Atletismo / Deportes / Historias
6 de Junio de 1944. La costa de Normandía descansa serena cuando un inmenso enjambre armado se divisa al horizonte. Las fuerzas aliadas avanzan decididas a la reconquista de Europa. Las playas de Utah, Omaha, Juno, Gold y Sword serían tomadas por 3 millones y medio de soldados, que se embarcaron en la Operación Overlord, la mayor invasión por mar de la historia. La Alemania nazi, que hacía 2 años en Stalingrado ya había mostrado ciertos signos de debilidad, abandonaría París tres semanas más tarde y el avance aliado continuaría imparable hasta la conquista de Berlín, el suicidio de Hitler y la capitulación alemana un año después.
Ese mismo día, a miles de kilómetros de distancia, nacía en Clarksville, Texas, Tommie Smith. Séptimo de doce hermanos, Smith conoció muy pronto lo que era la miseria. Su padre trabajaba recolectando algodón día y noche en la granja de sus patrones blancos. Parte de la cosecha generada era para ellos, que servía para apenas alimentar a sus hijos, algo que no siempre sucedía. Como consecuencia de esta vida precaria, en una casa que apenas cumplía los requisitos mínimos de habitabilidad, los niños enfermaban con facilidad. El pequeño Tommie estuvo muy cerca de la muerte por neumonía, pero salió adelante, demostrando ya de muy niño su casta luchadora.
La familia Smith se mudó a California, buscando un futuro mejor en el oeste, aunque la suerte les volvería a ser esquiva. Instalados en la más baja de las clases, la segregación racial era otro de los grandes enemigos de los Smith y de todas las familias afroamericanas que vivían en Estados Unidos. Con un gran espíritu religioso, Tommie acudía a la iglesia envuelto en harapos, lo que provocaba la carcajada de sus coetáneos blancos, obviamente separados de él en el templo religioso. Cuando caminaba por la calle, si un blanco se aproximaba, estaba obligado a cambiar de acera. Todo en aquella época tenía un marcado carácter diferencial. Los negros tenían que ir de pie en los autobuses mientras los blancos viajaban sentados; los baños para uno y otro estaban bien diferenciados, los pulcros y limpios para los blancos y los sucios, para los negros. En aquel escenario comenzaría a fomentarse una personalidad inquebrantable e indomable en términos de justicia e igualdad.
Cuando Tommie cumplió once años algo comenzó a cambiar en la sociedad estadounidense. Por aquella época, el joven e inquieto niño había encontrado en el deporte una válvula de escape. Jugaba a béisbol, a fútbol, corría y saltaba. Cualquier cosa con tal de tener la mente ocupada. En 1955 se produciría el primer pistoletazo de un movimiento que encandilaría al jovencísimo Tommie Smith. El 1 de diciembre, en Montgomery, Alabama, Rosa Parks (en la foto) se negó a ceder su asiento en el autobús a un ciudadano blanco. Parks fue arrestada, llevada a juicio y declarada culpable por violar la ley. Este suceso creó un inmenso malestar en la comunidad negra, que decidió boicotear el servicio de autobuses de la ciudad. Ningún negro se subiría a un autobús público. Idearon un sistema de coches compartidos por el que se movían por la ciudad. Esta situación enfureció al Consejo de Ciudadanos Blancos, que se tomó la justicia por su mano y prendió fuego a la casa de numerosos activistas negros, entre ellos un joven Martin Luther King. Un año después, en 1956, los negros podían sentarse en cualquier lugar de un autobús. Había comenzado el movimiento por los derechos civiles.
Con su país en plena ebullición, Smith buscaba en el deporte la forma de salir de la miseria. Comenzó a correr y a ganar, lo que le libraba de tener que trabajar los sábados. Pero su situación continuaba siendo muy precaria ya que no tenía dinero ni para zapatillas. Una organización benéfica le proporcionaba el atuendo necesario para competir y, de esta manera, Tommie podía continuar con sus entrenamientos y, poco a poco, fue siendo consciente de que el atletismo, además de su modo de evasión, podía ser su forma de vida. Introvertido y tímido, Smith afilaba el rostro ante cualquier tipo de injusticia, que se le grababa a fuego en su mente, creciendo como atleta y como insurrecto luchador.
