Mayoritariamente, el Barça de Guardiola es recordado como el equipo del tiki-taka, de la posesión, del 4-3-3, de los bajitos, de la presión, de Messi, de los canteranos, del hambre competitiva… Por poner algún pero, se dice que aquel equipo habría sido aún mejor con un lateral izquierdo ofensivo o con uno o dos súperdelanteros más.
Sin embargo, los que me ayudaron a acercarme a entender aquella maravilla decían otras cosas. Hablaban de juego de posición, de variantes tácticas para conseguir imponerlo en las distintas circunstancias (el 1-4-3-3 fue solo uno de los sistemas utilizados con tal fin), de cómo el respeto a sus principios llevaba a recuperar el balón inmediatamente, de dónde y cómo se tenía el balón en lugar de su mera tenencia en definitiva. De cómo los delanteros sacrificaban todo su brillo con tal de que los mejores encontraran el contexto idóneo para brillar, de cómo jugadores distintos de fuera complementaban y potenciaban a los canteranos (Abidal corrigiendo, Keita mejorando la defensa del balón parado y el juego directo siendo titular en cada desplazamiento complicado, Alexis generando espacios a Messi…). También hablaban de cómo se sienten más estimulados los jugadores al conocer con exactitud cuál es su papel y percibir su utilidad en el plan colectivo o de lo satisfactorio que resultaba correr hacia delante y descubrir que sus esfuerzos otorgaban réditos inmediatos en el juego. De competencia interna. Y, sobre todo, de trabajo.
Si nos fijamos, casi todo lo del primer párrafo sigue estando. Si eso a lo que llaman tiki-taka va de dar pases sin más, el Barça sigue dándolos. Juega siempre con el mismo dibujo. Está plagado de bajitos y de canteranos. Sigue jugando Messi. En ocasiones, se hacen esfuerzos considerables por presionar. Ahora también está ese lateral izquierdo ofensivo añorado y los delanteros tienen ese brillo individual deseado.
Sin embargo, de lo del segundo párrafo queda poco o nada. El juego de posición ha ido desapareciendo tras la pérdida repetida de sus principios y, por ende, no se generan las condiciones para recuperar inmediatamente el balón tras perderlo. No hay variantes tácticas para tratar de conseguir el dominio deseado. Los delanteros brillan, pero rara vez hacen brillar a Messi y los interiores. Ni en el centro del campo ni en la defensa hay jugadores que aporten las virtudes de las que carecen los canteranos como lo hacían Abidal o Keita. No hay o no se aprovecha con tal fin a los que hay, según gustos. Con frecuencia, los jugadores no tienen claro qué decisiones han de tomar, llegando a sentirse perdidos ante prácticamente cada circunstancia adversa. No es raro que sientan que corren para nada, pues muchos de sus esfuerzos son fútiles. Hay jugadores que, jueguen como jueguen, saben que van a conservar el puesto. Thiago, el mejor jugador salido de la cantera en el último lustro, viste la elástica del Bayern.
Así, ha permanecido el tópico, pero ha desaparecido la esencia. Esto no es del todo extraño si tenemos en cuenta que el F. C. Barcelona está regido por una junta directiva cuya primera apuesta fue apartar a Cruyff, primero padre de la esencia culé y segundo fiel guardián de la misma como consejero de señores tan brillantes como para aceptar que estarían más cerca del éxito si escuchaban al que más sabe. Tampoco es tan extraño si la desgracia priva al equipo, a efectos prácticos, de entrenador como sucedió el año pasado. Lo que ya no es tan normal es que siga sucediendo este curso si el entrenador actual aseguró a su llegada que pretendía devolver al equipo aquello que había perdido. Casi siete meses después, la esencia parece más perdida que nunca. Nos quedamos con el tópico.
* Rafael León Alemany.
– Foto: David Ramos (AP)
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