"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
Érase una vez un circuito de tenistas profesionales que anhelaban construir una categoría de torneos de gran importancia que escoltaran con grandeza a los Grand Slams pero sin llegar a discutir su magnitud. Era 1990 y la ATP reunió a las nueve pruebas más relevantes del Grand Prix Championship Tour Series (así se conocía por aquel entonces). Aquello que empezó llamándose Championship Series pronto cambiaría a ATP Super 9. Y luego a ATP Masters Series. Hasta que por fin, en el año 2009, recibieron la denominación de ATP Masters 1000, debido a la cantidad de puntos que percibe el ganador. Este grupo de certámenes, producto de la época más contemporánea de nuestro tenis, han ido cobrando prestigio con el avance del calendario, disfrutando de las mejores raquetas del panorama internacional y generando récords que se han visto descosidos con la llegada de un hombre nacido en Belgrado hace casi 29 años. Él es Novak Djokovic, el jugador con más torneos de Masters 1000 de la historia de este deporte. En apenas una década, el serbio no solo se ha ajustado a la jungla que se encontró en sus primeras participaciones, sino que ha entendido que solamente en el aprendizaje y la evolución estaban los ingredientes para acomodarse en lo más alto de la pirámide. Hoy, ya no hay nadie que discuta su condición.
La crónica de los Masters 1000 debe contarse bajo la sombra de cuatro leyendas del tenis. La primera es Andre Agassi. El chaval Las Vegas fue durante muchos años el gran estandarte en este tipo de torneos, reinando en la categoría hasta la llegada de las nuevas generaciones. Nos referimos, obviamente, al aterrizaje en el vestuario masculino de Roger Federer. No fue hasta 2002, en Hamburgo, cuando el suizo conquistó su primer título en la categoría, derrotando a Marat Safin en sets corridos. Por aquel entonces, Agassi contaba con 14 entorchados de Masters 1000, líder absoluto del terreno. Con trabajo y talento, el de Basilea fue negociando una remontada, sin prisa pero sin pausa, que no tomaría forma hasta que en 2011, casi diez años después, cuando bajó el telón de la temporada con 18 coronas en el rango, superando en una unidad las 17 con las que Agassi había colgado la raqueta. Los más distraídos pensarán: “Tenemos nuevo rey”. Pobre Roger. En ese reemplazo de poderes entre helvético y estadounidense se había abierto una tercera vía, un carril de aceleración cimentado en 2005 que significaba una doble sucesión en el trono. Este dato que voy a exponer quizá sea tan chocante como desconocido, pero veraz. Federer jamás llegó a liderar la tabla de campeones de Masters 1000 en solitario, nunca. Sus 18 trofeos al finalizar el curso 2011 quedaban ya eclipsados por los 19 de un marciano llamado Rafael Nadal.
¿Y dónde entra Djokovic en toda esta historia? El serbio todavía peleaba consigo mismo para obtener un papel protagonista en la escena. No fue hasta, precisamente 2011, cuando su carrera deportiva cambió el desencanto por la fantasía, un calendario sensacional para sus intereses donde había destrozado el epíteto más conformista y desolador que le habían repetido hasta ese momento: “Lo siento chico, no has nacido en la época oportuna”. ¿De verdad? ¿Tan malo era coincidir con Roger Federer y Rafael Nadal en el camino? ¿Por qué no enriquecerse de sus habilidades en vez de resignarse a ser una tercera bala? Con la madurez abriéndose camino ante la duda, la mente del serbio acabó optando por la primera opción. Se cayó muchísimas veces ante este doble pared, cierto, decenas de finales y semifinales desafortunadas por verse inferior a los dos capos de la industria, pero en cada derrota fue dejando una huella, una muesca en su hormigón. El balcánico estaba aprendiendo a perder para entender cómo ganar. Aun con todo, todavía estaba lejos de su objetivo. Español y suizo dominaban con mano de hierro la cúpula del tenis y apenas dejaban cabos sueltos para sus perseguidores. El 2013, con un Nadal recuperado milagrosamente de su lesión, nos dejaba los siguientes números en la categoría: Rafa, 26 Masters 1000; Roger, 21 Masters 1000; Novak, 13 Masters 1000.
Parece una broma ver cómo en tan poco tiempo pueden cambiar tanto las cosas. O cambiar tan poco. La franja 2014-2016 ha supuesto lo que ya se conoce como la Era Nole. Ahí están los datos. Nadal apenas pudo sumar un título más (y fue por retirada de Nishikori en Madrid). Federer, ya inmerso en la treintena profunda, se ha visto desplazado del segundo escalafón. Y Djokovic, otrora ejemplo del sometimiento más implacable, ha ido ocupando terreno semana tras semana hasta clavar sus pies en la cima de la montaña. Doce cetros capturados en sus últimos 18 intentos le han catapultado hasta los 28 Masters 1000, más que ningún otro jugador en la historia. En su registro luce ya ser el hombre con más trofeos en una sola temporada (6 en 2016) y el de más partidos por el título (8 en 2015). En la actualidad mantiene una racha de once finales consecutivas (de París 2014 a Miami 2016) después de granjear, por tercera vez en su carrera, cuatro conquistas ininterrumpidas. De las nueve plazas que conforman la categoría, Djokovic puede decir orgulloso que nadie obtuvo más gloria que él en cinco de ellas: Indian Wells (5), Miami (6), Canadá (3), Shanghai (3) y París (4). Nadal sigue manteniendo su gobierno en la arcilla de Montecarlo (8), Roma (7) y Madrid (4). Mientras que Federer, figura ya secundaria en cuanto a este tipo de torneos, solamente goza de primacía en Cincinnati (7). Curiosamente, la única pista donde el serbio nunca pudo salir a hombros.
Pese al título que encabeza esta pieza, ya han podido ver que aquí no se trata en ningún de momento de samba, los carnavales o del virus del Zika (aunque este último daría para firmar un buen dossier). Pero sí cabe recordar uno de los refranes más antiguos del universo que, curiosamente, nació en Brasil. “Para formar una pelea hacen falta dos personas”. Indiscutible alegación. Igual que para organizar una guerra, harán falta muchos individuos. Bien. Hoy en día, en el vestuario masculino no existen ni batallas, ni duelos, ni siquiera una voz más alta que la otra. Un hombre ordena y el resto obedecen. Se puede ver en la imagen, donde un feliz Novak Djokovic escenifica fielmente ese ente conocido como felicidad, leyendo en Twitter cada uno de los récords que acababa de trituras. Pero no siempre fue así, seguro que todavía recuerda cuando era marzo de 2007 y todavía no sabía lo que era ganar un Masters 1000, mientras que Federer (14) o Nadal (13) ya se enfrentaban por bien quién superaría antes a Agassi. Finalmente, el serbio ha terminado superando a ambos. Y para más literatura, ha tenido que ser en Miami, justo donde dibujó el primero de sus trofeos (6-3, 6-2, 6-4 ante Guillermo Cañas). Allí empezó a trazar el círculo y allí lo cerró. Orden y progreso es todo lo que hizo falta para esconder la palabra ‘imposible’ en su chistera maestra.
* Fernando Murciego es periodista.
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