Oscilar entre la consideración y el descarte ha transformado al fútbol argentino en un circo histérico. Un par de buenos resultados pueden colocarte en el primer lote; un par de derrotas te condenan al destierro. Los vaivenes son tan pronunciados que armar un proyecto deportivo se antoja osado, ni hablar de pretender consolidarlo, eso ya sería ciencia ficción.
La intolerancia deformó los parámetros de lo bueno y lo malo. Mucho más todavía si la actualidad te propone desarrollar una competencia de cuatro meses dividida por zonas y en 16 jornadas. No hay respiro ni margen de error.
En medio de este escenario, San Lorenzo de Almagro apostó por un entrenador novel, pero de un estilo, al menos, particular. La dirigencia eligió a Pablo Guede, iniciado en nuestro ámbito, pero desarrollado en otro más benévolo a la adversidad, para reemplazar al veterano Edgardo Bauza, hacedor de la gesta deportiva más importante de la historia del club: la obtención por primera vez de la Copa Libertadores.
«Mi paso por España me hizo ver al fútbol realmente como un juego, como un deporte donde no toda la vida podes ganar, sino que podés ganar, perder o empatar y eso te da otra perspectiva. Te deja arriesgar más de la cuenta y yo creo que me hizo ver otro fútbol, porque son muchos años allá y entendí que esto es un espectáculo». Así se presentaba el exjugador del Málaga ante la prensa especializada.
De inmediato, más allá de los buenos antecedentes recientes en el fútbol chileno, el exigente ambiente midió con escepticismo su capacidad considerando que las diferencias entre un fútbol y otro eran muy pronunciadas y que una entidad tan importante podía desbordarlo. Pocos moderaron el discurso con paciencia: Guede había sido condenado antes de que su proyecto se pusiera en marcha.
Los primeros pasos enunciaron un contenido, una forma. Un equipo acostumbrado a pararse cerca de su portero y a jugar al trazo largo comenzó a diseñarse a partir de la tenencia del balón. Un método asociativo ordenado desde el elemento y coordinado en bloque para no disgregarse. Todo bajo una táctica compuesta por cuatro defensores, un medio de corte defensivo delante de ellos, una línea de tres jugones y dos puntas (preferentemente uno por banda y otro por dentro). El esqueleto se compuso de futbolistas de mucha trayectoria elegidos especialmente para el sistema: Marcos Angeleri (Málaga), Fernando Belluschi (pasado en River Plate), Paulo Díaz (dirigido por el entrenador en Palestino), Pedro Franco (selección de Colombia) y un wing talentoso como Ezequiel Cerutti contratado de Estudiantes de La Plata.
El tradicional certamen del verano sudamericano marcó el puntapié del ciclo. Dos derrotas y un empate fue la cosecha de un comienzo sombrío en resultados, pero valioso para engordar la idea. La caída frente a Huracán fue la más dolorosa, ya que los azulgranas propusieron y generaron más que su rival, pero la pegada de Daniel Montenegro (exjugador del Real Zaragoza) y un par de contraataques definieron el pleito. Volvieron los fantasmas y se acercaba un duelo fundamental para la credibilidad externa: la final de la Supercopa Argentina contra Boca Juniors. Pablo Guede afrontaba su primer gran examen. Por contexto y rivalidad se imponía no fallar.
La necesidad de coronar o mensurar proyectos por la obtención o no del objetivo trazado vivió un nuevo episodio en el estadio Mario Kempes de la popular ciudad de Córdoba. San Lorenzo vapuleó a los xeneizes en el score (fue 4-0) y en lo estratégico. Pudo someter a su rival a un asfixiante ahogo en el centro del campo, presión acompañada de una movilidad alocada y una contundencia rotunda. Además, su valla no fue vulnerada y acalló a quienes criticaban la metodología por ingenua y poco equilibrada. La batalla del convencimiento fue el verdadero logro hacia afuera y también hacia las entrañas del plantel. Solo habían pasado cuatro partidos de gestión.
«Quiero que mi equipo sea insoportable», mencionó el entrenador antes del inicio de la competencia local. Hasta aquí, los suyos han sumado tres victorias y dos empates y se han convertido en el equipo grande de mejor renta en el certamen. Esa cosecha se acompaña con un sello bien definido. Mirar un encuentro de San Lorenzo es ver líneas cercanas, una defensa subida y predispuesta al mano a mano en ataque, a laterales ventilando según pida la jugada. Es observar a un mediocentro equilibrista de buen primer pase y a tres medios ofensivos conviviendo en un mundo simétrico y movedizo. También comprobar que los extremos gozan de buena salud y que el referente de área puede salir de su hábitat para involucrarse en el armado ofensivo. Al mismo tiempo comprender que el balón es el hilo conductor de las piezas, esas que avanzan juntas y arropadas a su compás.
Un conjunto con identidad que, una vez más, se ríe de las sentencias en el fútbol, esas supuestas verdades nacidas desde una autosuficiencia dañina que rotula según los resultados y sus implicancias. Esos pensamientos prácticos que con Guede ya han perdido el pleito.
* Fabián Godoy es periodista.
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