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Owen no pudo volver a casa

por el 18 septiembre, 2012 • 0:30

El estadio Geoffroy-Guichard de Saint-Étienne acogía el primer gran duelo del Mundial de Francia. El 30 de junio de 1998, Argentina e Inglaterra se citaron de nuevo en la lucha, como en las Malvinas, como en el estadio Azteca, otra vez cara a cara, esta vez, por un puesto en los cuartos de final. Los albicelestes cumplieron con sus deberes en la fase de grupos, ganando con comodidad a Jamaica y por la mínima a Japón y a la Croacia de Suker y Boban, a la postre meritoria tercera clasificada. Argentina cumplió con su parte, pero como premio le tocó bailar con una compañera no precisamente atractiva, Inglaterra, que dejó sin hacer parte del trabajo en la segunda jornada, cuando cayó contra Rumanía, y tuvo que conformarse con meterse en la siguiente ronda como segunda de grupo.

 

Como se esperaba en un primer momento, el partido gozó de la tensión propia de los enfrentamientos entre dos países que se repudian. Lo que quizás sorprendió fue el rápido movimiento en el marcador. Claudio López se internó en el área inglesa, controlado por Gary Neville que se sorprendió por la torpe salida de Seaman para derribar al delantero del Valencia. El árbitro señaló el punto fatídico y Gabriel Omar Batistuta superó al cancerbero gunner, a pesar de que rozó el balón con la punta de los dedos.

Aquel partido supuso el descubrimiento para muchos y la confirmación para otros de un chaval de 18 años que jugaba de delantero en el Liverpool y apenas superaba los 170 centímetros de estatura. Michael Owen (Chester, 1979) lideró a Inglaterra durante los 90 minutos reglamentarios y los eternos 30 minutos extras. Pero tan sólo necesitó ocho de esos minutos para deslumbrar al mundo entero. Encaró a la defensa argentina y dando muestras de una sangre fría y picardía incomparables, Owen se dejó caer dentro del área ante Roberto Fabián Ayala, que ni siquiera lo tocó. El árbitro picó y Shearer puso el empate.

Pero Owen no pasó a las hemerotecas y videotecas del todo el planeta por su piscinazo, sino por cómo controló con la espuela un pase de Beckham para orientarse el balón hacia la portería argentina, ganar a Chamot en velocidad, romper la cadera y la autoestima a Ayala, y aún en carrera poner el balón en la escuadra más lejana de la portería de Carlos Roa. Y todo eso a una edad a la que todavía no le estaba permitido ni siquiera comprar alcohol en su ciudad natal, Chester, una localidad en el lado sur del río Mersey, a unos 45 kilómetros del barrio de Everton, en Liverpool.

El apellido Owen ya era conocido en la ciudad de los Beatles mucho antes de que el propio Michael entrara a formar parte de las categorías inferiores del club red. Terry Owen, padre del pequeño delantero, se formó como jugador en el Everton, con el que llegó a jugar en la First Division a finales de los 60. Después pasó por varios equipos, aunque donde alcanzó su plenitud fue en el Chester City, donde jugó de 1972 a 1977. Con un padre criado en el Everton, era inevitable que Michael comenzara a sentir el color azul de los toffee desde que tenía uso de razón. Además, se enamoró futbolísticamente de un delantero que marcó una época en solo un año en Goodison Park: Gary Lineker.

Owen llegó incluso a probar en el Everton durante algunas semanas, pero no encontró su sitio. Como no podía ser de otro modo, probó en el otro equipo de la ciudad, el Liverpool, con mucha más suerte. Y allí se quedó por la buena relación que mantenía su familia con Steve Heighway, uno de los responsables de las bases del club de Anfield Road. Al momento de elegir el club en el que inscribirse, Michael convenció a su padre Terry para que fuera el Liverpool, con la lógica inconformidad del progenitor.

Su progresión en la cantera del Liverpool fue vertiginosa, siendo admirado desde muy joven y llamado a ser una gran estrella en los años venideros. No tardó en dar la razón a los que hablaban maravillas de su juego y su capacidad goleadora cuando a los 17 años Roy Evans decidió darle la alternativa en la penúltima jornada de la Premier League 96-97 ante el Wimbledon. Salió del banquillo para tratar de dar la vuelta a un marcador adverso y mostró el camino de la remontada para convertirse en el goleador más joven de la historia del Liverpool, aquel día en Selhurst Park. Eso sí, su gol no fue suficiente y su equipo acabó perdiendo ese partido.

 

La intención de Evans era la de ir introduciendo poco a poco al chaval en la dinámica del primer equipo para no forzar su maduración, para dejar que fuera creciendo a un ritmo adecuado. Pero la inesperada lesión de Robbie Fowler obligó al técnico red a contar más de lo que tenía previsto con Owen. Y más que ser un problema, o una mera solución, fue un descubrimiento único y prodigioso. Owen disputó 44 partidos oficiales con el Liverpool, marcando 23 goles, 19 de los cuales en la Premier League, cantidad que le valió para superar a todos los otros delanteros de Inglaterra y convertirse en el máximo goleador de la competición. La llamada con los Three lions era obligada y se convirtió en un fijo de las convocatorias de la selección, lo que le permitió disputar aquel Mundial de Francia.

