Reflexión acerca del psicólogo deportivo

por el 14 mayo, 2013 • 9:41

Hoy en día es frecuente observar equipos constituidos por buenos futbolistas cuyo resultado no es el adecuado. En unas ocasiones esto ocurrirá por el exceso de protagonismo de algún jugador. En otros casos, se da el hecho de que el entrenador está más centrado en preparar entrenamientos y partidos que en ocuparse de los jugadores como personas. (D. Llopis)

Los componentes referidos a las competencias cognitivo-emocionales son altamente heterogéneos, variables y dependen de una gran cantidad de factores. No todos los días estamos igual pese a representar a la misma persona.

Dentro de la hiperestructura compleja que representa el jugador y, a pesar de que todas sus estructuras están interrelacionadas e interconectadas, condicionan y se ven condicionadas, sí destaco el componente emocional, la socio-afectividad como elemento indispensable si pretendemos lograr la tan ansiada optimización funcional del sujeto y del equipo. Hablamos de obtener éxito, facilitar la manifestación y la exteriorización de rendimiento(s).

Como en su día fue controvertida la inclusión del preparador físico (reconozco que no me gusta esa definición), actualmente otra figura ocupa su lugar. La del psicólogo deportivo, un profesional camuflado en mayor o menor medida desde hace algunas décadas pero que en la actualidad se encuentra insertado en algún que otro cuerpo técnico en contextos profesionales o, mejor dicho, surge como necesidad ante nuestra subjetividad cuando entendemos o creemos que los componentes psicofactoriales son los máximos responsables de nuestros males.

Desde la complejidad, la no linealidad, la incertidumbre y numerosos condicionantes incontrolables que envuelven a nuestro deporte, a través de situaciones contextualizadas de entrenamiento podemos estimular al sistema equipo y al subsistema jugador a desenvolverse en situaciones psicoemocionales susceptibles de aparición durante el partido tales como estrés, ansiedad o nivel de activación… El problema reside en la imposibilidad de prever cómo cada una de las personas que conforma el equipo responderá a dichos estímulos internos y externos y así conseguir ofrecer respuestas eficaces y eficientes, tanto para él como para los demás componentes. No todos se activan de la misma manera, ni gestionan y responden igualmente a situaciones potencialmente estresantes, no se ven afectados de igual manera ante las correcciones del entrenador o de algún compañero, reacciones del público, tanto si se actúa como local o visitante, etc.

Estamos tratando situaciones estándar que, obviamente con un proceso de entrenamiento adecuado, podemos lograr desterrar a esa palabra que tantas y tantas veces escuchamos. ¡Piensa! Cuando realmente, y debido a limitaciones espacio-temporales de actuación, no nos permiten realizar ese proceso. El fútbol consiste en percibir, tratar y analizar elementos del entorno (interactuar con él) de manera eficaz y, a su vez, este ciclo se complica cuando lo abordamos desde la colectividad, es decir, aunar y coordinar decisiones y conductas comportamentales (inteligencia relacional) a una velocidad óptimo-relativa, todo ello a su vez condicionado por la presencia de elementos perturbadores. Todo ello bajo parámetros limitantes (por presencia del rival) y limitados (por nosotros). El entrenamiento de nuestro fútbol teniendo presente que el objetivo es reducir la mayor cantidad de incertidumbre al juego se antoja fundamental.

El psicólogo deportivo cobra protagonismo en cuanto al componente principal que representaría la sesión, al igual que de forma complementaria (fuera de ella).

Saber competir es la clave que diferencia a los buenos de los mejores, como diría J. Carrascosa. Por lo tanto y, a tenor de lo expuesto, considero que de haber posibilidades en nuestro contexto soy partidario de contar con su presencia. Ayudar a técnicos a descodificar el significado del contenido de las mochilas que portan cada uno de nuestros jugadores a su espalda para así poder ajustar o reajustar con un fin determinado: establecer un clima emocional saludable y perdurable en el tiempo y afrontar situaciones que, inevitablemente, se darán en algún momento. En definitiva, el cuerpo técnico (psicólogo deportivo incluido) debe permitir que equipo y jugador sean capaces de rendir y competir de forma óptima en las situaciones más exigentes.

Un interrogante con propia reflexión. A pesar de que el psicólogo deportivo obviamente conoce y domina diferentes habilidades y herramientas para facilitarnos la vida, tanto la propia como la de nuestros jugadores, yo digo que algo falta. Echo de menos algo.

Sí, noto en falta la relación del psicólogo deportivo con el fútbol, con nuestro fútbol. Nuestro modelo de juego y sus contextuales variables psicológicas que facilitan la aparición de respuestas contextualizadas y adaptadas a esa serie de comportamientos, regularidades que tenemos como hábitos en entornos desestabilizadores.

En nuestro país existen varios ejemplos de grandísimos profesionales que ejercen esta función. Lamentablemente, y en numerosos casos, se recurre a ellos en situaciones extremas. Seguimos siendo reacios a la palabra psicólogo; nos da cierto repelús. Sobre todo a los jugadores, con independencia de que suelen tener incidencia y transferencia positiva en algunos casos. Una vez iniciado el proceso, entiendo existe un ruido que dificulta la aceptación de su presencia y, por ende, la comunicación. A ese ruido yo lo denominaría fútbol, déficit de conocimiento del juego.

* Rubén de la Barrera es entrenador.

– Foto: LFP




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