"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
Abatido tras el pitido final, Mascherano no encontraba consuelo en lo que asimilaba como una derrota sin revancha posible: “Va a ser muy difícil encontrar en otro campeonato las condiciones que tuvimos en este”. Era imposible definir mejor el encanto de una competición tan esporádica y tan frágil –una genialidad, un error arbitral o el más mínimo error individual o colectivo acaba con la andadura más brillante– que hace vulnerable hasta al equipo más compacto o al jugador más decisivo.
A falta de agotar su última bala en Rusia dentro de cuatro años –donde quizá ya haya consumado su evolución de ogro del fútbol mundial a jugador exquisito a la altura que su propia motivación le coloque–, Messi ya sabe que, como todas las leyendas, explicará su obra desde la derrota, desde aquel acontecimiento que le recordó al pueblo que era un hombre por mucho que se pasara su vida entera disfrazado de Dios.
Los documentales sobre Nadal en el futuro abrirán con su derrota ante Soderling en Roland Garros, que pondrá en perspectiva una década de dominio tiránico sobre la tierra batida. Los reportajes de Federer explicarán que jamás pudo ganar a Nadal en el torneo parisino y que si tiene un Roland Garros en su palmarés –como dijo Ivanisevic– “deberá agradecérselo eternamente a Soderling porque él jamás hubiera ganado a Nadal a cinco sets en tierra”. Y los de Messi relatarán que en 2006 su juventud y la inactividad producto de una larga lesión pesaron en que Pékerman le usara solo como revulsivo para las segundas partes –en el partido clave ante Alemania, ni siquiera eso–, que en 2010 un seleccionador con tanto carisma como pocas dotes en el oficio –es difícil que pueda enseñar algo alguien que como Maradona nunca necesitó que le enseñaran nada– sentenció un gran plantel, y que en 2014, con la peor plantilla de las tres pero con un entrenador de primera, estuvo a punto de copar todas sus aspiraciones con solo 27 años.
Las carreras frenadas en pleno auge por las drogas, la muerte o las graves lesiones (Maradona, Ayrton Senna, Ronaldo…) dejan en suspense cómo habría sido la decadencia de estas leyendas, tendiendo la mente del crítico a idealizar lo que podría haber sido el resto de sus carreras como si la inercia ganadora fuera infinita, por lo que las comparaciones con otros mitos que cerraron su carrera sin incidentes aludiendo a lo que podrían haber sido si dichas desgracias no se hubieran cruzado en su camino no dejan de ser injustas. ¿O que hubiéramos pensado si la carrera de Jan Ullrich hubiera terminado por cualquiera de estas circunstancias tras ganar su único Tour en 1997 cuando parecía que iba a dominar despóticamente el ciclismo mundial en los años venideros? ¿Y si Lleyton Hewitt hubiera dejado el tenis en 2002 con 21 años, dos Grand Slams, dos Masters 1000 y ochenta semanas como número uno?
Otros, como Michael Jordan, sí podrán explicar su reinado sin tener que mencionar un lunar, pero un sistema de competición que te permite tener tres días malos de cada siete –el modelo de playoffs de NBA refuerza poderosamente a sus estrellas– supone una protección incomparable a cualquier competición de K. O. en el fútbol. Desde que se abrieran totalmente las fronteras en el fútbol, con la Ley Bosman como último episodio, la vara de medir carreras de élite es la Copa de Europa, donde antes o después acaban jugando todos los buenos jugadores sin tener que agarrarse a la azarosa suerte de nacer en un país u otro o coincidir con una generación nacional mejor o peor, y donde una lesión te puede privar de una edición, pero tienes tiempo de disputar otras tres en el periodo en el que esperas para encontrar revancha en la Copa del Mundo.
El hecho de que el jugador más determinante de este siglo no tenga un Mundial sirve para traer el sano recuerdo de que el fútbol es un deporte de equipo, que el todo siempre será más que la suma de sus partes, que el debate sobre el mejor de siempre es tan entretenido como absurdo porque nadie puede dominar cien años de fútbol jugando solo diez, y que ponerle distintos escalones al Olimpo –donde Messi hace tiempo que descansa con los mitos que todos conocemos– solo falsea la inatacable realidad de que cada uno de estos elegidos mamó del anterior, sirvió de eslabón en la evolución de este deporte y dejó impronta para que sus sucesores se inspiraran en él.
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* Alberto Egea.
-Foto: AFP
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