Su gran progresión deportiva en el instituto de Lemoore, donde destacó tanto en los 200 como en los 400 metros, le permitió ganarse una beca de ingreso en la Universidad de San José State. Las condiciones de Smith para la práctica del atletismo eran inmejorables. De alta planta, alcanzando los 1.92 metros, piernas finas y definidas, una pose de confianza infinita en sí mismo que rayaba la soberbia y contrastaba con la su timidez fuera del tartán, el nombre de Tommie comenzó a ser conocido en los círculos atléticos, donde se ganó el sobrenombre de Jet. Con 22 años, consiguió la mejor marca del mundo en un mítin, en la disciplina de los 200 metros, con 19.5 segundos. Tyson Gay, 44 años después, le desposeería de tal honor superando su registro en 9 centésimas.
Fue en la Universidad donde convergieron sus capacidades como atleta y sus inquietudes políticas. En San José coincidió con varios de sus máximos rivales de la época, como Lee Evans, con quien luchaba por el cetro de los 400 metros, y John Carlos. También conoció al que sería el arquitecto del Proyecto Olímpico de los Derechos Humanos, Harry Edwards. Edwards era profesor de sociología, y uno de sus lemas era el Black Power (Poder Negro). Sus pensamientos fueron seguidos por muchos de los mejores atletas de la época, entre los que se encontraban Evans, Smith, John Carlos y quizá el más comprometido por la causa, Lew Alcindor, quien poco después cambiaría su nombre por el de Kareem Abdul Jabbar. Curiosamente, Smith estuvo reclutado en el Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales en la Reserva (ROTC), recibiendo disciplina militar, que abandonaría al conocer a Harry Edwards.
El objetivo de Edwards era utilizar el deporte como arma política. Denunciar las injusticias raciales boicoteando los eventos deportivos. Corría el año 1968 y Norteamérica se encontraba en llamas. El 4 de abril, en Memphis, Martin Luther King había sido asesinado en el balcón de su hotel y solamente dos meses después, el senador Robert Kennedy moría víctima de un disparo en Los Angeles. Dos de los mayores activistas por los derechos humanos desaparecían en un plazo de sesenta días, mientras los casquillos eran sustituidos por las bombas de una Guerra de Vietnam incomprensible para muchos y, al otro lado del charco, los franceses proclamaban un mayo de vino y rosas a través de una revuelta estudiantil que daría la vuelta al mundo mientras los tanques rusos invadían Praga en una primavera ensangrentada.
La convulsión que atravesaba el mundo exigía a Edwards una forma épica de transmisión de su mensaje por los derechos humanos. Rápidamente encontró el escaparate perfecto: los Juegos Olímpicos de México. No existía evento deportivo de mayor impacto que unos Juegos, lo que provocó cierto cisma interno entre el grupo de Edwards. Un boicot a tamaña escala podría marcarles de por vida. Lew Alcindor decidió ir con la causa hasta el final y renunció a unirse al equipo olímpico de baloncesto. Sin embargo, Evans, Smith y Carlos decidieron acudir al país centroamericano para una vez allí, enunciar su proclama. “Es muy descorazonador estar en un equipo con atletas blancos. En la pista eres Tommie Smith, el hombre más rápido del planeta, pero cuando llegas a los vestuarios no eres más que un sucio negro”, afirmaría Smith.
Los Juegos Olímpicos de México fueron el adalid de los prodigios. A más de 2.000 metros de altura, se produjeron algunas de las mejores marcas de la historia. Bob Beamon batió el record de salto de longitud al saltar 8.90 metros; Lee Evans hizo lo propio con el récord de los 400, bajando de 44 segundos; Jim Hines bajó por primera vez en la historia de los 10 segundos eléctricos en los 100 metros; y Dick Fosbury sustituía el salto a rodillo en la altura por el salto que desde entonces lleva su nombre. El 16 de octubre de 1968 se disputó la final de los 200 metros lisos. La carrera se recordará más por la celebración posterior que por la estratosférica marca del ganador.
