Hay días de sol y días de sombra. Hoy no está Messi: toca sombra. Pienso en lo que diría Johan si no impartiese doctrina pecuniaria por tierras mexicanas y se me ocurre una frase probable: si no está el mejor, juegas con los otros. El Flaco siempre fue así: de tan sencillo suena revolucionario, como cuando recomendaba no ceder saques de esquina si tú eres bajito y el rival un bigardo poderoso. No está el mejor, así que jueguen los otros, que no son mancos precisamente, como vimos el miércoles cuando se juntaron varios de ellos, bajo camiseta celeste, para torpedear a Venezuela por tierra, mar y aire.
En un equipo estructurado alrededor del rey Messi, su ausencia puede interpretarse como un drama, pero no parece que sea el caso. De hecho, con él en el campo el Barça pierde ortodoxia para ganar genialidad. No es una permuta que pueda discutirse: Messi es el monstruo de las galletas vestido de Superman, así que ni una mísera mueca merece semejante ausencia. Pero sin él, veremos un juego de posición más ortodoxo, menos volcado hacia su foco. Para una situación de apuro, el equipo no podrá contar con su efecto desatascador, esa capacidad genuina de abrir latas en momentos y espacios insospechados, echándose la responsabilidad a la espalda como quien lame un helado en verano. Si me dieran a elegir mil versiones, mil veces elegiría jugar con Messi antes que sin él, por chupón que sea y será y por hetedoroxo que convierta el recorrido coral del colectivo. No importa: es la luz más poderosa del universo fútbol.
Si la ausencia del comodín Messi es, sencillamente, irreemplazable, la de Busquets otorga al entrenador dos alternativas interesantes y opuestas: o recurre a Mascherano para la posición de mediocentro, la suya natural pero en la que no ha jugado ni diez minutos de categoría con el Barça (al revés que como central corrector, un lujo persa); o recurre al viejo 4 de La Masia, se llame Jonathan dos Santos o incluso Xavi Hernández, expertos en recibir de costado con su pierna exterior y orientar con la otra en un palmo de terreno. La primera opción se adecuaría a esa confianza que Guardiola siempre demuestra en el jugador argentino; la segunda sería una vuelta de tuerca más por la ortodoxia del juego. Sin Messi ni Busquets, con una legión de medios parecidos entre sí, pero ninguno igual a otro, un 4 bajito y luciérnagas revoltosas a su alrededor, podemos recuperar un Barça “antiguo”, más purista en su formato. A falta del eje gravitatorio de Busquets y la pistola humeante de Messi, veamos el partido de hoy como una oportunidad a esa ortodoxia. Un día al año, no hace daño.
* Publicado en Sport (3-III-2012)
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