Son tantos los equipos que han marcado el camino, tantos los que han hecho sangre de los defectos y limitaciones del Manchester United, que cuando llega a Old Trafford una plantilla de un potencial ofensivo tan animal como la del Manchester City, lo verdaderamente arriesgado parece no arriesgar. Hoy por hoy cualquier idea a desarrollar por Moyes se queda corta ante la falta de calidad y confianza, se estanca por las lesiones, o los resultados obligan a cambiarla. Tal es el caos y tan débil la fe en lo que se entrena que la salida en tromba del Manchester City y el gol de Dzeko a los 43 segundos de partido hizo que la puesta en escena inicial cambiara, con un festival de desajustes, imprecisiones y despropósitos que hicieron de los primeros 25 minutos un aplastamiento citizen que no se acabó de reflejar en el marcador.
Moyes planteó de inició un 4-1-4-1, con Carrick como ancla, Cleverley y Fellaini como interiores, Welbeck y Mata en los costados y Rooney arriba como engañosa referencia. Pellegrini sacrificó un punta, una vez más Negredo, suplente en los últimos cuatro partidos que el Manchester City ha jugado lejos del Etihad (final de la Capital One Cup ante el Sunderland, Nou Camp, Kingston Stadium ante el Hull y Old Trafford), para meter un mediapunta, tener superioridad en mediocampo –que iba a ser numérica y posicional– y desde ahí empezar a ganar el partido. El City fue a la yugular de los de Moyes desde el primer momento, y en esos 43 segundos iniciales Rafael había bloqueado en última instancia un disparo de Silva –que había rajado de arriba abajo el centro de la zaga del United entrando como un cuchillo en mantequilla–, Fernandinho había servido a Nasri para que rematara al poste con todo a favor y Dzeko había recogido el rechazo de dicho disparo para anotar libre de marca. El aluvión ofensivo continuaba. En el espacio entre la espalda de Carrick y la pareja de centrales –lo que Ottmar Hitzfeld denominaba la zona roja donde se deciden los partidos– mediaba un solar donde se instaló Silva para manejar el encuentro a su antojo. El canario caía a ambas bandas indistintamente para mezclar con Nasri y ofrecerse y limpiar el terreno para las acometidas de Touré, que con la complicidad de Fernandinho pisaba el área con una facilidad insultante.
En defensa organizada, el Manchester United se fue ordenando con el paso de los minutos, pero sus errores en la salida de balón y los repliegues lentos y descoordinados hacían que la tribuna de Old Trafford fuera un manojo de nervios constante. Un resbalón de Ferdinand primero y un error en el despeje de De Gea después pudieron dejar el partido visto para sentencia, pero ni Silva ni Dzeko definieron.
Para entonces Moyes ya había cambiado al 4-2-3-1 bajando a Fellaini al doble pivote junto a Carrick, mandando a Cleverley a la banda derecha y centrando a Mata por detrás de Rooney. El Manchester City resultaba tener ese mismo problema de la distancia entre la línea defensiva y la medular, pero la presión de los visitantes, la falta de ideas para construir juego y lo cortito de fluidez que va Fellaini para jugar a uno o dos toques impedía explotar estos espacios y complicaba el abastecimiento de balones a Mata, que se contagiaba del panorama que ofrecía su equipo con una falta de presencia preocupante, obligando a Rooney a retrasar su posición y asumir el protagonismo que no lograba el burgalés. Es increíble cómo Rooney incluso cuando su equipo no ofrece nada, es capaz de dar sentido al juego, de ordenar una idea que no existe –o que ningún jugador parece conocer– a través de un pase entre líneas, de una conducción de balón o de un desmarque. La inspiración de Rooney es un esquema ofensivo entero, el motor de cada esporádica ocasión generada, que muere sin llegar a la orilla cuando no está Van Persie.
