Day 17
Había algo, un aura quizá, que recordaba al protagonista de Sostiene Pereira, la obra de Tabucchi. No era Marcello Mastroianni quien entusiasmaba desde el escenario del Kursaal manresano, sino Guardiola, faro y guía de tantos, el hombre del pueblo que sigue atrapado en su duda existencial. Pep no ha metabolizado todavía en qué consiste su auténtica misión vital de predestinado. Apuesta sin ambages en lo político, lo social o lo solidario, pero no se atreve a dar el paso en lo más básico de su ser, el barcelonismo. Ahí es la referencia en mayúsculas, aunque no lo desee reconocer. En las batallas de este fenómeno único, máxime si son tan decisivas como las actuales, es preciso involucrarse a fondo y más aún, si eres el puto amo de la tribu blaugrana, único personaje patrio que se halla instalado más allá del bien y del mal. En alguien de tan sólido pedigrí, de quien se esperan constantes prodigios por categoría y humanidad, su adhesión a Laporta sonó un tanto forzada por las circunstancias. No antinatural, solo fruto de la presión. Lo digo, me dejáis tranquilo, no me apretéis, que ando en mis propias luchas íntimas. Partió en su momento el mito, mil veces repetida la confesión de sentirse vacío, hacia su propia Ítaca, con deseo de demostrarse que podía conseguirlo en otros lares y culturas, con otros talentos futbolísticos situados al margen del desaforado genio de Leo, el dios argentino. En eso anda aún, lejos de esa constante guerra por el poder de la que es, fue y será su peculiar casa, donde anidan sus amores de manera natural.
Compromiso no se le puede exigir, lo ofrece en otros muchos campos vitales, pero parecería, en condicional y desde la observación lejana del mito, que Guardiola aún no ha resuelto esa condición de predestinado culé que casi le asfixia. Asumir que le corresponde por trayectoria el papel de sumo sacerdote en tamaña religión laica, sin que le lastime que los envidiosos y mediocres sigan apodándole Dalai Lama por hallarse en otro tiempo y espacio a los que se dirimen en esos voceríos de lavadero. En su operístico destino, Pep Guardiola deberá afrontar tarde o temprano que algún día está escrito su regreso como presidente y conductor de un proceso evolutivo de ese modelo que él contribuyó a cerrar. Más pronto que tarde, sí, a medio plazo, deberá arremangarse para evitar que triunfen las fuerzas oscuras, esas que quieren quedarse el Barça en propiedad y solo entienden de negocio, privado a poder ser. Para conseguir, en definitiva que, como en las pelis de infancia, todo acabe siendo maniqueo y sencillo: que gane el bueno su conflicto con el malo, así de primario, papilla preparada para el consumo del socio barcelonista que no deberá ni masticar siquiera tal evidencia.
Elegante, comedido y en exceso autoexigente, Guardiola aún no ha explicado de su boca qué pasó tras Laporta, cómo le recibió Rosell, por qué pagó Chigrinskiy los platos rotos en el comienzo de la revancha fratricida y cuánto le agotó representar todos y cada uno de los papeles de la función blaugrana justo cuanto más apretaba el demonio, entonces encarnado por Mourinho. Pagó gran factura de desgaste siendo el líder. Entonces estaba solo. Ahora, ya no, nunca más caminará solo. Mañana, más.
* Frederic Porta es periodista y escritor.
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