"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
El partido era de ganar o ganar, pero sobre todo significaba un nuevo test para ver si la selección española iba cogiendo el tono preciso de cara a los miuras que le esperan a partir del jueves. Y pese al triunfo por 29-24 frente a Egipto, la impresión es que el equipo lleva un rodaje diesel, que le está costando demasiado coger el ritmo.
Quizás sea la dinámica de jugar contra equipos inferiores a los que se gana de memoria (los tres partidos previos al Mundial fueron también de mentirijilla), pero va siendo hora de ponerse la pilas y no parece que la inocente Australia vaya a servir mañana martes para acelerar los latidos del equipo.
Cierto es que Egipto no es un equipo nada cómodo, con su defensa 3-2-1 pegajosa y con un ataque lleno de cintas y recursos rápidos como latigazos. Pero los africanos tienen muchos puntos débiles, comenzando por su limitación fisica, en especial en el ala derecha de la defensa donde Entrerríos y Aginagalde han sido tanques frente a utilitarios. Y siempre cabía completar esa superioridad para contar con el recurso final del extremo Valero Rivera Jr., terriblemente eficaz.
Pero la selección española no ha sabido mantener la coherencia atacante, ha ido perdiendo hasta el 2-4 y ha dado la sensacion de querer meterse una y otra vez en la boca del lobo. Porque aunque en el descanso el marcador se aclaró hasta el 16-11, luego hubo otros momentos de desonrientación que obligaron al seleccionador español a pedir tiempo muerto porque Egipto llegó a situarse 23-20. Una evidente aceleración en la intensidad defensiva y la inspiraación de Albert Rocas desde el extremo resolvieron ese bache, pero con un goteo posterior de nuevas concesiones hasta el triunfo final por cinco goles de ventaja, que son pocos comparado con los nueve que consiguió Hungría (32-23) ante el mismo rival.
Según cuentan, a los constructores de las pirámides les cortaban la lengua o les enterraban vivos en su interior para que no desvelasen los vericuetos de sus laberintos y se preservasen las tumbas de los faraones. El equipo español no ha encontrado ningún mapa para salir de la emboscada egipcia, aunque al selecionador Valero Rivera no le han cortado la lengua. Se ha explicado con claridad en los tiempos muertos, pero al regreso a la pista volvía el laberinto.
El central Dani Sarmiento tenía su oportunidad en ese entramado, con su habilidad y su juego ratonero, pero no ha encontrado ninguna vía. Cuando le ha suplido Cañellas, se ha atascado en la misma tela de araña. La solución podía ser derribar la pirámide a cañonazos, pero los artilleros Montoro y Antonio García no están dando la talla por ahora. Solo el coraje de Maqueda ha ofrecido algún recurso. De no ser por ese dueto Entrerríos-Aginagalde y por la habilidad de los extremos, la selección todavía estaría dando vueltas y más vueltas al laberinto.
Tampoco ha sido la gran tarde de una defensa que prefiere pelear con osos que con ardillas. Prácticamente ha defendido siempre en línea, pero han sido tan continuos y desequilibrantes los zarpazos egipcios que la zaga ha parecido encajar más que esos 24 goles en contra que han figurado en el marcador final. Hasta el colosal portero Sterbik ha parecido algo apático porque le van los conciertos de los tres tenores, no zarzuelillas de barrio.
Hay que confiar en que vuelva la chispa en la primera cita importante, el jueves frente a la Hungría de Nagy y compañía. Habrá otra intensidad en la grada y deberá contagiarse el equipo, en especial esos jugadores que parecen obnubilados por los focos del Mundial. Señores, las cosas serias se acercan y no serán laberintos egipcios los obstáculos, sino ochomiles que precisan de toda la energía para superarse.
* Pedro Gabilondo es periodista. Ha cubierto 9 ediciones de Juegos Olímpicos (desde Munich 1972).
– Foto: handballspain2013
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