"Lo que equilibra a un equipo es la pelota. Pierde muchas y serás un equipo desequilibrado". Johan Cruyff
Nadie discute que el Barcelona vive de Messi, pero hay otros jugadores cuyo estado de forma incide directamente sobre el equipo. El de Pedro es un claro ejemplo: cuanto mejor ha estado el canario, mejor le ha ido al Barça. Es un hecho. Sus épocas más grises, por ende, han coincidido con los titubeos más acusados del plantel, como ocurre ahora.
A diferencia de la mayoría de jugadores, es complicado averiguar cuál es el estado de forma del canario solo con echar un vistazo a las estadísticas. Esto se debe a que Pedro basa su potencial, precisamente, en no aparecer. Está no estando. Cuando mejor juega es cuando no se le ve. Su esencia, resumiendo, es la del queso Gruyère: lo que gustan son los agujeros. La prueba definitiva de esta fenomenal paradoja está en la final de Champions ante el Manchester United, una de las obras cumbre del Barça de Pep. Concretamente en un dato que pone los pelos de punta: Pedro tocó en aquel partido dos balones, menos incluso que ambos porteros. Uno fue gol, el primero del encuentro. 90 minutos corriendo como un loco para tocarla, qué, ¿tres segundos? Efectivamente. Fue una muestra ejemplar de su fútbol subterráneo, aquel que no se ve pero circula con fuerza y brota fresco de sopetón, como el agua de los manantiales. Porque Pedro, aunque no esté, sí que aparece. Lo hace en ocasiones puntuales y definitivas. De lo contrarío, bastaría con sentarlo en el banquillo para que el Barça ganase todo los partidos. Pero no. El tinerfeño debe jugar y hacerlo a su manera: siendo protagonista apenas unos segundos. Por algo es, junto a Alexis, el jugador más gregario del Barcelona, que ya es mucho decir. Sus acciones y movimientos –que no su influencia– se diluyen ante los ojos del espectador y son más difíciles de apreciar toda vez que Messi atrae la atención hacía él como un vórtice furioso. De eso trata el fútbol del isleño: volar por debajo de los radares del contrario. El canario es indetectable como una pulsión. Se nota que late y poco más, que anda enredando por ahí, para aflorar en cualquier momento, ponerlo todo patas arriba y volver a esconderse bajo la piel, convertido de nuevo en sensación.
Consciente de no ser un prodigio técnico, toca el balón lo menos posible, que le suele quedar grande. Cuando lo toma parece conducir una pelota de playa. La cámara le coge en ángulos desde los que se ve el cuero inmenso y a él escondido detrás, como Chicho Terremoto. A veces la bola, de tan gorda, se le queda por el camino. Como le ocurrió en la semifinales del pasado Mundial, frente a Alemania, cuando no pudo marcar por enredársele el balón. Pedro activa el juego a partir del anonimato. Cuando está fino es capaz de moldear líneas defensivas desde la pura invisibilidad, como hace el aire caliente con las dunas de arena.
Sin embargo, a día de hoy, el canterano está ausente a la manera oficial, como cualquier futbolista que atraviesa una mala racha. Hace tiempo que no se deja ver, certero, durante los segundos importantes. Bien es cierto que ser flanco de Messi implica pasar desapercibido. El argentino tiraniza el fútbol de ataque y hay que currar para él –para el Barça, más bien–, pero eso el canario lo tiene asimilado desde siempre. Ante el Mallorca no estuvo el ’10’ y flotó en la delantera cierto aire de libertad. Pero era un partido menor y Messi va a jugar todo en cuanto esté listo. Pedro, entonces, debe correr a su lado con entusiasmo, aunque no la huela.
El canario sabe muy bien cuál su papel en el equipo y lo alejado que está del perfil de la mayoría de pesos pesados del club, que son casi instituciones en/de Barcelona. Asume que podría estar deambulando por Tercera o Segunda B de no haber mediado Guardiola. Es una certeza que le perseguirá siempre. Por eso no se le escucha y casi ni se le ve. Corre la banda con la sospecha de que si se para podrá reparar en él, no ya un defensa, que también, sino algo peor: un directivo del club.
Es necesario que siga en la sombra pero para aparecer, letal, cuando lo pida el partido. El Madrid ya señaló esta Champions hace tiempo, cree merecerla más que nadie y va lanzado a por ella. Sin tipos como él, el Barça ni siquiera podrá aceptar el envite. En su primer año y medio como profesional el equipo ganó el sextete y a él se le ocurrió marcar en todas las competiciones, quitándole así el precinto a una extraña y exótica marca en la que nadie había reparado hasta entonces. Luego la vio Messi y también la quiso, pero Pedro siempre podrá arrogarse la originalidad de haber sido el primero. Ese es el Pedro Rodríguez que necesitan los culés, el de los agujeros sabrosos.
* Jorge Martínez es periodista.
– Foto: FC Barcelona
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