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Ha pasado ya un lustro desde la estancia de Mourinho en Londres y sus guerras y batallas maniqueas con otros mánagers como Sir Alex Ferguson o Rafa Benítez, pero los ecos de aquella época de exaltación repercuten todavía en el fútbol inglés, pues en muchas casas nada ha vuelto a ser lo mismo. Como la del Chelsea, donde persiste un clima intranquilo que enmascara una asombrosa capacidad para liquidar entrenadores. Imposible de apaciguar. No valen una Champions (el deseo más anhelado por el jefe Abramovich), ni el paso de diferentes mánagers por su banquillo. La afición aburguesada del Chelsea busca una identidad, una nueva personalidad que ajuste a la perfección en su querida casaca blue, un líder que les guíe, algo que entienden como un imposible en la persona de Rafa Benítez, manchado con el rojo del Liverpool que recorre por sus venas y salpicado por aquellas trifulcas contra Mourinho. Rechazado en Londres.
Más aún ahora, cuando los resultados no favorecen: eliminado en Champions (herencia anterior y poco o nada que achacar al nuevo técnico); pronóstico reservado en Premier tras una serie de resultados tremendamente irregulares; y decepción en el Mundial de Clubes, un torneo traicionero para los equipos europeos pues el éxito en la victoria no lo es tanto, mientras que el fracaso en la derrota es absoluto.
Así, con la soga al cuello desde que llegó y tensada en cada derrota, a Rafa Benítez le espera una estancia tortuosa en su nueva casa, que antes fue la del enemigo, tal y como se lo recuerdan los supporters cada domingo. Un peregrinaje de obstáculos que debe ir derribando a base de buenos resultados y mejores intenciones. Siempre entendiendo que probablemente nunca será un ser querido en el señorial barrio de Chelsea.
Estas pueden ser algunas de las claves para entender el presente y futuro del entrenador manchego en su nueva aventura.
La destitución de Di Matteo tras conseguir el mayor logro en la historia del Chelsea da una pista clarísima a Benítez de lo que se anhela: no vale con ganar, hace falta gustar. Colorear la victoria, pero sobre todo hacerla creíble. La inverosimilitud del éxito europeo, tras un póker de milagrosos partidos, restó credibilidad al proyecto italiano de Di Matteo. Del mismo modo que la escasez de resultados ajustició a Villas-Boas con anterioridad. Solo vale todo.
Una realidad que difiere a la que vivió Benítez en su Liverpool. Allí si ganas nunca caminas solo. Y así fue, pues la Champions conseguida en su primer año como manager bien valió un crédito que le duró hasta el 2010, año de su marcha. Hasta entonces, 6 años de altibajos, unos 70 fichajes y más de 220 millones de libras gastados en jugadores más o menos cuestionables, más y menos acertados. Pero siempre Benítez por encima del bien y del mal para una masa social entregada a su líder y a su equipo, no a su juego, pues este era solo un medio hacía la gloria.
Es la idiosincrasia de uno y otro club. Mientras el Liverpool es un grande histórico en Inglaterra y Europa que labra su éxito y su grandeza en cada detalle, a fuego lento, capaz de aguantar a un entrenador y esperar si la dicha es buena, el Chelsea es un nuevo rico que corre más deprisa que piensa, que aniquila entrenadores sin compasión ni –muchas veces– coherencia, en la búsqueda del éxito inmediato.
Benítez es un trabajador interino hasta final de temporada. El rótulo de la realización inglesa en los partidos televisados no miente: interim manager. ¿Qué significa esto?
Para empezar denota una cuestionable confianza de los dirigentes blues en la contratación de Benítez, a quien no otorgan la completa capacidad para manejar a su antojo el vestuario. Su imposibilidad para poder mirar más allá de la temporada 2012/13 limita su radio de acción. Mientras que en el Liverpool era un empleado omnipotente, capaz de hacer y deshacer, de marcar los tiempos y planificar proyectos y temporadas, en el Chelsea solo puede pensar en cada entrenamiento, en cada semana, en cada partido, sin miras al futuro.
Quizá también esto pueda ayudar a ver al Benítez más ofensivo y atrevido que se conozca, a un técnico desinhibido de sus miedos, obcecado solo en regalar a sus aficionados aquello que quieren: espectáculo. Y centrado en disfrutar y hacer disfrutar. Pues con el futuro opaco bajo el cielo de Londres apenas debe tener preocupaciones: cualquier éxito será inesperado.
