Rasgos estables y novedades emergentes

por el 4 octubre, 2012 • 17:42

Toda organización se manifiesta entre lo constante y lo variable. Los sistemas se reestructuran ante lo inédito a través de la autoorganización. Este proceso permite la evolución de la estructura, el avance cualitativo.

Hasta este ejercicio, el Barça crecía cualitativamente prolongando las posesiones en campo enemigo. El bloque competidor quedaba remachado contra su línea de fondo sin opciones mínimas de poder cimentar algo toda vez que recuperaban la pelota. Por eso, el rescate del esférico era cuestión de milésimas de segundo. El juego se les quedaba dividido a unos opositores absolutamente paralizados.

El sello indeleble de Busquets, Xavi e Iniesta, jugadores que se sirven sirviendo, posibilitaba un fútbol redondo que se corporeizaba desde la pelota, diferente al juego de fragmentos institucionalizado en la mayoría de los clubes. Este año, todo aparece rediseñado, repensado quizá para no introducirse en la previsibilidad. O eso, o la caja de los egos se ha abierto definitivamente. A saber.

Parece haber acabado esa gran oscilación cercana al área contraria que generaba pasillos de penetración en su justo momento. Ahora, superados los primeros acosadores, Messi agarra toda la responsabilidad e implementa ese juego donde todos huyen para hacerle determinante el pase. Así, ellos también se convierten en determinantes pues quedan publicados ante el gol, el acto cúspide de este deporte. Todos quieren favorecerse, pocos favorecer.

La figura del argentino se ha enaltecido en exceso, como lo indica el hecho de que prácticamente todos sus compañeros lo tienen a él como exclusividad entre sus posibilidades de entrega. Es el mejor; la contundencia y precisión de sus conductas decisivas está fuera de todo debate. Pero, de igual forma, emplazado tan atrás contamina las operaciones de los interiores, dueños universales de la ortodoxia blaugrana.

 

Hay ocasiones en las que Alexis, Cesc y Pedro ven molinos (espacios por donde introducirse hacia la portería) donde suele haber gigantes (defensores que obstruyen cualquier apertura).

Por fuera, quienes se afilian desde posiciones atrasadas llegan también aportando una intención conclusiva. Alba y Alves se encuentran más cómodos en la fugacidad. El pase atrás, que curiosamente te acaba por hacer más profundo, cuenta con pocos receptores potenciales. Hasta Victor Valdés interactúa más a menudo con los distantes que con los colindantes.

Las consecuencias no son otras que las de ofertar permanentemente a los contrincantes la posibilidad de contraataque. Las nuevas coordinaciones propuestas no condicionan como anteriormente la configuración defensiva de los rivales. Cuando no consigues el repliegue de casi todos los opositores multiplicas sus probabilidades de éxito en la siguiente transición. Los dejas escalonados y, además, los tuyos nunca acaban por juntarse arriba.

La lógica organizadora parte de los jugadores y, en la actualidad, se observa un fútbol de fugitivos, donde huir del que lleva el esférico se legitima. Se ha sustituido la búsqueda de la mejor opción por el patrocinio del envío definitivo sobre los primeros desmarques brindados.

Así, el dominio es transitorio y compartido. Igual eso acaba por hacer del Barça un conjunto insuperable. La invitación que se le hace a los otros equipos para ser más largos en su distribución tal vez impida victorias como la del Chelsea en la semifinal de Champions del pasado año.

Afortunadamente, en la incertidumbre, en la ausencia de control, los buenos encuentran respuestas creativas asiduamente, y el Barça tiene a varios de los mejores del mundo. Quizá la vuelta de Iniesta traiga consigo el acopio de pases inteligentes, materia prima de ese juego de posición que sirvió a Guardiola para engendrar un contexto de identificación con un ideal.

Lo idóneo, si se quieren recobrar conceptos pretéritos, sería situarlo avanzado, tirado a un costado, pues así se rebajaría esa euforia por inventar circunstancias de progresión inminentes de los últimos atacantes. Se echa en falta que por delante de Leo, Xavi y Busquets haya un menor número de entusiastas de la verticalidad.

En el Real Madrid se atisba por momentos el proceso opuesto. Como novedad emergente, siempre y cuando se junten Özil y Modric, ya se espera otra cosa de la circulación de balón y de jugadores. Así, la obligación de aplastar no queda reducida a los que están aguardando para correr, sino a que los que tienen tiempo para llegar puedan enseñar lo que les llevó a la élite.

 

Las cualidades de Marcelo, Khedira y Benzema se adhieren al proceso de derrumbe del dispositivo contrincante. Ya sabemos que el rendimiento de los de Mourinho se agranda en lo efímero. A menor tiempo de tenencia de la pelota, mayor eficacia. Los más adelantados sienten claustrofobia, los lugares cerrados les suelen incomodar y, por ello, el objetivo del resto de los alineados se centra en no rellenarle los espacios pausando el juego.

Los blancos están en ese momento de reflexión sobre lo innovado para que lo incipiente no reste sobre las ya sobresalientes propiedades construidas. Es un intento de mezclar efervescencia con placidez, buscar en el propósito agitador momentos de mayor autocontrol.

La labor de todo entrenador se resume en democratizar el juego. Todos cuantos pertenezcan a la red de relaciones deben encontrarse a sí mismos a partir de esa forma óptima de relacionarse. La libertad, si no coopera por el bien común, es cuando menos dudosa.

El significado que alcanzará el juego de unos y otros pertenece al futuro. No adelantemos conclusiones y así tropezaremos con la sorpresa, esa diva hábilmente situada en el camino del aprendizaje.

 

* Óscar Cano es entrenador de fútbol y autor de los libros “El Modelo de juego del FC Barcelona” y “El juego de posición del FC Barcelona” (MC Sports Ediciones).

– Fotos: Marca – Reuters




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