Pedernera, ‘El Maestro’ de Di Stéfano

por el 21 mayo, 2012 • 9:27

El 28 de Julio de 1935, con sólo 16 años y ante Ferrocarril Oeste, Adolfo Pedernera debutó en River Plate como puntero izquierdo formando pareja con Carlos Peucelle. En el centro de la línea estaba el gran Bernabé Ferreyra: «Me marcó ‘Pechito’ Della Torre, a quien yo había admirado cuando era back derecho de Racing -rememoraría años después-. Recibí una pelota, amagué el centro de zurda y Pechito saltó. La enganché hacia atrás y amagué el centro con la derecha. Della Torre volvió a saltar y yo enganché nuevamente para centrar con la zurda. La hinchada de River deliraba. Terminé la jugada, me iba para el centro de la cancha y siento que alguien me llama. Era Della Torre. Y ahí, sin violencia pero con firmeza, me dio la primera gran lección que recibí en una cancha de fútbol: ‘Es bueno que tenga habilidad y la demuestre, pero burlarse de los contrarios le va a traer más problemas que ventajas’, me dijo. Y tenía razón. Me enseñó lo más importante que uno debe tener en una cancha: Respeto».

 

Tal cual, el párrafo de arranque ha sido extraído de referencia argentina. Destila ese respeto aprendido por El Maestro en la citada anécdota, esa veneración que aún le guardan, sea en su país, sea en el recuerdo de su discípulo más aventajado, Alfredo Di Stéfano, con quien coincidió en River y también en Millonarios, cuando Pedernera halló en Bogotá cobijo a su fragor sindicalista mal comprendido por la patronal, los clubs de su patria. ¿Merece Pedernera plaza en el Olimpo de los dioses? Ese paraíso formado por los nombres que todos sabemos y que, en segundo escalón, quizá de semidioses griegos, guarda una amplísima relación próxima al centenar de excelsos futbolistas. De Pedernera se dice, y no falta razón, que inventó el puesto de falso delantero centro, nueve de mentirijillas que no se conformaba con rematar, sino que colaboraba en la construcción, corría en apoyo de interiores y extremos y tejía paredes con el cómplice concurso de algún compañero de filas desde la actual posición de mediapunta, en sus tiempos aún muy distante de ser bautizada y reconocida como tal.

Adolfo Pedernera era de River, a carta cabal y fe ciega. Y un sabio, también. Según definición del propio personaje: “Es como si me preguntaran sobre el fútbol, sobre el deporte. River es eso: el fútbol, el deporte. Significó todo para mí. Creo que el nacimiento de un hombre en una institución equivale a mamá y papá. En River me parieron, en River crecí, en River me hice hombre”.  Y en los franjirrojos se inició escorado hacia la banda izquierda, hasta que el marcaje férreo de un defensor de San Lorenzo consiguió que todos, el interesado y sus mentores, comprendieran la necesidad de dar espacio ancho, horizonte y campo ilimitado donde desarrollar su talento. Atrás habían quedado dos cursos de bautizo en el Huracán, aún imberbe y casi preadolescente, equipo al que regresaría muchos años después, a punto ya de colgar borceguíes.

 

Pedernera fue la piedra angular de la celebérrima La Máquina forjada en el mejor River Plate de la historia, a la que volveremos, por fuerza, en otro artículo. José Manuel Moreno, Juan Carlos Muñoz, Adolfo Pedernera, Ángel Labruna y el recién fallecido Félix Lostau compusieron música para los enamorados oídos de una nación y la leyenda del fútbol mundial. Eran también conocidos como la delantera de la angustia por su inveterada tendencia, por su dichosa manía de ganar los partidos cuando a ellos les daba la real gana. Y si era en los últimos minutos, con el corazón de sus seguidores saliendo ya del pecho, aún mejor para el espectáculo. Se ha dicho y escrito que era Pedernera quien definía tan agónico estilo, fielmente plasmado como ideólogo en otra frase muy característica de su cosmovisión: «Ya no existe la bohemia de antes. Hoy el mensaje es: si ganás, servís; si perdés, no». Suerte que jugó cuando jugó. Si llega a despuntar décadas más tarde, quizá hubiera optado por la filatelia o el ajedrez.