La esencia del fútbol mourinhesco todavía se añora sobre el césped y en las gradas de Stamford Bridge. Aquel equipo construido por el portugués era una auténtica apisonadora: once soldados de músculo en el robo y gamos en la contra, capaz de morder, herir y matar en un instante. Fútbol de vértigo y tenacidad, práctico, temible y atractivo. Todo en uno.
Por algo en el Chelsea se aferran y recuerdan con nostalgia la etapa de Mourinho. Él construyó un equipo ganador –aún no consiguiendo la Champions League– y espectacular en su fútbol: todo cuánto pedía una afición que por aquella época empezó a entender lo que sentían los grandes clubs del fútbol británico y europeo, a los que se midió con enorme personalidad y madurez.
Ahora Benítez debe seguir esa senda marcada años atrás, pues conoce de sobra la fórmula del robo y contragolpe, interpretada con maestría durante toda su carrera como técnico. Solo necesita mirar de reojo a aquel Liverpool de ritmo agitado, intensidad mayúscula y defensa solidaria, o a aquel Valencia robusto en defensa y trepidante en su rearme ofensivo, que culminaba los contragolpes en un abrir y cerrar de ojos.
En el Chelsea le sobran jugadores, pues quizá tenga entre sus manos más talento del que jamás haya podido dirigir en una misma plantilla. Y aunque ésta no sea made in Benítez (cómo si pudo hacer en Liverpool) sería borreguil desprestigiar el auténtico plantillón que maneja, capaz de competir contra cualquiera y aspirar a todo.
En su inicio al mando de la nave blue –no hay que olvidar que aunque haya fracasado ya en dos competiciones no lleva ni un mes en el cargo– Benítez ya ha dado muestra de su personalidad, propuesta e intenciones: básicamente dotar al equipo de un ritmo de juego más alto, colocar el balón arriba con la mayor celeridad posible (que manejen los hombres de tres cuartos), ser agresivos tras pérdida y la búsqueda instantánea del contragolpe. Para ello, ha liquidado a algunos hombres y ha decidido otorgar más protagonismo a otros defenestrados por Di Matteo.
Por otro lado, Rafa Benítez parece haber entendido que Obi Mikel no es el jugador que necesita en su mediocampo. El nigeriano es también un jugador capaz de robar, pero un mueble en fase ofensiva, insensible y obtuso en la lectura del contragolpe.
Por último, Frank Lampard, uno de los últimos grandes box to box que ha dado el fútbol mundial parece pedir a gritos jugar algo más adelantado de donde lo viene haciendo. Sus carencias físicas le limitan a la hora de llegar al área rival, y tampoco puede ejercer de ancla a lo Romeu, pues sus condiciones son otras y la reconversión no es fácil.
El talento en esta zona del campo aflora de forma espontánea y natural, dejando acciones técnicas para la galería constantemente, pero hasta la fecha –en lo que llevamos de temporada– sin la productividad deseada. Mata, Hazard y Oscar son el tridente de lujo primero de Di Matteo y ahora de Benítez, quien también está apostando por Moses y el inédito hasta la fecha Marin, buscando algo diferente al fútbol asociativo –que peca de horizontal– del tridente de gala.
Y es que la mezcla probablemente sea la llave al éxito. No solo necesita jugadores que mantengan la posesión, sino también algunos que piquen al espacio. Mientras los jugones atraen y concentran la atención del adversario, alguien debe revolotear lejos de la jugada, véase Moses o Marin, jugadores más de banda y profundos; perfectamente aprovechables. Así lo debe entender Benítez.
El futuro de Benítez debe ser su presente. Sin mirar más allá del próximo partido, aunque suene a topicazo de rueda de prensa, esa debe ser la única realidad del entrenador manchego. Él aceptó acudir a casa del enemigo aún a sabiendas de que no sería bien recibido, y él debe manejar esta situación de tensión permanente. Vive en el alambre, pero apenas tiene nada que perder, pues está protagonizando temporalmente (hay que remarcar una y otra vez su condición de interinidad) un proyecto que no es el suyo, y su éxito será mayor que su fracaso, ya que la temporada estaba abocada al fiasco antes de su llegada.
* Diego Tejerina es periodista y ex futbolista.
– Fotos: AFP – Lindsey Parnaby (EFE)
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