Su magnífico tanto a Argentina no ha sido el más importante en la historia de la la selección inglesa; de hecho, no sirvió para mucho más que el disfrute del común espectador inglés, ya que antes del descanso Javier Zanetti empató con uno de sus cinco goles con la albiceleste. Después, la tanda de penaltis. Michael Owen no se escondió, pidió responsabilidad y se le concedió uno de los lanzamientos, el cuarto de Inglaterra. Con una sangre fría propia de los valientes y atrevidos jóvenes, mandó el balón a la mismísima escuadra, donde rebotó para entrar a saludar a la red de Roa. El mejor disparo de la tanda no sirvió de nada cuando David Batty falló el último. Inglaterra volvía a caer en los penaltis, como casi siempre.

La cúspide de la carrera de Owen llegó tres años después. En 2001, el Liverpool cumplía once años sin ganar la liga inglesa, de la que había sido dominador absoluto durante gran parte de la historia del país que inventó el fútbol. Sin embargo, aquel año nadie se acordó de la mala racha en la gran competición doméstica. Cinco copas llegaron a las vitrinas de Anfield: la Carling Cup, la FA Cup, la Copa de la UEFA, la Community Shield y la Supercopa de Europa. En aquella final de la UEFA, histórica por el resultado (5-4), la tensión y el rival (el mítico Alavés), Michael Owen no pudo marcar. De hecho, no llegó a disfrutar (o más bien a sufrir) la impresionante prórroga ya que fue sustituido antes. Vio desde el banquillo cómo Jordi Cruyff les quitaba la gloria que estaban a punto de tocar en el último minuto. Pero también estalló de alegría cuando Delfí Geli peinó hacia su propia portería el ‘Gol de Oro’. La gran temporada del Liverpool y su papel protagonista en todas las competiciones le valieron a Michael Owen para que France Football lo nombrara mejor jugador de Europa y le entregara el ‘Balón de Oro’.

 

Pero quién le iba a decir a Owen que el año que decidió cambiar al equipo de toda su vida por el Real Madrid iba a ser el del retorno del Liverpool al cetro europeo. Cómo iba a saber Owen que no sólo no ganaría la Champions League con el Liverpool, sino que desde ese momento su carrera se iba a hundir como el Titanic en el Atlántico Norte. Aunque tuvo el mejor promedio goleador de toda la Liga española, Owen no acabó de asentarse en el Real Madrid. Su vida en la capital del reino no era cómoda, tenía un papel secundario en una delantera copada por Raúl y Ronaldo y sólo estaba por delante de Fernando Morientes, que a mitad de curso hizo el camino contrario y vistió el rojo (en Mónaco).

Florentino Pérez aseguró que fue una gran operación la que llevó a Michael Owen al Newcastle United, de vuelta a la Premier League. Lo había contratado un año antes por 12 millones de euros más el traspaso de Antonio Núñez y lo vendió por 24. Un negocio redondo, según el máximo mandatario blanco. Visto así, puede ser que hasta saliera bien, y más cuando después Owen estuvo fuera de las canchas durante año y medio por diferentes lesiones de gravedad. Florentino confió el puesto a Ronaldo, en clara progresión negativa, en vez de darle cariño, estabilidad y responsabilidad a Michael Owen. Quién sabe, si hubiera sido al revés quizás Owen seguiría ahora en el Real Madrid, o se habría marchado hace pocos años por la puerta grande como uno de los mejores delanteros de la historia. Sólo con mantener sus números goleadores de aquella temporada 2004-05 le habría bastado para conseguirlo.

 

Pero no podemos cambiar la historia. Owen se fue al Newcastle y el destino le tenía preparado un arduo recorrido por los mejores hospitales de Inglaterra que acabaron paso a paso con su carrera en la élite. A St. James’s Park volvió para jugar dos temporadas a un buen nivel, incomparable al de sus mejores años, pero le valía para seguir yendo con la selección y tener un cartel más que aceptable entre los grandes de Inglaterra. De hecho, cuando los magpies se fueron sorprendentemente a la Championship, el Manchester United lo repescó para darle el ‘7’ que había dejado libre Cristiano Ronaldo.

Sí, el United. El máximo rival histórico del Liverpool, el club donde creció, que a su vez era, es y será enemigo a muerte del equipo de sus amores (infantiles, al menos), el Everton. Tras tres años viéndolas venir en Old Trafford, disfrutando con los partidos de la FA Cup contra equipos de regional (eso sí, su promedio goleador seguía siendo alto), Owen se quedó sin equipo. Dos meses de soledad le podrían haber hecho plantearse muchas cosas: la retirada, irse a un país exótico al estilo Del Piero, bajar de categoría y jugar en Segunda, donde todos se daban tortas por ficharlo… o fichar por el Everton.

 

La prensa inglesa dio casi por hecha la llegada de Owen a su lugar natural: Goodison Park. Owen estaba encantado, podía ir a un equipo que aspira a disputar competición europea y donde podría jugar con cierta regularidad. Pero el Everton le cerró las puertas. No pudo volver a casa y tuvo que conformarse con lucir el ‘10’ del Stoke City. Owen está ante su última oportunidad en la élite, en un equipo en el que será una de las estrellas. Si los promedios goleadores de su carrera se mantienen, el Stoke habrá hecho el negocio del año.

 

* Jesús Garrido es periodista. En Twitter: @jgarridog7

– Fotos: Ian Hodgson (Daily Mail) – Reuters – EFE




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