Acabó más entero el United en la primera mitad. Las internadas por la banda de Rafael habían dado profundidad al equipo, y precisamente de un centro suyo nació un remate alto de Mata que había supuesto la ocasión más clara de los locales en la primera parte, que se iban a vestuarios con la única sensación positiva de que el City les había dejado vivos de cara al segundo tiempo. Al descanso, Moyes quitó a Cleverley –desnortado en en lso primeros cuarentaicinco– para meter a Kagawa, que empezaría en la derecha. En la partida, Moyes regresaba al 4-1-4-1 inicial, volviendo Carrick a ejercer de mediocentro único, descolgándose definitivamente Fellaini, que ya había terminado la primera parte ocupando posiciones más avanzadas.
La pizarra de Moyes ya no podía tener más borrones. Ni menos soluciones. En los primeros diez minutos Pellegrini le examinó de balón parado y también le faltaron argumentos. El técnico chileno usó la receta de siempre: balón colgado al primer palo para ser peinado y rematado en segunda instancia. La primera vez prolongó Kompany para que Fernandinho la mandara alta en boca de gol; la segunda atacó Demichelis, que no llegó, y allí apareció a Dzeko para anticiparse a Ferdinand –horroroso en la marca–, firmar su doblete y poner el 0-2.
Tras el gol, el City se replegó trató de tapar agujeros y enfriar el partido. En el ecuador del segundo tiempo Moyes sacó a Fellaini para dar entrada a Valencia que ocupó el extremo derecho, retrasar 30 metros la posición de Rooney para que armara las jugadas, cambiar a Kagawa de banda y poner a Welbeck de ‘nueve’. Pellegrini respondió metiendo a Javi García por Navas, fortaleciendo así el centro del campo y escudando la espalda de Fernandinho y Touré, que tendrían barra libre para volar al área contraria.
Los jugadores del City captaron el mensaje con exceso de prudencia, recularon demasiado y el United atacó la portería de Hart. El portero inglés evitó el sufrimiento en el último tramo rechazando un precioso remate de espuela de Welbeck a centro de Rafael y, tras el susto, Pellegrini terminó de acorazar el equipo metiendo a Milner por Nasri, que se había ido disipando del encuentro tras un gran inicio. El United siguió siendo ese equipo plano e impotente hasta el final del encuentro, y Touré se dio el lujo de cerrar la victoria (0-3) en el último minuto con su 17º gol en Premier, que le convierte en el sexto máximo goleador de las cuatro grandes ligas –por detrás de Luis Suárez, Cristiano, Diego Costa, Messi y Sturridge–, una burrada para un mediocentro.
A la espera del regreso del Kun Agüero, el Manchester City sigue afinando la defensa, y desde que encajara aquel fatídico gol de Ivanovic en el Etihad suma más de 500 minutos imbatido en Premier. Los dos partidos encuentros en casa ante Stoke City y Aston Villa le pueden poner líder con tres puntos de ventaja sobre el Chelsea, pero el calendario que le aguarda es sin duda el peor de los cuatro aspirantes. Las cuatro salidas restantes ante Arsenal, Liverpool, Crystal Palace –que se jugará el descenso– y Everton en la penúltima jornada ejercerán de juez del torneo.
Mientras, el Manchester United parece desear con todas sus fuerzas que acabe la pesadilla en que se ha convertido esta temporada, donde hasta la ilusión que debería desprenderse de unos cuartos de Champions ha tornado en pánico ante la amenaza de humillación que llega desde Alemania. Old Trafford, donde ha ganado 6 de los 15 partidos de Premier disputados, ha sido el cementerio donde ha enterrado la temporada el Manchester United –fuera de casa es el mejor equipo del torneo–, que seguramente en la 2014/15 no tomará parte en la Champions por primera vez en diceciocho años, y veremos si lo hace en competición europea –marcha 7º a 5 puntos del 6º puesto, que asegura plaza de Europa League–, clave no solo para el prestigio del club, sino para que los fichajes que deben lavar la cara de esta plantilla en verano tengan un aliciente distinto al dinero para querer venir. Si como vigente campeón y disputando Champions se pinchó en hueso tanteando a Cesc, Thiago, Ander Herrera, De Rossi o Khedira el pasado agosto, mejor no imaginar el próximo mercado de fichajes si no se mete en Europa.
* Alberto Egea.
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