cielo, te mantienes, ¿y luego? Exacto, hay que retroceder en el camino, desandar lo andado, volver al inicio con la máxima dignidad posible. ¿Recuerdan aquel niño que todavía siendo un imberbe conquistó Roland Garros en 2005? Ese niño lleva 14 temporadas en la élite y cumple 29 años en dos meses.

“Él mereció la victoria, tengo que felicitarle”. Dos alegatos muy claros después de perder su partido de tercera ronda en el Masters 1000 de Miami ante Fernando Verdasco. El segundo es comprensible. El primero, inconcebible. Era la decimoquinta vez que se enfrentaban con un balance de 13-1 para el balear, datando su único tropiezo en la ya legendaria tierra azul del Mutua Madrid Open hace tres temporadas, un desliz que, sin quitar méritos al madrileño, es excusable. El de hace tres días en Florida no lo es. El de Manacor no congenió con la pelota en ningún momento del encuentro, dejando que su oponente tomara las riendas del carro a base de latigazos. “No es una cuestión de tenis. Mi juego ha mejorado en las últimas semanas, pero en cambio, en los momentos importantes, estoy jugando con ansiedad y nervios. Es algo que no me había pasado nunca en mi carrera”. Como si a Hulk le quitas la fuerza o a Chicote le cierras la cocina. Rafa, sin su fortaleza mental, es medio Rafa.

Las pistas duras nunca fueron del agrado de Nadal. Las condiciones del suelo, con sus múltiples y diversos tipos de cemento, la exigencia de cambiar de un albero a otro con el castigo que eso conlleva al cuerpo y a sus malogradas rodillas, aparte de la cantidad de torneos de estas características troquelados a lo largo del calendario sin fundamento ni razón. Tanto obstáculo ha llevado al español a perder aprecio por las pistas rápidas. Pese a todo, eso no le ha impedido reinar en cada una de las plazas que se extienden en el tour. En pleno 2015, las lesiones, el cansancio, la edad y la competencia han obligado al español a dar un paso atrás sobre el terreno más redundante del circuito, hasta el punto de que hay que remontarse quince meses para situar al número tres del mundo levantando un trofeo allí (Doha 2014). De ahí su lucha por frenar el actual arrasamiento de torneos sobre arcilla que la ATP está llevando a cabo.

¿Y si Nadal ya no estuviese preparado para reinar sobre cemento? Fíjense bien que digo reinar. Su carácter y su tenis le mantendrán, por supuesto, en la brecha de cualquier torneo, incluidos los de pista dura. Seguirá ganando, seguirá siendo competitivo, seguirá haciendo finales… de eso no hay ninguna duda. Pero no sería ninguna falacia admitir que, hoy por hoy, hay al menos una decena de jugadores que, sobre pista dura, son más peligrosos que él. Incluso alguno de más atrás hemos visto darle la sorpresa. Resulta como un ciclo que se cierra con los mismos tintes con los que comenzó, con un jugador desafiante en cada pista del mundo, pero que solo muerde en tierra batida. Esa es la fortuna que siempre le quedará al español, la que él mismo fraguó en la primera parte de su carrera. ¿Y sobre cemento? No se preocupen, otros ya han cogido ese testigo. Por último nos quedaría la hierba, donde Rafa suma cinco victorias en los tres últimos cursos. No hace falta añadir nada más.

Pero sin duda lo que más preocupa, por encima de su rendimiento en una superficie u otra o la profundidad con la que juegue con el drive o de revés, es el distintivo por antonomasia del mallorquín. Aquello que le ha servido para iniciar cada batalla siempre un paso por delante, para que la última bola cayera siempre al otro lado de la red. Su as en la manga: la mentalidad. “He sido capaz de controlar la situación y las emociones durante el 95 % de mi carrera, pero ahora me está costando mucho. Voy a solucionarlo, no sé si tardaré una semana, seis meses o un año, pero voy a arreglarlo”, asevera el propio Nadal, renegando incluso de la ayuda de un psicólogo. Quizás un nuevo entrenador, alguien que renovase las ideas en su equipo, una estrategia innovadora que rompiese con lo anterior y recargase las pilas del exnúmero uno del mundo. Cientos de soluciones posibles que de nada servirían si el ático no está bien amueblado. Un arma infalible cuando se encuentra en orden y de doble filo cuando hay desconexiones.

Por supuesto, todo esto no nace de una simple derrota ante Verdasco en una tercera ronda, viene de mucho más atrás. Por ofrecer tres simples datos, he sumado los rankings (cuanto más alto, peor) que ocupaban los últimos siete verdugos de Novak Djokovic: 79. Luego hice lo mismo con los de Roger Federer: 109. Por último, realicé la misma operación con los de Rafa Nadal: 598. La solución en una demencia tratándose de los tres mejores jugadores de la historia (el tiempo ahí los pondrá). Primero fueron las lesiones, luego la operación, después la falta de rodaje y ahora la cabeza. Motivos que hacen pensar en una reconversión de ahora en adelante. En un libro donde ya no caben más logros, parece que las últimas páginas de gloria tendrán todas el mismo color rojizo, el de la tierra batida que nunca le falla. Ni mucho menos hay que sentirlo como una limitación, sí como una adaptación. Dos, tres, cuatro años… no importa cuántos queden. Los cartuchos finales de esta máquina de ganar apuntan directamente hacia el polvo de ladrillo. Olvídense de los récords, ya batió más de los que nunca pudiésemos imaginar. Ahora solo cuenta verle bien, feliz y disfrutando sobre la pista, formalidades que solo cumple cuando fluye sobre la arena. Un regreso a los orígenes del mayor héroe deportivo que dio nunca la historia de nuestro país.

* Fernando Murciego es periodista.




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