"Lo que equilibra a un equipo es la pelota. Pierde muchas y serás un equipo desequilibrado". Johan Cruyff
Imagino al Athletic superando al Barça en esta final de Copa. Pero solo lo imagino bajo dos premisas: 1) Que Muniain quiebre la cintura de Martín Montoya; y 2) Que Fernando Llorente consiga zafarse del dúo Piqué-Mascherano y también de la sombra alargada de Busquets. Si se producen al unísono estos dos factores, el Athletic estará muy cerca de conquistar la Copa y botar la gabarra. Pero han de ocurrir ambas y no está garantizado de antemano. También es posible que Pep Guardiola decida concluir su carrera como entrenador del Barça planteando una defensa con tres hombres, vista la ausencia por lesión de Dani Alves, pero tengo serias dudas. No por el carácter y gusto del entrenador catalán, que ya ha demostrado demasiadas veces que no se arruga frente a ningún vendaval. Las dudas provienen del tercer hombre: Adriano, quizás el defensa menos capacitado de la plantilla para jugar en una línea de tres. La tragedia para Guardiola es que con las bajas que tiene ahí atrás sí podría formar una defensa de garantía: Alves, Puyol, Fontàs, Abidal, cuatro bajas de peso.
Imagino, por todo ello, al novel Martín Montoya ocupando el lateral derecho del equipo blaugrana, que es tanto como enfrentarse al diablillo Muniain, compañero suyo de selección. Este será un pulso magnífico e intenso en el que Iker intentará sacar de posición al lateral, arrastrándole hacia dentro, acercándose a Llorente, que andará fajándose con los centrales del Barça. No son dos centrales cualquiera. Si Piqué está concentrado hay pocos como él en el mundo. Viene de una temporada gris tirando a oscura, más noticia por sus ausencias que por aquella presencia imperial marcando la línea y sacando el balón. Su compañero Mascherano es todo lo contrario: siempre concentrado, siempre atento para anticiparse, para cubrir desde la inteligencia táctica sus carencias como defensor reconvertido.
Hablando de reconvertidos, a setenta metros de allí rondará Javi Martínez, el mediocentro con alma de central. Quizás ya podemos llamarle “mediocentral” después de un curso apoteósico en que El Loco Bielsa le construyó un papel a su medida, ante la estupefacción ajena. ¿Javi de central?, nos dijimos muchos, incrédulos. Buenos, pues ahí está, colosal. Porque defiende bien, pero sobre todo porque intuye los caminos que quieren recorrer sus atacantes. En el reciente Barça-Athletic de Liga quizás fue el mejor rojiblanco porque supo entender por dónde y de qué manera llegaba Messi y en lugar de saltar a por él, fue desviándole con suavidad, como el pastor que guía a la res hacia donde le interesa. Así hizo Javi: sin brusquedades fue orientando a Messi hacia sus zonas débiles, allí donde menos mortífero resulta. Lección de pragmatismo defensivo.
Bien, dirán, pero ¿y el favorito? ¡Y yo qué sé quién es el favorito!, responderían Bielsa y Guardiola al unísono. La prensa maneja parámetros que no tengo nada claros que luego se conviertan en verdaderos motores del partido. La motivación. Pero ¿alguien imagina que algún jugador pueda estar desmotivado en esta final? La historia, las estadísticas, la derrota del Athletic en Bucarest, las del Barça en Liga y Champions, los 15 días sin partido, el adiós de Guardiola, la incertidumbre de Bielsa… No, miren, nada de nada. Saldrán 22 futbolistas potentes, pletóricos, espléndidos y otra media docena les refrescarán cuando la noche madrileña agobie; y los entrenadores se desgañitarán para evitar grietas en sus engranajes; y las aficiones empujarán como si también estuvieran sobre el césped; y viviremos otra fiesta apasionante. Pero favorito… Eso no lo sabe ni Dios.
Factores importantes sí. Esos los conocemos. El centro del campo. El Barça siempre utiliza a Xavi como estación intermedia para llegar a Messi. El Barça no juega para Messi, como se dice. Juega para Xavi. Para que Xavi, a su vez, mueva a Messi. Es decir, Xavi es como el Campo Base de una cordada alpina: no se asalta la cumbre sin pasar por él. Muchos de los problemas de esta temporada han ocurrido ahí. Bien por la lesión constante de Xavi en el soleo, bien por precipitación buscando directamente a Messi (en eso, Cesc es bastante responsable), se ha alterado la secuencia y, con ello, los ritmos del equipo, que ha mantenido la posesión del balón pero con menor capacidad para plantear los principios esenciales del juego de posición.
El balón en el Barça, el espacio en el Athletic. Y el movimiento constante. Y la intensidad. ¡Qué os voy a contar de la intensidad que exige Bielsa desde su puntero láser acusador! Si el Barça se ordena con balón y es a su alrededor cuando adquiere sentido y dirección, el Athletic es una máquina recreativa: espacio, movimiento, intensidad. Verticalidad, defensas siguiendo al rival, interiores llegando al sprint, De Marcos emulando al maratoniano anónimo, Ander con el diapasón del ritmo. Equipo frenético al que no le sienta mal correr hasta desgañitarse.
¿Favorito? El espectáculo futbolístico, que es lo único garantizado entre estas dos bestias pardas.
– Fotos: Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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