John Carlos había llegado a la final siendo el más rápido con un tiempo de 20.12 segundos, pero a la hora de la verdad poco pudo hacer con Tommie “Jet” Smith, que hizo gala de su apodo. Tras una salida igualada en la que Carlos parecía llevar la delantera, el tiempo se detuvo a 80 metros del final, cuando Smith, con su cuerpo en propulsión y aprovechando su elegante zancada, comenzó a poner tierra de por medio con sus competidores. La distancia aumentaba de forma sideral y el hombre de interminables piernas, camiseta azul marino con el 307 en el vientre, pantalón blanco y calcetines negros completamente estirados en unas zapatillas blancas cruzó la línea de meta con los brazos en cruz, parando el reloj en unos irreales 19.83 segundos. Récord mundial absoluto y primera vez que un hombre conseguía bajar de los 20 segundos en la prueba de 200 metros con cronometraje eléctrico. La magnitud de tal hazaña parece haberse atenuado por el impacto mediático de su celebración, pero la principal muestra de lo grandioso de su marca es que Tommie Smith hubiera sido medalla de bronce en los 200 de los recientes Juegos Olímpicos de Londres 2012.
El australiano Peter Norman cruzó sorprendentemente la meta en segundo lugar, relegando a John Carlos al tercer cajón del podio. Poco después tendría lugar la ceremonia de entrega de medallas. Es ahí cuando se produce uno de los momentos más icónicos de la historia del deporte. Smith, Norman y Carlos se encaminaban al podio. Minutos antes habían tenido una conversación en la que habían llegado a un acuerdo sobre cómo manifestar su protesta. Smith y Carlos llevaban un guante negro cada uno, mientras en el pecho de Norman colgaba una insignia del Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos. De quién fue la idea de llevar los guantes sigue siendo un misterio. Smith se lo atribuye a su esposa mientras que Carlos afirma que la idea fue suya. Norman dice que él les sugirió que compartieran los guantes.
Ya en el podio, los atletas estadounidenses se quitaron las zapatillas, dejando a la vista unos calcetines negros, símbolo de la pobreza negra. Smith también llevaba una bufanda negra y Carlos un collar de cuentas. Ambos ornamentos eran sinónimo de orgullo negro (Black Pride). Smith llevaba en las manos un libro de salmos en honor a todos los negros asesinados por los que nadie había rezado. Cuando comenzó a sonar el “Barras y Estrellas”, los corredores estadounidenses humillaron sus cabezas (en referencia a que la palabra libertad en su himno solo atañe a los blancos) y elevaron sus guantes negros al cielo mexicano, Smith el puño derecho y Carlos el izquierdo, ante la mirada atónita del público allí presente. El silencio sepulcral asustó a Smith, que más tarde confesaría que temió ser tiroteado allí mismo. Acto seguido, el gentío comenzó a abuchear a los atletas.
Una vez en el tartán, envueltos en una nube de insultos e improperios, Tommie Smith y John Carlos volvieron a proyectar sus puños al cielo. Lo habían conseguido, habían logrado su propósito y los derechos civiles, el Black Power, estaba en boca de todos. “Mi puño derecho significaba el poder de la América negra. El puño izquierdo de Carlos representaba la unidad de la América negra. Juntos formaron un arco de unidad y poder”, declararía Smith poco después.
Las reacciones no se hicieron esperar. Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico Internacional y conocido fascista, no dudó en expulsar de inmediato a los atletas de la Villa Olímpica, comenzando el calvario en vida para los tres protagonistas, que lejos de ser reconocidos por su gesto fueron ignorados, vilipendiados y maltratados por la opinión pública. Su acción fue clasificada de “saludo nazi” y llegaron a ser acusados de pertenencia al grupo de los Panteras Negras. Incluso entre la comunidad negra su acto no fue recibido por todos con el mismo entusiasmo. Por descontado en la blanca: el decatleta Bill Toomey afirmó: “Los Juegos Olímpicos no son lugar para una protesta política”.
