El corazón del periodismo se ha entristecido por los corrillos de las redacciones. Éstas parecen oficinas de funcionarios, hospitales donde los empleados se limitan a dar palabras y forma a la realidad para salvar sus vidas. “Los periodistas engordan y los periódicos adelgazan”, escribe Juan Villoro. La generación más preparada es la más aséptica, la que menos sale a la calle. Pocos son los que escuchan y muchos los que hablan. Últimamente en el periodismo deportivo se dedican a analizar para sacar las conclusiones del medio, en lugar de reflexionar para que las saquen los lectores. Ahí se supone que residía la magia de este oficio, el del tú y no el de yo. Marca y AS hablan de un Villarato y Sport y El Mundo Deportivo, de otro. La moda va para largo. El vender la mercancía sin previo paso por el filtro del sentido común es el camino. Y si al trayecto se le añade la perspectiva de las filias y fobias, mejor será el tránsito por las tripas de este abominable negocio.
Cuenta Cappa en su libro “La intimidad del fútbol” que, en el Mundial de México, Maradona envió una pelota hacia donde estaban los periodistas, en un entrenamiento, y uno de ellos se la devolvió con la mano. “¡Cómo van a hablar de fútbol estos tipos si la agarran con la manos! ¡Por Dios!”, aseveró. Quizá no le falte razón a esa espontaneidad del Pelusa. Hemos acatado con resignación la máxima de que en fútbol se hable de todo menos de fútbol. O no nos gusta mucho este bello deporte o somos unos cobardes. Pocos mencionaron el pase preciosista de Özil, pero sí su expulsión. También hubo espacio para los gestos de Cristiano, las demás tarjetas rojas o si Pepe o Mourinho dijeron filho de puta o hijo de puta. ¿Cómo no iba a haberlo? El fútbol, un juego, es así el producto mejor vendible en nuestro país. Un circo. Una especie de Gran Hermano donde prima el esperpento. Da lo mismo que participen concursantes con la historia del fútbol en su cabeza, como Xavi, o en sus pies, como Messi; los premios de las portadas se repartirán según la histeria que generen en el receptor.
No soy nadie para dar lecciones, tengo 21 años, pocos pinitos hechos en este trabajo y mil batallas por vivir. Sin embargo, creo necesario distinguir el grano de la paja y para ello rescato una aseveración del escritor de “Fútbol a sol y sombra”, Eduardo Galeano: “La vida se reduce a indignos e indignados“. Ocurre lo mismo en el periodismo deportivo. El periodista deportivo es indignado o indigno. El indigno se hace de oro a costa de ‘teorías conspiranoides’ sobre los árbitros y va con la camiseta del Barcelona o del Real Madrid adherida, no a su corazón, debemos reconocernos como humanos para ser honestos, sino a la de su pluma como acérrimo. Además, aparecen en televisión para dar gritos; viendo cómo está el panorama pronto será un signo de elegancia no salir en ella.
El indignado trata la información con rigor y se detiene para reflexionar sobre el juego. En un mundo indigno es probable que le den más palos a los indignados que a los indignos. Aún está mal visto unir la inteligencia con fútbol y mucho menos a éste con la cultura. No obstante, el indignado no ha de derrumbarse; la clave, supongo, que estará en tener fuego y pasión, en no perder el entusiasmo, una palabra preciosa que viene a significar poseer a los dioses dentro. Indica que en la travesía por el desierto no estarán solos. Tengamos ojos, poros y oídos abiertos y la conciencia despierta por la dignidad del deporte y del fútbol auténticos. En una entrevista con el subdirector del AS, Juanma Trueba, me explicó que para hacer una buena crónica había que encontrar nuestra propia voz. La voz ha de ser la del impertinente, nunca la del imprudente y siempre la del indignado. Periodismo no es un servicio, no son audiencias; es un derecho, son voces para los lectores.
Pienso como el poeta Luis García Montero que “el fútbol es lo más importante de las cosas no importantes”, pero es innegable el impacto que tiene el deporte rey en la vida de las personas y sobre todo en los jóvenes. Todos volvemos a nuestra infancia gracias a esos benditos 90 minutos. Los pequeños imitan a sus ídolos y, lamentablemente, hoy día se fomenta un mundo único para ganadores, no para luchadores y eso que, a veces, esos luchadores triunfan, como el Levante que está en Champions. Y si nos gusta tanto el fútbol es por ese encanto, por los versos escritos por el humilde rebelde desde la poesía de los sueños posibles.
El fútbol es también arma de futuro. No hay mejor ventana al mundo que la del balompié. Admito que uno de los mejores maestros que he tenido ha sido este lindo juego y mi aula más preciada para aprender de la vida sigue siendo la de este deporte. Esos niños no deberían crecer mediante la cultura del exitismo porque, un día, esos niños se harán mayores y será tarde para darse cuenta que admitir la derrota es la prueba donde se miden a los hombres. Los periodistas deportivos indignados deberían comentárselo a los indignos y a las altas esferas de la mercadotecnia de la comunicación. Por artículo o por twitter mediante 140 caracteres. Para algo deberíamos emplear estas tecnologías y no para aplaudirnos a nosotros mismos. Vivir en la histeria permanente puede traer consecuencias devastadoras.
* Alfonso Loaiza es periodista. En Twitter: @FonsiLoaiza
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