"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Day 6
Fin de semana, Martí, y los precandidatos se encierran en conciliábulo, estudiando con qué desarrollo ascender el Mortirolo de las 2.534 firmas imprescindibles para perder el pre. Tregua momentánea, pues, y curiosidad por conocer el papel de las fuerzas políticas locales en esta carrera clásica por etapas. Por si quedara algún despistado capaz de negar la mayor, el Barça es terreno político desde el primer día, va en su ADN. Desde que Lluís d’Ossó mostrara el cuajo de espetar en una junta “el Barcelona soy yo” ante las mismísimas narices de un anonadado Joan Gamper, fundador incapaz de entender esta manía de arrogarse el patrimonio colectivo. De privatizar algo nacido como servicio público universal, diríamos ahora. Ya en el franquismo, el falangista Miró-Sans tiró de malas artes y compra de votos ante Casajuana mientras los resistentes, ingenuos y con la boca pequeña, advertían a sus congéneres en pareado que “con Miró cantaremos el Cara al sol y con Casajuana bailaremos la sardana”. Obviamente, no lo consiguieron. Más tarde, una gestora cometió la atrocidad de vender a Luisito Suárez en el peor movimiento futbolístico de su historia, con la ciega aquiescencia de los dos pretendientes al trono, Fuset y el ganador Llaudet. Desaguisados en campaña con factura de cariz histórico.
Certeza: en cada seísmo social, a cada ebullición de ciclo político, el Barça ha terminado recibiendo un impacto máximo en la escala Richter. Pasó con la República y sucedió en el 78, cuando los magnates del sector textil dejaron de pasarse el porrón presidencial –expresión tan gráfica como ya anacrónica–, distraídos con la reivindicación de autonomía y recuperación del autogobierno, craso error táctico bien aprovechado por el constructor, nada legitimado por la burguesía de las 400 familias que maneja este cotarro desde tiempos de la revolución industrial. A Ferran Ariño, favorito y fundador de Convergència, se lo ventilaron con apoyo de los medios cómplices bajo acusación, nada sutil, de ser comunista, tras apartar también de escena a Víctor Sagi, apellido de raigambre culé donde los hubiere. Ganó Núñez y compró una patina, discutible, de catalanismo gracias a Nicolau Casaus, el hombre que supo ejercer de pinza en beneficio propio, el tercero en discordia que entregó el palco al pequeño napoleón. Cuando la clase política y el autonomismo financiero quisieron darse cuenta de la jugada, le habían arrebatado ya uno de sus juguetes preferidos. Y tardaron 25 años, que se dice pronto, en quitárselo de las manos. Tanto tiempo como para que los inquilinos se lo creyeran de propiedad, tic que aún hoy nos acompaña.
Anda en juego, otra vez, el futuro de la entidad sin que la clase política local, metida de lleno en otros frentes, ofrezca señales de comprender la importancia de los comicios. Tras perder corporaciones de peso, conquistadas por movimientos populares de base mediante voto, solo les faltaría entregar otro bastión a las fuerzas tradicionales de sentido radicalmente contrario. Mañana, más.
* Frederic Porta es periodista y escritor.
– Foto: FC Barcelona
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