Day 19
Cincuenta y cuatro años atrás, el Barça tomó la peor decisión deportiva de su historia. Obviemos comparaciones, pero recordemos el caso por la variante Deulofeu: tras la construcción del Camp Nou, Miró-Sans huye pies en polvorosa, dejando un pufo superior a los 220 millones de pesetas. Dimite y la junta gestora no ve más que facturas apremiantes por doquier, entra en pánico. Consulta a los dos aspirantes a la presidencia, Fuset y Llaudet, para dar el beneplácito a la operación de traspaso tejida por el sagaz Helenio Herrera. Cinco días antes de la final de Berna, se consuma el desaguisado: el gran Luisito Suárez, gallego culé de corazón, emprende viaje a Milán, truncando la posibilidad de erigirse en relevo y líder natural entre Kubala y Cruyff. El Barça disputa el naufragio de los palos cuadrados, el de la maldición de Kocsis al ver el vestuario de la final del Mundial’54, sin presidente, con entrenador accidental y la máxima figura ya traspasada. Aún así, Suárez es, de largo, el mejor en tan traumática final. Tras la hecatombe, el barcelonismo emprende la larga travesía del desierto. Para empezar, Llaudet derrocha 20 de los 25 millones en quince fichajes en conjunto inútiles. Catorce años sin una Liga. Así era el Barça. Casi siempre lo ha sido.
Campaña electoral del 2015: la gestora traspasa a Deulofeu por 6 millones de euros al Everton. Poco importa que los estatutos, redactados por la propia junta saliente, prohíban explícitamente tales acciones. La comisión gestora sólo está para pagar facturas hasta decidir el nuevo presidente. Deulofeu no será Luisito, de acuerdo, pero La Masia tampoco es ya la que era. De hallarse en horas de máximo vigor, como en antaño reciente, este chaval estaría ya reconducido, con mente bien amueblada y talento adiestrado para gozar de plaza fija en el primer equipo. Nada de eso ocurre hoy. Denis Suárez: Monchi aún ríe. Imposible repescar al fino centrocampista, lo niega el veto de la FIFA. El caso ofreció humo para despistar, se queda en el Nervión. Portadas pactadas para minimizar las transcendentales elecciones. Vale cualquiera que haga hervir el guiso. Tanto da Arda como Iborra, Parejo que Koke, huevos que castañas. El caso es mover los tácitos hilos del poder y allegados para evitar que nada cambie. Bartomeu acude a cualquier acto con trillizos, las tres copas del triplete como constante compañía muda. Incluso se atreve, confiado, a lanzar pullas contra Laporta. Momento de horas bajas en el conjunto de la oposición. A pesar de las arbitrariedades y alcaldadas, nadie rechista ni protesta, catatónicos con Pogba, más pendientes de Messi en la Copa América que de reflexionar sobre el voto trascendental. Eso no vende diarios, ni queda bonito para consumo televisivo. A base de prodigar la «no campaña» sin ningún remilgo ético, van camino de salirse con la suya mientras los críticos pierden fuelle y reservas de energía. Laporta no es ningún mirlo blanco y se alza como único clavo ardiente al que agarrarse antes de legitimar a los continuistas por vía conservadora. Después, cuando hayan ganado y esto quede como un solar, alcanzados los últimos objetivos, depurados los escasos disidentes, vendrá el llanto y el crujir de dientes. De momento, hacia allá vamos, con unos sacando pecho y otros, prácticamente resignados. Nunca pasa nada. Precisamente, lo que mejor les va. Mañana, más.
* Frederic Porta es periodista y escritor.
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