Yelena Isinbayeva (Volvogrado, 1982) se va. Y lo hace de la mejor manera posible: ganando la medalla de oro en casa, ante los suyos, recuperando el cetro del salto con pértiga femenino, si es que alguna vez lo había perdido. «Ahora estoy feliz. Soy la reina del salto con pértiga femenino, la corona es mía», dijo anoche tras no poder con los 5,07 m, que habrían sido el final extraordinario a una tarde de película en el Luzhniki. Aún le quedan un par de competiciones más esta temporada, y en ellas intentará batir el récord del mundo, pero para todos, Yelena se fue anoche. Puso punto final a una década impresionante de títulos y récords que tardará mucho tiempo en ser igualada.
Cuando la atleta rusa batió su primera plusmarca mundial allá por el 2003, los cinco metros eran una barrera muy lejana para el atletismo femenino. Nadie podía imaginar que solo dos años más tarde Isinbayeva iba a ser la primera en cruzar ese Rubicón. En total han sido 28 récords mundiales (entre la pista cubierta y el aire libre) repartidos por toda Europa (solo uno lo batió fuera: el de Pekín 2008). Londres, Donetsk, Birmingham, Zúrich, Helsinki, Gateshad, Madrid… Todas esas ciudades contemplaron en directo a una de las atletas más voraces y competitivas que haya conocido el atletismo. Esas características se habían apagado en los últimos tres años, o por lo menos habían encontrado más problemas para salir a la luz, y por eso la victoria de ayer en Moscú adquiere todavía más valor: es el grito emocionado de un genio al que la rutina había convertido en las últimas temporadas en una sombra de lo que había sido, como si se hubiera cansado de ganar.
Yelena se va, pero no sabemos si para siempre. Ejemplos de deportistas que se retiran y luego vuelven hemos tenidos muchos. Acaso Michael Jordan es el más paradigmático, pues se fue tres veces y volvió dos. Como él, si Isinbayeva vuelve es para luchar por ganar, no cabe otra posibilidad. Quiere ser madre, y su presencia en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 no está descartada, aunque diga que le cuesta verse compitiendo contra atletas diez años más joven que ella. Pero es que la madurez es eso: tener que lidiar con los más jóvenes.
Entre el grupo de los jóvenes está (y estará aún en Río, porque es muy joven) Mary Cain (Nueva York, 1996), la atleta estadounidense que ayer se metió en la final de 1.500 metros que se disputará este jueves. Tiene solo 17 años pero ya ha bajado de los dos minutos en el 800 y se ha acercado a los cuatro en el milqui. Su radio de acción abarca el mediofondo y el fondo, y en ambos se desenvuelve de maravilla, aunque seguramente acabará decantándose por una distancia en el futuro.
A pesar de su corta edad, su físico y su manera de correr indican que de novata tiene poco. Su fuerte tren inferior le permite desenvolverse con soltura en carrera e ir casi siempre bien colocada; aguanta el contacto con atletas mucho más curtidas y su característico balanceo de brazos la hace muy reconocible en el grupo. Está supervisada por Alberto Salazar, el mismo entrenador que se encarga de la preparación de Mo Farah o Galen Rupp, entre otros, por lo que está en las mejores manos.
En la primera semifinal del 1.500 en Moscú corrió con tranquilidad, resguardada en el grupo, hasta que en los últimos 400 metros aceleró para no quedarse lejos de la cabeza. Tuvo que recorrer casi toda vuelta cerca de la calle tres, pero eso no impidió que en la última recta consiguiera clasificarse por puestos. 4:05.21, apenas medio segundo más que su marca personal. «Una locura», comentó en la zona mixta. Mañana veremos de lo que es capaz, aunque no hay que esperar nada asombroso, porque lo asombroso es que esté ahí. Es una niña entre mujeres.
Su horizonte está lleno de retos, como el mundial de dentro de dos años en Pekín o los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro un año después, donde puede que vuelva coincidir con Yelena Isinbayeva. O puede que no.
* Darío Ojeda.
– Fotos: Frack Fife (AFP) – EPA
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