"El modelo de juego es tan fuerte como el más débil de sus eslabones". Fran Cervera
Los equipos de fútbol son más que cifras y letras. También son emociones. Sobre todo son emociones.
Con las letras pretendemos describir las buenaventuras del colectivo o sus malentendidos con la fortuna, pero a menudo erramos en la narración de los hechos, sea por falta de información o por falta de conocimiento. Cuando no sabemos explicar con letras lo que hace un equipo recurrimos a las cifras, en busca de la solución al enigma. Vayamos pues con las cifras.
José Mourinho ha superado los 400 puntos en partidos de liga inglesa. 401 exactamente. Los ha conseguido siempre con el Chelsea. Ha tardado 174 partidos en lograrlos, bastantes menos de los que tardó Sir Alex Ferguson en conseguirlo con el United (191 partidos), Arséne Wenger con el Arsenal (208) o Rafa Benítez con el Liverpool (209). En esos 174 partidos dirigidos por Mourinho ha habido 122 victorias, lo que significa el 70 % del total.
Pero las cifras no pueden abarcar la magnitud del trabajo realizado por el entrenador portugués en el club londinense. Su primera etapa, indiscutiblemente, estuvo marcada por dos ejes: el viaje en busca de la competitividad extrema, a lomos de la inagotable cartera de Abramovich, y la consolidación de una columna vertebral (Cech-Terry-Lampard-Drogba) que parecía eterna e infalible. Su segunda etapa es bastante más rica en matices, del mismo modo que el juego del Chelsea hoy es bastante más variado que el de hace unos años. Continúa siendo un equipo sólido en organización defensiva, con Courtois de heredero sobresaliente en la portería, Cahill replicando a Terry e Ivanovic y todos ellos cerrando bajo siete llaves el área pequeña. Sin embargo, este segundo Chelsea de Mourinho ya es bastante más que el primero.
Ya no es balón de Cech al pecho de Drogba, descarga para Lampard y oportunidad de gol. Cinco segundos en total. Ahora también puede serlo, esporádicamente y si el partido lo precisa. Pero ha aprendido a circular con paciencia, a partir de la posición irrefutable de Matic y de la electricidad que desprende Fàbregas, nuevamente reconocible desde que pisara Londres. El equipo de Mourinho despliega un buen ataque posicional, sabe aplicar en cada momento el ritmo necesario, ora paciente, ora frenético, y ha alcanzado ese momentum que caracteriza a los grandes equipos: no solo es capaz de usar todo tipo de ropajes, sino que los individuos lucen más desde el sentido colectivo que desde el individual. Es uno de los misterios del fútbol: los grandes equipos, cuando alcanzan su momentum, no suman sino que multiplican.
Las emociones son esenciales en ese punto. Cuando digo emociones no me refiero a frases de autoayuda. Me refiero a la fortaleza de las convicciones del entrenador, combinadas con su capacidad para adaptarse a la realidad de los futbolistas que administra y a la competición que afronta; me refiero a su habilidad para transmitir con claridad pedagógica esas ideas a los jugadores: esas ideas o todas aquellas que vaya introduciendo, incluso las que contradigan su ideario original pero que resulten beneficiosas para el conjunto; me refiero a la voluntad de los futbolistas por aprender matices nuevos o diferentes, por expandirse y progresar como jugadores y no solo conformarse con el estatus (y el contrato) adquirido previamente; me refiero al ansia colectiva por competir siempre, por más liviano que sea el rival o gris que resulte el partido y las circunstancias. Todas ellas, y muchas más, son las emociones que agitan un vestuario y lo propulsan al éxito o al fracaso, más allá de cifras y letras. Mourinho está en ese punto dulce.
En Dortmund hay amargura. Las cifras resultan demoledoras para el proyecto de Jürgen Klopp. Cuando se han cruzado las primeras 15 jornadas de Bundesliga el BVB suma nueve derrotas, una menos que en el acumulado de los cuatro últimos años en la misma fecha. En la 2010-11 solo había perdido un partido a estas alturas; en la siguiente, tres (en ambos casos ganó el título); en la 2012-13, dos derrotas; la pasada temporada, cuatro. Hoy lleva nueve y no parece haber tocado fondo. Transita en 16ª posición de la tabla, en puestos de promoción, y se mire por donde se mire no se encuentra ni una cifra, ni una letra, ni una emoción positiva en este Borussia Dortmund, como no sea la inagotable fe de sus aficionados, inasequibles a cualquier desaliento.
La tabla de datos que les incluyo es dolorosa.
De los 40 puntos que acumulaba en la 15ª jornada hace cinco temporadas ha pasado a 14 puntos en la actualidad. De 13 victorias, a solo cuatro. De una derrota, a nueve. De 37 goles a favor, a únicamente 15, uno por partido disputado. De solo 9 goles encajados, a 22. Y la tendencia anual evidencia una clara regresión que no es atribuible únicamente a la pérdida de jugadores o a la racha de lesionados. Sin duda ha influido, ¡cómo no!, pero no puede ser la única y exclusiva justificación a la tendencia regresiva, pues de tanto usarla puede acabar perdiendo gran parte de la verdad que encierra.
Para Jürgen Klopp el reto actual va mucho más allá del vivido los cuatro años anteriores, tanto aquellos en los que ganó la liga como en los que cedió ante el Bayern pero se plantó en la final europea de Wembley. Su reto de hoy es superior a cifras y letras, pues se inscribe en el terreno pantanoso de las emociones de un equipo. Repito: no en las emociones superfluas de la frase simplista de autoayuda. “Si quieres, puedes…”. Sí, claro, pero hablamos de otra cosa. Hablamos de reconstruir un vestuario plagado de gente que duda de sí misma; de rebuscar nuevos caminos de juego que permitan salir del laberinto táctico en que se ahoga el equipo, que por momentos parece estar aburrido de buscar siempre el mismo contragolpe certero; de oxigenar unos cuerpos sometidos a un desgaste estructural formidable y que están pagando los pasados excesos…
Hablamos de emociones dentro de un equipo de fútbol, quizás lo más complicado de gestionar junto a los egos de sus integrantes. Klopp tiene ante sí un reto mayúsculo.
– Fotos: Getty Images.
– Gráfico: Perarnau Magazine
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