"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
Pensaba escribir sobre las interesantísimas variantes tácticas que se dieron en el duelo en París, pero tras palpar el ambiente observo que la preocupación no es esa. Nunca lo es, de hecho, pero en esta ocasión impera una constante entre el barcelonismo que creo que merece la pena tratar: “con Guardiola, esto no pasaba”. “Con Guardiola, no había estos altibajos en el juego”. “Con Guardiola, no había cabida al azar”. En definitiva: “con Guardiola, todo era maravilloso”.
Los seres humanos tenemos una curiosa tendencia a pensar que todo tiempo pasado fue mejor, a borrar de nuestros recuerdos los eventos negativos y aumentar la grandeza de los positivos. Ello provoca un estado de insatisfacción permanente, pues, se haga lo que se haga, nunca se podrá alcanzar el nivel de ese pasado idealizado. Todo será peor, o así nos lo parecerá, y nunca seremos felices. Así, un presente que no es peor que el pasado sí nos lo parece. Mientras que, cuando sí que es peor, la sensación de empeoramiento aumenta enormemente.
Todo esto se agiganta cuando sucede respecto a una temática irracional, y el fútbol tiene mucho de ello. En general, de las victorias pasadas sólo se recuerdan las fortalezas, mientras que de las derrotas, por inmerecidas que fueran, sólo quedan en la memoria las debilidades. Por eso, del enfrentamiento entre Chelsea y Barcelona en el 2009 se recuerda el golazo de Iniesta, el coraje de un equipo que no se dio por vencido o, incluso, el fervor pasional que Pep jamás recobró. Mientras tanto, del cruce entre los mismos equipos en el 2012, en clave barcelonista, permanecen en la retina las dificultades para defender a un hombre boya, el descenso del rendimiento de Messi cuando se enfrenta a un gran rival acorazado o la incapacidad para sacar provecho de una situación de superioridad numérica. En cambio, nadie –o casi– recuerda que el Barça 2012 fue mucho mejor que su versión anterior, o que el Chelsea de Hiddink hizo las cosas infinitamente mejor que el de Di Matteo.
Está claro que este Barça es peor que el de las tres primeras temporadas de Guardiola. Que no juega igual de bien, que hay más posibilidades de que pierda. Aquel Barça no volverá. Porque no volverán aquel Xavi, aquel Villa, aquel Puyol, aquel Abidal… Y, por qué no decirlo, porque Pep no volverá. Sin embargo, que este equipo no sea aquel de matrícula de honor, no significa que sea malo ni tampoco que aquel fuera perfecto. No siempre pudo vencer al azar, no siempre fue mejor que su rival, ni siquiera siempre jugó bien.
El partido realizado por el Barça en París no estuvo por debajo de la media de los disputados fuera de casa en la ida de eliminatorias de Champions League en temporadas anteriores. Estos son los resultados que se cosecharon: 1-1 en Lyon, 1-1 en Stuttgart, 2-2 en el Emirates, 3-1 en el San Siro, 2-1 en el Emirates, 0-2 en el Bernabéu, 1-3 en Leverkusen, 0-0 en San Siro y 1-0 en Stamford Bridge. No es que todos los resultados fueran injustos ni que todos los rivales fueran superiores que este PSG, precisamente.
Y es que, la idealización de un pasado ya de por sí glorioso, ha llevado a un nivel de exigencia infernal. Empatar con goles, pudiendo haber perdido pero sin haberlo merecido en ningún caso, ante un súper equipo del que forman parte varios de los mejores profesionales del mundo en su puesto -incluido su entrenador-, en su estadio y teniendo bajas decisivas, jamás puede ser negativo. Para ningún equipo. Ni para el Barça de Pep, el cual protagonizó varias noches bastante peores ante algunos rivales muy inferiores arriba citados, ni para este.
Para más inri, el hecho de haber encajado los dos goles en circunstancias en las que el azar fue extremadamente adverso es visto como un signo de mayor debilidad. Que antes no había lugar para el azar, se dice. Por citar dos ejemplos, revisen la ida de las eliminatorias de torneos coperos de los que el Barça fue apeado en el 2010.
Por supuesto, todas estas conclusiones se sacan en un contexto global concreto que atañe a una trayectoria, y no a un solo partido, de la que se puede inferir que el nivel de juego de este Barça es inferior. A partir de este punto, cómo no, es legítimo señalar las áreas en las que se ha empeorado, incluso afirmar que la realidad podría ser mucho más cercana a aquella de lo que es.
Pero, para poder hacerlo, no hagamos mejor de lo que ya fue aquella realidad, porque de este modo toda exigencia será desproporcionada: la perfección ni ha existido ni existirá. Una vez asumida aquella realidad tal cual fue –de matrícula de honor, pero no perfecta–, veamos cuál es la actual. Y, porque sea peor, no pensemos que es mala. Porque no sólo es que en París nada más fuera exigible, sino que todo lo demás –baches incluidos– entra dentro de una dinámica que oscila entre el notable y el sobresaliente.
Si se mira lo que hay sin mirar lo que hubo, más allá de las eliminaciones en los dos torneos menos importantes de la temporada –en las que el azar también jugó su parte–, la situación no es mala en absoluto. Al contrario, es muy buena. Se ha competido en todos los torneos, habiendo ganado virtualmente el más importante –no es que yo diga que lo es, es que lo dicen Tito y Mou– prácticamente en diciembre. Pero, para poder verlo, hay que olvidar el pasado. Tan sólo eso. Para ser feliz, tan sólo hay que olvidar el pasado.
* Rafael León Alemany.
– Fotos: Franck Fife (AFP)
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