Penúltima llamada

por el 22 enero, 2016 • 8:13

 

Suena el teléfono. Nadie lo coge. La época moderna en el tenis profesional no espera a nadie pero es tan respetuosa que se encarga de avisar, de dar un toque de atención a quien la hizo grande en tiempos pasados. Nuevos raquetas, nuevas pistas, nuevas pelotas, diferentes velocidades, distintos métodos. Ya nada volverá a ser como antes, pero es ley de vida, puro darwinismo que se impone en el deporte desde que este es deporte. O cambias o te cambian, o avanzas o te apartan; la mejora diaria no es suficiente,  la adaptación es el factor determinante. Rafael Nadal cayó en primera ronda del Open de Australia ante Fernando Verdasco tras cuatro horas y cuarenta minutos de batalla en la Rod Laver Arena y un espejismo de aquella semifinal que ambos protagonizaron en 2009 en esta misma pista pero con opuesto resultado. Esta vez no pudo ganar el mejor; sí el menos malo. Pero también el que arriesgó, el que intentó adaptarse al juego que hoy impera mientras soñaba con los ojos cerrados, golpeando a ciegas. No así Nadal, anclado en un estilo que ya no vende, que ya no carbura, que ya no funciona. Son muchos meses de llamadas no correspondidas. El martes en Melbourne, el último aviso.

«La derrota es muy dura para mí, obviamente. Especialmente porque no es como el año pasado que llegué jugando mal y sintiendo que no estaba listo para competir. Este año era una historia completamente diferente. Estuve jugando y entrenando muy bien y trabajando mucho. Es duro cuando trabajas tanto, llega un torneo y te vas temprano».

Es el análisis de Rafael Nadal tras caer eliminado, por segunda vez en su carrera, en el partido de debut de un Grand Slam. La expresión del hombre que salió de la pista empujado por los 90 golpes ganadores de su rival pero también por los 91 errores no forzados. Una cosa es evidente, él no es quien dirige sus encuentros. Al menos los más equilibrados, como ante Novak Djokovic en Doha, donde el serbio fue el único sobre la pista en conducir imparable hacia la victoria. El martes, aunque ante un vehículo de menor cilindrada, el balear volvió a cometer el mismo error en el cemento: entregar la iniciativa. Dos pasos por atrás de la línea de fondo, insistir en los intercambios largos, ver la red como última opción y claudicar con un servicio que se ha convertido en un filón para el rival. Verdasco, ante esta apetitosa invitación de entrenamiento, probó todas sus armas y la ruleta suerte acabó salvándole la vida, otorgándole la tercera victoria ante el manacorense en sus últimos cuatro duelos.

Pero esto no es la primera vez que pasa. Nadal acumula seis Grand Slams consecutivos sin pisar la final, algo que nunca le había sucedido a lo largo de su carrera. Ni siquiera en el comienzo, donde apenas tardó seis participaciones para verle levantar su primer Roland Garros. Kyrgios, Berdych, Djokovic, Brown, Fognini y Verdasco han sido las raquetas encargadas de sentenciar al ex número uno del mundo en sus contiendas más recientes, diversas categorías de jugador que revelan que esta línea catastrófica no es cuestión de azar. La disculpa, sin embargo, no cambia: «Hay que seguir trabajando». Este eslogan gusta al ver que un gran campeón mantiene la cultura del esfuerzo tras una gran decepción, pero empieza a cojear después de seis tropiezos al hilo. Algo se está haciendo mal. Los que le han visto entrenar aseguran que la intensidad y el acierto no se escapan a sus ojos. Tampoco la agresividad, el factor que más peso pierde en ese traslado del calentamiento a la pista oficial. Allí es donde Rafa abandona la seguridad y opta por antiguas estrategias, aquellas que le hicieron tocar el cielo hace más de un lustro. Esas mismas que hoy ya no sirven.

¿Y esto cómo se soluciona? ¿Es la derrota con Verdasco un hecho puntual o un nuevo eslabón de la cadena? No son pocos los que piensan que lo que necesita es una nueva voz en su círculo de trabajo, alguien que refresque sus ideas, que trace nuevas fórmulas, que enderece los defectos. Alguien que conozca tan bien su ADN competitivo que sea capaz de modificarlo, de mejorarlo. Estudiar la situación, analizar estadísticas, comparar registros, visualizar errores y trabajar sobre ellos. Incluso Toni Nadal empieza a abrir la puerta de par en par para la entrada de ese individuo que arroje luz sobre tanta duda. «¿Qué hemos hecho mal? Nos ha faltado más agresividad y capacidad de decisión para jugarse más bolas. Yo también tengo dudas pero la realidad es que estamos entrenando muy bien. Evidentemente entiendo que en el deporte lo que van por delante son los resultados y si uno tiene que hacer un cambio, habrá que hacerlo». Declaraciones tajantes y sin miedo a una inminente metamorfosis. Pasar la mano en más ocasiones puede ser una solución demasiado simple ante los hechos. Pero quizá suficiente para leer entre líneas.

La temporada de la ilusión, la que debía dejar atrás un annus horribilis, arranca sus primeras hojas con dos golpes de timón que han desviado un barco que suponíamos ya en la buena dirección. Primero en Doha y luego en Melbourne, dos desencantos que han frenado en seco el despegue del mallorquín. Opiniones hay muchas pero todas confluyen bajo el mismo techo: las palabras ya no convencen, hacen falta hechos. Evolucionar es la palabra idónea, el mismo Darwin firmaría esta pieza. Cambiar. ¿El qué? No lo sé, algo. Lo que sea, pero cambiar. Aunque salga mal, al final del camino de lo que más solemos arrepentirnos es de las cosas que no hacemos. Llevamos doce meses leyendo por unos y por otros que Nadal necesita cambiar su juego, adaptarlo a los nuevos tiempos, pero esa transformación no llega. Como bien ha dicho el propio jugador, el talento define a aquel que mejor sabe hacer una determinada actividad, a quien aprende a ajustarse a los acontecimientos y sobreponerse a las dificultades. No tengo dudas de que Rafa quiere y está preparado para dar el paso, pero los meses liquidan y el tiempo no espera a nadie. Suena el teléfono. Nadie lo coge. Vuelve a sonar.

* Fernando Murciego es periodista.




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