La pesadilla para los tres atletas acababa de comenzar. Smith y Carlos vieron destruida su carrera en el atletismo, recibiendo constantes amenazas de muerte y abusos raciales. Tommie, ante el rechazo de toda la comunidad, que llegó a tacharle de comunista, y con un bebé recién nacido, se vio obligado a limpiar las calles para encontrar un sueldo con el que mantener a su esposa y su pequeño. Más tarde tendría un puesto como suplente en los Bengals de Cincinnati, donde solo aguantaría un año para luego dedicarse a la enseñanza deportiva escolar. Sus hermanos fueron expulsados del colegio y muchos compañeros atletas perdieron sus becas por lo que había sucedido. Hace 2 años, Smith subastó su medalla de oro.
La carrera de John Carlos fue parecida a la de Smith ya que también probó para un equipo de la NFL, en este caso los Philadelphia Eagles. Carlos formaría parte del Comité Olímpico organizador de los JJ. OO. de Los Angeles en 1984 y después también enseñaría educación física en un instituto. La persecución a Carlos fue aún mayor si cabe, denunciando el atleta que el FBI, de la mano de J. Edgar Hoover, había estado hurgando en su vida privada, manipulando fotos de Carlos con menores de edad y enviándoselas a su mujer Kim. La esposa de Carlos no soportaría la presión a la que la familia estaba sometida y en 1977 se suicidó. John Carlos, en sus propias palabras, ”no volvería a ser el mismo” desde aquel día.
La relación entre Tommie Smith y John Carlos se deterioró a lo largo de los años, entrando en una espiral de acusaciones mutuas cuando eran preguntados acerca del que fue el momento más importante de sus vidas. Ambos se atribuyen la idea de la protesta e incluso Carlos insinuó que dejó ganar a Smith ya que no le importaba la medalla de oro, sino solamente la manifestación del Black Power. Smith contraatacó criticando la incursión de Carlos en el Hall Of Fame of Sports al haber quedado solamente tercero. Su comportamiento en los últimos años ensombreció en cierta manera la magnitud de su gesto inolvidable.
Por su parte, Peter Norman fue completamente ignorado por el Comité Olímpico Australiano y no fue convocado para los Juegos de 1972 a pesar de quedar tercero en las pruebas clasificatorias. El atleta de las antípodas comenzó a sufrir depresión, que desembocó en alcoholismo y adicción a los calmantes por el resto su vida. Totalmente ninguneado, fue el único medallista australiano que no participó en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Sidney 2000. Falleció, completamente alcoholizado, el 3 de octubre de 2006. Smith y Carlos llevaron su féretro en la ceremonia fúnebre bajo los acordes de Carros de Fuego. El 9 de octubre, día de su funeral, sería declarado por la federación estadounidense como el día de Peter Norman. En las afueras de Sidney, bien lejos, lamentablemente, se creó un mural con la imagen de los tres atletas en el podio de México’68.
Tuvo que pasar mucho tiempo para que lo que sucedió ese 16 de octubre de hace 44 años fuera reconocido en la medida que merecía. A día de hoy, Tommie Smith y John Carlos son considerados unos héroes de la lucha por los derechos civiles en EE. UU., un país en el que los derechos de los negros han cambiado considerablemente tras casi 50 años e incluso el presidente del país, Barack Obama, es de raza negra. En la Universidad de San José State se eleva una estatua de ambos atletas de más de siete metros de altura que da la bienvenida a todos los estudiantes al lugar en el que se fraguó uno de los momentos más simbólicos y legendarios de la historia del deporte.
* Sergio Pinto es periodista.
– Fotos: AFP – AP – Angela Wylie (Brisbane Times) – San José State University – Robert F. Kennedy Center
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