"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
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Hoy en día, el fútbol se encuentra estigmatizado. Entre los que creen que no es más que un puro negocio donde unos pocos se hacen ricos a costa de otros pocos que se dejan dinero y los que piensan que el futbolista el único color que adora es el de los billetes morados. Pero entre tanta mentalidad pesimista del deporte más visto en todo el mundo aparecen algunos personajes que rompen moldes y esquemas. Que trazan una línea perpendicular a la razón económica y la rompen con un compromismo más propio de hace veinte años que de ahora.
Uno de esos jugadores es Tiago Cardoso Mendes (Viana do Castelo, 1981). Un hombre que ha jugado en equipos de la talla del Benfica, el Chelsea, Olympique de Lyon o Juventus y que ha reconocido en más de una ocasión que su mejor etapa como profesional la ha vivido en el Atlético de Madrid, vigente campeón de liga y subcampeón de la Champions.
Cinco temporadas y 157 partidos oficiales después, el portugués, que llegó como un comodín para el centro del campo del conjunto rojiblanco y que terminó siendo uno de los capitanes más importantes de la mejor temporada de la historia de la entidad, dice adiós al Vicente Calderón.
Asimilar su despedida de la entidad colchonera desde la perspectiva de la edad puede ser incluso concluyente. Sus 33 años pueden invitar a pensar que, lo que venga a partir de ahora, será un decrecimiento en su nivel futbolístico en un equipo de la tremebunda exigencia física del Atlético. Pero la realidad se antoja diferente cuando se piensa en lo valiosa que puede resultar la aportación de un centrocampista que se ha dejado hasta la última gota de sangre por defender con honradez (y calidad, no podemos eximir este detalle) la camiseta rojiblanca.
Su periplo en el conjunto del Manzanares, como suele ser habitual, empezó de menos a más. Su aportación en la primera temporada se redujo a 18 partidos de liga (no todos como titular) y un papel discreto dentro de un centro del campo donde mandaban Assunçao y José Manuel Jurado, que lo jugaron prácticamente todo.
Pese a todo, el compromismo que adquirió con el equipo y la afición se hicieron latentes y patentes en las dos finales que el club rojiblanco disputó aquella temporada. La primera, en Hamburgo, coronó al equipo entrenado por Quique Sánchez Flores como campeón de la Europa League. La segunda, en el Camp Nou, fue un sopapo al Atlético, que cayó derrotado por 0-2 ante el Sevilla.
Ese encuentro, en el que los rojiblancos hicieron méritos para llevarse la victoria, fue un jarro de agua fría para unos jugadores y una afición que habían tocado el cielo una semana antes (¿les suena?). La estampa de Tiago, en el centro del campo del coliseo blaugrana, observando atentamente a su afición animar mientras los sevillistas festejaban con la copa, es una imagen que quedará guardada en la retina de todos los hinchas para los restos. Unas lágrimas, las del portugués, que clamaban venganza en aquel territorio y que vislumbraban el sentimiento que se estaba gestando en su interior.
Desde aquel instante, la ascensión en la importancia de Tiago Mendes en el Atlético fue continua y prolongada hasta el día de hoy. El pundonor que en cada acción ha demostrado el portugués no desentonaría con las ganas que cualquier aficionado pondría si se vistiese de corto en el Calderón. La calidad y la templanza de su juego contrarrestan la explosividad y la velocidad con la que el Atleti se suele desenvolver en todos y cada uno de los partidos.
Goles, asistencias, cortes providenciales, pero sobre todo amor por una camiseta. Eso es lo vital y más importante que este futbolista, capitán, dejará en el vestuario del Atlético. Un hombre importante y talismán en los logros de las últimas temporadas que dejará un vacío tremendo en un centro del campo en el que Gabi echará en falta a su mano derecha.
La liga conquistada en el Camp Nou fue una victoria poética. Un débito que Tiago se cobró con creces. Sus lágrimas, mitad por su familia, mitad por el Atlético, dieron muestra y homenaje de lo que este jugador siente. De lo que siente cada hincha de este equipo. Ganando o perdiendo, pero con coraje y corazón. Si solapásemos las dos imágenes, las de 2010 y 2014, nadie sabría en cuál de las dos el Atlético fue campeón o cayó derrotado. Esa es la grandeza de Tiago: el sentir.
Su última imagen con la camiseta rojiblanca pegada al cuerpo fue la de un jugador exhausto, tirado en el césped de Da Luz tras concluir el encuentro ante el Real Madrid. Pudo irse del Atleti por la puerta más grande de la historia del club, pero estamos seguros de que la vida aún le guarda algo mejor.
Darle las gracias sería quedarse corto. Que le vaya bonito, que es lo que merece.
* Imanol Echegaray García es co-autor de InterSportMagazine.com
– Foto: Mario Cruz (EFE)
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