"Volved a emprender veinte veces vuestra obra, pulidla sin cesar y volvedla a pulir". Nicolás Boileau
Day 35
El Trofeo Joan Gamper cumple sus bodas de oro. Aquí también, el vídeo mató a la estrella de la radio. Peajes del progreso. Antes, cuando sólo había visto fotografías en sepia de los refuerzos, el culé acudía a su catedral tras largos meses de espera y ausencia, dispuesto a cumplir con la ceremonia anual de renovación de la fe, olvidadas ya las últimas cuitas, preparado para lanzar al viento aquellos tradicionales, ingenuos, imposibles “aquest any, sí!” y el correspondiente “ja tenim equip!”. Después, la realidad se empeñaba en darle un baño de ídem: este año, tampoco, y de equipo ganador, nada, tan pusilánime como de costumbre. El júbilo no aguantaba cuatro partidos de liga y antes de los turrones el fatalismo presidía otro ritual muy íntimo: romper el carné en pedazos tras unos cuantos disgustos. Las directivas de Llaudet, Montal, incluso Núñez traían a Barcelona equipos de enorme cartel, a cambio de que el socio y seguidor aportara una potente bolsa de bocadillos con los que abastecerse en la doble sesión de días consecutivos. Vimos con estos ojos a Yashine y a Bene, el estreno de Sotil y otros prodigios sin dominar los intríngulis de la comedia, oculta a un menor, nítida para el análisis de los veteranos con más conchas que un galápago.
El Gamper servía de balneario, ITV, revisión médica gratuita y ejercicios espirituales, todo a una en el forfait. Su objetivo no era otro que salir nuevo de la sesión. Ante equipos reventados a paella, sangría, playa y temperatura canicular, los vernáculos jugaban de cine y se exhibían. Mucho tiempo después, un protagonista, central para más señas, nos confesaba una singular e ilustrativa anécdota. Aquella noche le tocaba marcar a un goleador, figurón internacional, que hablaba algo de castellano. Tal como le vio delante, sin el balón aún en juego, le rogó que no le pegara ni entrara duro. A cambio, él prometía no hacer absolutamente nada peligroso ante el arco local. No podía. Se había pasado la mañana tumbado de resaca en la playa y ahora su principal problema radicaba en el roce de la camiseta, arma de agresión contra su delicada piel en mutación cromática hacia el color de la gamba. Así, año tras año, las goleadas generaban euforia, los llenazos satisfacían la caja y el barcelonismo se autoengañaba con esas perentorias frases de estímulo. Imposible calcular cuántos bautizos blaugrana consagrados en aquellas noches de agosto, tan especiales.
Hoy, obviemos las evidencias, sale un precandidato y anuncia que viene la Roma. No le tocaba a él proclamarlo, pero ya no viene de una. Quizá la elección de rival comporta regalo de reconocimiento a Luis Enrique. Jugarán, claro, Arda y Aleix Vidal, como estará el incombustible Totti. La sensación, de todos modos, es de jarrón de Sevres hecho añicos. El año pasado, sin ir más lejos, contrataron al ínfimo León mexicano para satisfacer los intereses profesionales de un directivo y nadie dijo ni pío. Quizá enterramos el Gamper cuando debutó Messi y a Capello se le desencajó la mandíbula. Aquel fue su funeral. El mitificado recuerdo de los bellos tiempos, cuando el Barça jamás se comía un colín, contrasta sobremanera con el despacho rutinario de hoy. Viene la Roma y estará aquello atestado de turistas que lo aplauden todo. El socio se quedará en casa, como es habitual, y nadie se desplazará ya feliz desde aldeas y pueblos. Lo echarán en alguna tele. Pervierten todo lo que fue sueño infantil sin respetar en absoluto aquello tan sabio articulado por Javier Marías: el fútbol es nuestro regreso a la niñez. Y el Gamper anda decrépito, terminal si no le aplican remedio. Cincuenta años que le pesan como cien. Mañana, más.
*Frederic Porta es periodista y escritor.
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