No ha sido fácil ser Pedro León. Un chico tímido y reservado, con unas condiciones innatas para casi lo que se propusiera. Que pensó en ser bombero, que tenía piernas para ser ciclista como sus hermanos y que decidió correr por la banda, la de Míchel, un ídolo que acabó siendo el que mejor le entendió. Porque el muleño es una especie de cantautor que siempre estuvo cómodo tocando en las salas pequeñas. En esas en las que se puede mirar a la cara a la gente y en las que el entorno casi no tiene importancia. En esos conciertos, Pedro era feliz, consciente de que era “un privilegiado”, ha dicho muchas veces en la intimidad.
Muy joven, aprendió que ser futbolista también era un riesgo. Lo hizo en el Levante, en una etapa en la que sufrió lo que es no cobrar por su trabajo, en la que vio sufrir a compañeros y a él mismo en un espejo. Tras brillar en Valladolid aterrizó en Getafe, el lugar en el que fue el Pedro León que soñó. Allí perfeccionó el oficio de interior. Aconsejado por Míchel, que insistió mucho en potenciar sus virtudes. “El centro en carrera es medio gol, Pedro”. Ésa era una de las pocas cosas en las que debía crecer, y creció. Quizá más de lo que Míchel hubiera soñado. A eso sumó su golpeo innato, el que traía de su Mula natal, casi del vientre de su madre.
Aquel año lo jugó casi todo, anotó ocho goles y repartió nueve asistencias. Su Getafe se coló entre los grandes. Acabó sexto e hizo historia. Llegó su oportunidad, su sueño, su concierto de cantautor en un gran estadio. Era su momento. Su velocidad, su verticalidad y su golpeo no pasaron desapercibidos para Mourinho, el Real Madrid le esperaba. Sin embargo, en un partido en Valencia contra el Levante, Pedro León desatendió una orden táctica del portugués y, posteriormente, dejó entrever en la previa de un partido de Champions que iba a ser titular. Eso molestó tanto a Mourinho que lo relegó al ostracismo. Eso, y que el murciano le pidiese consejo a Míchel sobre su situación. Mourinho le sentenció a su manera: “Habláis de Pedro León como si fuera Zidane o Maradona”.
La historia ya la conocen: la música dejó de sonar en la cabeza de Pedro León. “Me sentía maltratado”. Le apartaron, entrenaba en solitario y acabó lesionándose. Estuvo cerca de la depresión. El sueño se desvaneció y se tornó en pesadilla. Desde entonces no ha vuelto a ser el mismo. Dos años en Getafe en los que se olvidó de Pedro León. Las lesiones se multiplicaron, disputó apenas trece partidos en la primera temporada y casi una treintena en la segunda. Retazos del jugador que fue; ni rastro de aquel chico que abría defensas como cuchillo en mantequilla. Solo el golpeo, esa magistral forma de pegarle a la pelota, seguía intacto.
En Getafe le han esperado, han sido pacientes; a Pedro León no le van los gritos, los aspavientos, le cura más la calma. Luis García ha insistido siempre: “Él es clave para nosotros”, ha dicho hasta cuando parecía arrastrarse, hasta cuando algunos getafenses le enterraron. El otro hombro en el que apoyarse ha sido el de Ángel Torres, que tiene fe ciega en él y que le ha consentido casi como a un hijo. Le ha dado tiempo, que era lo único que necesitaba.
Y Pedro, el chico tímido y callado con corazón de león que perdió a un hermano y se perdió a sí mismo, volvió a sentirse útil, grande, importante. En Getafe se le quiere, sin dobleces. En la retina quedan sus grandes tardes. En las últimas dos jornadas ha enseñado al jugador que fue. El que ganaba partidos, el decisivo, el del guante en la bota derecha. Se siente en casa, querido, quizá por eso en uno de sus goles agarró el escudo del Getafe con rabia y lo besó. Un gesto de agradecimiento para los que le siguen escuchando en su sala de siempre. Pedro León ha vuelto a sacar su guitarra, que suene la música.
* Víctor Gallo es periodista.
– Fotos: Javier Lizón (EFE)
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