Pedernera es un tango de Diéscepolo cantado por Gardel en la nostalgia desatada ante el recuerdo de aquella Argentina pletórica, a finales de los 30 y comienzos de los 40, cuando Europa empezaba a tejer su drama y Buenos Aires era la mejor capital europea, quizá un poco desplazada en el mapa. Adolfo alcanzó cinco campeonatos sudamericanos con River y dos Copas de América antes de coger los bártulos y largarse a Colombia, como ya comentamos en El Ballet Azul. Se cree que lo hizo directamente, de River a Millonarios, pero antes, artista del balón que conocía el precio de su talento, pasó una campaña al servicio de Atlanta a cambio de la barbaridad de un millón de pesos de la época. Ni imagino cuánto le puso Alfonso Senior, el factótum de Millonarios, sobre la mesa, pero si algo puede indicar, citemos los 200 coches y 25 autobuses congregados en el aeropuerto de Bogotá a modo de comitiva y comité de bienvenida cuando Pedernera puso allí pie para quedarse. Tan descomunal era la expectación, tan formidable la fama que le precedía.

Otra divulgada anécdota corrobora el prestigio de El Maestro, por si tal apodo no resulta ya lo suficientemente gráfico. A preguntas de un periodista que le inquiere si siente miedo antes de enfrentarse a los delanteros brasileños en su propio hogar,  justo antes de producirse el Maracanazo de 1950, el capitán de los uruguayos, el simpar Obdulio Varela, responde con cierto desdén: «¿Miedo?… Ustedes se olvidan que yo me enfrenté muchas veces con Pedernera… y como él, no hay nadie». Cuando a Di Stéfano le regalaban los oídos soltando zalamerías sobre su genial categoría, La Saeta Rubia acostumbraba a mantener los pies en el suelo y, de paso, volvérselos a bajar al interlocutor en levitación ante su presencia diciendo que Pedernera era un fenómeno, que él si valía la pena, que le había enseñado buena parte de cuanto sabía y que nunca vio futbolista igual, a pesar de haberlos contemplado por centenares. De hecho, en España se agrandó la estela de Pedernera por ser aquel a quien siempre mentaba el alma del Real Madrid.

 

No vale la pena divagar sobre la justicia de su mito, si queda corto o muy corto, o qué habría sucedido de aventurarse por Europa e, incluso, de haber permanecido aún más tiempo en River Plate, donde lució su remera en 285 partidos oficiales, con 131 goles firmados. A la que apareció en el vestuario El Feo Labruna, goleador redomado, Pedernera se quedó más atrás para reinventarse como cerebro y pasador de la banda, con especialidad en el lanzamiento en diagonal que dejara al compañero franco ante puerta y al defensa, muerto, con la espalda pillada. Con Millonarios, donde aterrizó cumplida ya la treintena, firmó 33 en 81 actuaciones, muchas metido ya en doble función de futbolista y entrenador. Cómo sería su intachable fama que, en su hoja de servicios en calidad de míster, figura Boca Juniors, nada más y nada menos que Boca y note como le guiñamos el ojo. También, la banqueta de la selección colombiana, la argentina y San Lorenzo. En cambio, nunca llegó a dirigir River. Alguna explicación habrá.

Tocado por la varita de los predestinados, quiso siempre jugar a futbol de manera coherente a su filosofía, a ras de suelo, como pedía Don Alfredo cuando aleccionaba a sus futbolistas y discípulos con aquella frase, tan suya, de “el balón, al pasto”. Convertido en técnico, Adolfo Pedernera pronunciaría una deliciosa perorata que roza lo portentoso, un aspirante a aforismo inolvidable: “El partido es difícil y podemos perder, pero no quiero que renuncien a jugar ni que rifen el balón. No quiero que los diarios del lunes digan que don Adolfo tiene un equipo de ateos, que quisieron matar a Dios a pelotazos». Qué diablos se puede decir más de El Maestro….

 

* Frederic Porta es periodista y escritor. En twitter: @fredericporta




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