1.- Correr como si los pulmones fueran eternos solo está al alcance de pocos pero suficientes, los que trabajan al amparo de Stajanov; jugar al fútbol parando el tiempo como Riquelme, Zidane o Xavi está en la cabeza y en los pies de unos mínimos elegidos. Así la cuota de realidad, el Sevilla (Unai Emery) siempre ha querido correr, trabajar, competir sabiendo que los entrenamientos siempre acaban proyectados en los partidos. La final es un homenaje a su día a día, donde el respiro se castiga y solo tienen premio los distintos, por talento o por esfuerzo.
2.- Cuentan las lenguas antiguas que un equipo de fútbol es producto de muchas variables, pero en el Sevilla se puede hacer una excepción. Unai Emery. El Sevilla salta al campo como viva imagen de su entrenador, una implosión de rabia contenida, de ritmo alto, de pistón a 5.000 revoluciones sin temor a que pueda gripar el motor. El Sevilla necesita que su intensidad mínima sea casi el doble que la máxima de su rival, por eso uno siempre percibe que juegan atletas contra gordos, que todos los rechaces van a ellos como si tuvieran un imán. Aunque no estén finos siempre se la llevan. Esto, amén de un plausible laboratorio de jugadas y pespuntes tácticos diferenciales, es Unai Emery. Este ha sido y es su Sevilla, probablemente su reflejo más fiel.
3.- El partido se torció como se tuercen las malas películas, de manera inesperada pero al principio para que el final sea todo felicidad. Todas las expectativas quebradas antes de saber dónde estaban. El Sevilla, en seis minutos, ya había tenido dos (mini) ocasiones, pero una transición del Dnipro y una duda de Kolo, de menos a más en contundencia y confianza (su gran déficit), pusieron el 0-1. De otro equipo cabe la duda, pero todos sabían, sabíamos, que el Sevilla se sobrepondría, acabara ganando o no. Es la consecuencia de un equipo que marca diferencias desde la competitividad.
4.- Aun así, el Sevilla nunca terminó de estar cómodo; salvo del 21’ al 31’, es decir, desde que se asomaba el 1-1 hasta que llegó el 2-1. Diez minutos de dominio casi absoluto a través de la posesión y de la presión alta. Después del gol, el Dnipro se estiró. Con cuidado hasta que el Sevilla intentó aquello que no sabe: bajar el ritmo. Quiso el balón para defenderse contra el tiempo y su manifiesta falta de aire (30’ a pleno pulmón). Entonces se lo creyó el equipo ucraniano. Robó alto merced al equilibrio de Kankava y se la entregaba a Konoplyanka, que encontró en la lateralidad de Aleix su golosina en la puerta del colegio. Y llegó el 2-2.
5.- El partido se jugó en el carril derecho del Sevilla, el izquierdo del Dnipro. La fortaleza contra la debilidad, la debilidad contra la fortaleza; el limitado retorno de Konoplyanka y Reyes más las deficiencias defensivas de Matos y Vidal contra la profundidad de Matos y Vidal y el talento hacia dentro de Konoplyanka y Reyes. Quien pusiera algo de ritmo hacia delante a esa banda ganaba medio partido. Treinta minutos para el Sevilla en la primera, el resto, hasta la entrada de Coke, para el Dnipro. “Empate” a pesar de que Reyes pesó más en el partido (¡pase pintado con pincel velazquiano para el 2-1!).
6.- Como se espera en las finales, ninguno estuvo cómodo, a pesar de que dejaron su estilo, esa suerte de querer a medias. El Dnipro acortó sus líneas en 30 metros para que el Sevilla, ningún alarde hilando asociaciones bajo presión, se ahogara. Y lo ahogó. Cada salida del Sevilla en corto acababa volviendo a Kolo-Carriço para que pegaran un pelotazo. Probablemente una buena idea si la segunda jugada tuviese dominio sevillista. Pero solo fue así cuando Aleix fue extremo y Vitolo y él atacaban la segunda jugada, una vez que también M’Bia dio un paso adelante y abandonó la banda derecha cuando arrancaba la jugada. Hasta entonces, fue Banega el que abandonaba la mediapunta para integrarse como iniciador siempre mirando a banda, lo que abandonaba a Bacca a su suerte y fracturaba a su equipo. El Sevilla atacó mal (especialmente al empezar la segunda parte) y por eso nunca consiguió defender del todo bien, presionar alto y sumar robos. No tenía ritmo, su esencia.
7.- La salida abierta, el ritmo bajo, la ausencia de continuidad y el peso, supongamos, de una final paró el partido del 45’ al 65’. Pasaba lo que el Dnipro quería: batalla interior númericamente superior para el equipo ucraniano, ventajas de Konoplyanka contra Vidal y salidas nulas del Sevilla, al que se le acabó hasta la precisión. Emery movió ficha: entró Coke, más hecho al oficio de lateral, subió Vidal al extremo y la presión podía ser ya alta y afilada. Eso pasó y fue clave, pero la diferencia fue Banega. Está recuperado para el fútbol, para trabajar sin balón y para marcar la diferencia con él. Se echó al Sevilla a su pie derecho y dominó. Posesiones directas pero pensadas para el Sevilla, presión alta, continuidad en el juego, superioridad física y táctica. Todas las líneas suben metros. Sonríe Unai Emery. La batalla había cambiado de signo.
8.- Segunda jugada, recuperación mientras el rival sale y gol. 3-2. Puro Sevilla. Sonríe Unai Emery. El Sevilla es un equipo extraño para el aficionado: sus goles parece que siempre llegan de rebote. Una recuperación, un fallo, un segundo que concede el rival, una pérdida. Todo esto hay que forzarlo, rítmica, mental y tácticamente. He ahí el mérito indudable de un equipo hecho a la imagen de su técnico. Se puede defender el balón o minimizar el contragolpe, pero es mucho más complicado de defenderse sobre el dominio posicional de la presión. El 3-2 es el retrato de toda la temporada de Emery, cierta dificultad para encontrar fluidez contra un repliegue; facilidad pasmosa para pillar al rival cuando quiere salir. El aficionado medio lo percibe como azar o intensidad, el entrenador como fruto del trabajo, de su plan. El equipo rival recupera, sonríe, relaja, la pierde y recibe gol. Mecánico, dificilísimo de parar.
y 9.- Y si Emery es el capitán y Reyes o Banega la diferencia, Krychowiak es la extensión del entrenador. Él es puro ritmo, sentido táctico, impulsos, superioridad física. Para lo bueno y para lo malo, Krycho y Emery son el espejo del Sevilla, un equipo cuya esencia es la competición, la fe en que podrán ser peores, pero nunca sentirán el partido perdido mientras haya metros por correr. Parece una premisa de Paulo Coelho, pero es mucho más complejo convencer ante una evidencia que ante una realidad por ver. Este Sevilla pasará a la historia por puro convencimiento, son el equipo con más Copas de la UEFA (ahora Europa League) de la historia. Ahora, equipo de Champions.
* Fran Alameda es periodista.
– Foto: Odd Andersen (AFP)
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