"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Cuanto más rápido va un balón, más rápido vuelve
El fútbol moderno se ha lanzado a la búsqueda de un equilibrio complejo: atacar directo y vertical pero sin disgregarse. Quizás sea, sencillamente, un equilibrio imposible de encontrar. Es bastante obvio que hay maneras de jugar que son muy difíciles de conjugar: si por sus características un equipo se siente cómodo ejecutando transiciones continuas, difícilmente practicará un juego de posición entre transición y transición. De hecho, el concepto de transición entre una fase y otra posee una contradicción en sí misma con respecto del juego posicional. Sucede igual si lo enfocamos al revés: a un equipo que se mueve mayoritariamente con los parámetros del juego de posición no le resulta sencillo efectuar transiciones fluidas. Por dicha razón quienes practican el juego posicional acostumbran a presionar de manera rápida para recuperar el balón y no verse sometido a una transición rival. Alguien encontrará el equilibrio perfecto, pero antes de hacerlo precisará trabajar muy duramente para comprender y aplicar maneras de jugar tan diferentes, además de contar con los jugadores idóneos y suficientemente inteligentes para elegir en cada instante lo más adecuado.
Lo más relevante de semejante obviedad es que la búsqueda del equilibrio mencionado es, por el momento, casi una quimera. Hablamos con mucha celeridad del intento de combinar el juego horizontal con el vertical, el proceso pausado de un juego que avanza en cordada con la celeridad de un contraataque fulminante. Pero la realidad del fútbol nos devuelve casi siempre a la casilla de inicio para volver a empezar. De momento no hay ningún equipo que pueda decir que ha cuadrado el círculo, por más triunfal que haya sido su rendimiento. Porque cuanto más rápido viaja el balón hacia delante, más rápido regresa hacia atrás.
Pensé en estos detalles a raíz de la espectacular exhibición de Raheem Sterling ante el Tottenham. El mediapunta inglés es un joven eléctrico. Deja la impresión de haber heredado el mejor de los regates de los pioneros con la velocidad punzante de los jamaicanos, no en vano nació en Kingston. En cada acción suya se presiente el peligro y lo inesperado. Todavía está muy verde y muestra notables deficiencias, tanto en el control del balón como en la toma de decisiones, pero no parece dudoso que Brendan Rodgers le corregirá. Sterling simboliza en bastante medida al Liverpool actual: un equipo eléctrico, energético, vivaz, que toma el balón y avanza rápido y directo aunque también es capaz de agruparse en ocasiones y regresar al juego de pases. El Liverpool es una pequeña gran maravilla al que solo se le adivina un defecto arriesgado: es tan rápido hacia delante, como Sterling, que el balón se le vuelve en contra también a toda velocidad.
A muchos kilómetros de Liverpool, en Dortmund, Jürgen Klopp ordena una nueva tanda de series de 40 metros a toda velocidad. Los entrenamientos del BVB poseen una alta característica física. La tarea que más abunda a lo largo de la semana (partidos y recuperaciones aparte) es la carrera rápida de 40 metros tras robo de balón. Klopp trabaja en el campo de entrenamiento la principal cualidad de juego de su equipo, que acostumbra a esperar a que el contrario avance confiado para atraparlo en un brazo de hierro formado por delanteros y mediapuntas a fin de que los mediocentros logren robar el balón y salir todos corriendo al sprint. Se hace difícil hallar algún equipo en el mundo que ejecute estas acciones con la precisión y rapidez con que lo consigue el Dortmund una y otra vez. Aunque todos los rivales lo conocen, el equipo de Klopp lo ejecuta sin cesar. Sus jugadores están en permanente concentración durante el partido, activados para el robo, siempre con algún receptor libre entre centrales y mediocentros rivales. Alguien roba, el receptor libre descarga y un enjambre de hombres amarillos rodea el área enemiga de un modo imparable. El mediocentro rival siempre acaba sepultado por la horda de Klopp.
Naturalmente, si el rival tiene menos ambiciones o si ha logrado adelantarse en el marcador, llegan las dificultades para el Dortmund porque cuando le dan el balón para que lo maneje y, al mismo tiempo, le niegan los espacios para correr, entonces a los de Klopp no les sirven los entrenamientos de carreras de 40 metros, sencillamente porque han desaparecido esos metros en los que correr. Una buena parte de los puntos perdidos en la Bundesliga pasada por el BVB obedeció a esta razón (lesionados al margen).
El otro gran equipo eléctrico del momento es el líder de la liga alemana, el Bayer Leverkusen de Roger Schmidt, el más emergente de los técnicos germanos. Ahí hay un proyecto formidable de equipo, con dieciochoañeros prometedores como Julian Brandt, Levin Öztunali o el lateral-central Tin Jedvaj más esos puñales centelleantes que responden a los nombres de Bellarabi, Son y Calhanoglu. Aún está lejos de ser un equipo armonioso, pues muestra deficiencias defensivas y, sobre todo, al igual que el Dortmund, notables dificultades para el ataque organizado si el rival se repliega ordenadamente.
Schmidt ya padeció el mismo problema en su exitosa etapa del Red Bull Salzburg. Nadie en toda Europa atosiga a los rivales como los equipos de Schmidt, pero aún no ha conseguido compaginar estas virtudes con las del juego posicional y eso le costó la eliminación en la última Europa League a pies del Basel. Es muy probable que la vocación contragolpeadora de la mayoría de conjuntos de la Bundesliga le permita obtener resultados más óptimos que en la competición europea, donde el Leverkusen encontrará contrincantes con otras aristas. De momento, a Schmidt le gusta y le va bien mandando muy rápido el balón hacia delante a pesar de que regresa aún más rápido.
– Fotos: Alexander Hassenstein & Jürgen Schwarz (Getty Images)
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