»No se puede descender dos veces por el mismo río, pues cuando desciendo el río por segunda vez, ni el río ni yo somos los mismos»
Heráclito
Esta frase bien podría ser la que definiese la carrera futbolística de Gabriel Fernández Arenas. Un jugador que a los veinte años tuvo la oportunidad de su vida: debutar en el Atlético de Madrid. Como componente de aquella plantilla se encontraba un maduro Diego Pablo Simeone con el que volvería a coincidir en tiempo y espacio.
Su debut fue en un estadio de los que no se olvidan, Mestalla, pero su presencia en el primer equipo resultó testimonial hasta la temporada 2005/06, en la que, tras una cesión en un recién ascendido Getafe haciéndose el amo y señor del centro del campo, se ganó un puesto en el equipo titular.
Cincuenta y dos partidos, dos temporadas y un gol después, tuvo que volver a hacer las maletas para buscarse la vida lejos del Vicente Calderón, de su casa. Pero él siguió creyendo en que algún día tendría la oportunidad de capitanear el barco colchonero. Y no hay mejor tierra para las aventuras de las creencias que Zaragoza. La tierra del Pilar.
Allí permaneció cuatro años –tres en Primera dDivisión– a un nivel realmente bueno. Siendo el futbolista por donde todo empezaba y terminaba en el juego maño, se ganó el ‘galardón de ser el mejor tirador de faltas de la Liga 2010/11. Una temporada en la que anotó diez tantos (algunos realmente importantes para la salvación del equipo) y en la que se destapó como un notable lanzador a balón parado.
Y como bien decía Voltaire »suerte es lo que sucede cuando la preparación y la oportunidad se encuentra y fusionan». Y así se tomó su carrera futbolística. Una preparación a fondo para, cuando llegara el momento de la oportunidad, tener la suerte de estar en el lugar adecuado.
Eso es exactamente lo que pasó en la temporada 2011/12. El Atlético afrontaba un nuevo año con las vistas puestas en la clasificación para Champions League. En el banquillo, Gregorio Manzano. Un viejo conocido de Gabi, pues fue el entrenador que le hizo debutar con la zamarra rojiblanca seis años antes. Y como ‘1 + 1 es igual a 2’, Gabi volvería a su casa para quedarse.
Tras unos comienzos convulsos en los que el Atleti quedó apeado de la Copa del Rey por un Segunda B y se situaba en la clasificación más cerca del descenso que de Europa, su padre futbolístico fue destituido y entonces llegó él. Su compañero e ídolo. Diego Pablo Simeone.
Con el argentino en el banquillo, el madrileño pasó a ser la secuencia bien definida del entrenador en el campo. Un futbolista guerrero que no se intimidaba ante el cuerpo a cuerpo y que tenía una misión importante: el rival o el balón, solo puede pasar uno. Y lo cierto es que surtió efecto.
El Atlético de Madrid se quedó a un punto de clasificarse para la Liga de Campeones, pero consiguió alzarse con su segunda Europa League ante el Athletic Club y más tarde con la Supercopa de Europa ante el Chelsea. Dos finales para guardar en la videoteca de todo aficionado colchonero en los que, con Gabi en la presión, se dio una clase magistral de buen juego y presión.
No acabó todo ahí para nuestro protagonista. Con la marcha de Antonio López, Perea y Domínguez, Gabriel Fernández Arenas veía cumplido otro de sus sueños: ser el capitán del Atlético. La gota abre la piedra, no por su fuerza, sino por su constancia. Y Gabi, a base de sacrificios dentro y fuera de club, consiguió llegar a lo que desde siempre había aspirado.
Pero para él la capitanía no era un simple trozo de tela que se anudaba al brazo. Para él, la capitanía era mucho más. El ’14’ del Atleti es el alma que alienta a los suyos cuando una situación parece mal dada. Ese el hombre con tres pulmones que a base de carreras y esfuerzo intenta ahogar al rival. Es el paradigma de lo físico, el primero en salir a presionar y el primero en ayudar a un lateral. Es el espejo donde ahora se miran los que, como él un buen día, quieren ser o llegar a ser.
Gabi es un aficionado más del club que tiene la suerte de poder defender cada domingo un escudo por el que ha llorado de alegría y de tristeza. Es el abanderado que en el Santiago Bernabéu puso fin a una de las estadísticas más negras de la historia del club y un hombre que, con el hacha de guerra en la mano, no se cansará de luchar hasta la victoria.
Así es él. La prolongación de Simeone dentro de la cancha. Un ser que dignifica el significado de liderazgo. Uno de los artífices de la maravillosa racha ganadora del Atlético de Madrid. Él ya es historia del club. Lo ha luchado hasta conseguirlo. Y se lo ha ganado. ¡Oh capitán! ¡Mi capitán!
* Imanol Echegaray García es co-autor de InterSportMagazine.com
– Foto: Atlético de Madrid
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