La Colombia de José Pékerman estaba etiquetada como una de las posibles revelaciones del Mundial. El equipo tricolor jugó cinco partidos, hecho del que pueden presumir sólo ocho de las treinta y dos que llegaron, y dejó un balance muy positivo. Cumplió todas las expectativas. En general tuvo un desempeño sobresaliente. Se cruzó con Brasil y se fue a casa, pero antes de esto transcurrieron los días más alegres que se recuerdan en la historia del fútbol cafetero. Más que en la época dorada de aquella selección de Valderrama, Rincón, Asprilla, Higuita y compañía. Este fue, de largo, el mejor Mundial de Colombia.
Sólo cinco minutos pasaron desde el pitazo inicial en el debut hasta el primer momento memorable: el gol de Pablo Armero y la festiva celebración posterior luego de una gran jugada con el sello de la casa. Tras dieciséis años de ausencia mundialista, el regreso no podía pintar mejor en un estadio Mineirao que parecía estar ubicado no en Belo Horizonte sino en Barranquilla, la casa de la selección de Colombia. La primera sorpresa vino justo después de ese 1-0. El equipo del café replegó, entregó la pelota a Grecia, y buscó la transición ofensiva en lugar del ataque organizado. El fútbol de los cafeteros en las Eliminatorias había cautivado a propios y extraños. Primaba la calma, la pelota a ras de piso, asociaciones cortas, paredes y fintas. Sin embargo, durante el resto del partido de Grecia, y luego contra Costa de Marfil y contra Japón, Pékerman optó por otro camino: transiciones fugaces hacia portería enemiga, vértigo y aprovechamiento de los espacios.
Las razones del cambio son varias. Colombia sufrió una de las bajas más fuertes para el torneo: Radamel Falcao García. Él era la pieza clave del ataque posicional colombiano, pues su sola presencia condicionaba al rival en muchos aspectos y esto ofrecía a su equipo más facilidades para atacar y para defender. El plan era adecuado, pues este conjunto no tenía entre sus virtudes a defensores de élite. El Tigre era la principal ventaja del combinado tricolor. Sin él, Pékerman se vio obligado a dar un giro -no convocar a Macnelly Torres, por ejemplo- y entregarle el equipo a sus otros dos cracks: James Rodríguez y Juan Cuadrado. Estos dos jugadores son capaces de demostrar su calidad en cualquier contexto, pero con espacio son superlativos. Así las cosas, sin Falcao para atacar con la calidad necesaria en posicional y defender más cómodos, el plan principal se volvió reactivo. De ahí la entrada de Víctor Ibarbo al once inicial. También había que tener en cuenta que este era el primer Mundial de veintidós de los veintitrés convocados, y llevar el peso de un encuentro no es para nada sencillo. La tricolor defendería más cerca de su portería, aún con sus defectos. El entrenador argentino determinó cuál era la forma más adecuada de competir para su equipo, y sí que le resultó.
Colombia solventó la fase de grupos con el pleno de puntos, amparada en sus dos mejores jugadores y en una dirección técnica notable de José Néstor. Esto último fue clave. Si bien en el primer partido Pékerman no tuvo que demostrar mucho, pues sus pupilos se adelantaron temprano en el marcador y encontraron el 2-0 en una jugada trabajada de córner, en el envite contra Costa de Marfil el técnico tuvo una gran tarde. La marca al hombre de Carlos Sánchez a Yaya Touré va a ser recordada por mucho tiempo, y el ingreso de Juan Fernando Quintero para volcar el campo hacia la portería africana será una de las anécdotas más relatadas cuando se hable de esta selección en los mundiales. Contra Japón, con ocho suplentes en cancha, pasó de un 1-1 al descanso a un 4-1 incontestable gracias a James Rodríguez, uno de los mejores futbolistas del torneo.
La deficiencia que mostró Colombia en esta fase fue la falta de capacidad para gestionar el resultado a través de la pelota, en parte porque no tenía los mimbres adecuados -Aldo Ramírez, Macnelly Torres-. Lo cierto es que en cada una de sus participaciones anteriores Colombia nunca había ganado más de un partido, y sólo se había clasificado en una ocasión a octavos de final. Esta vez esperaba la temible Uruguay.
Contra los charrúas fue la única vez en la que Colombia llevó el peso del partido durante la competición, y no la estaba pasando del todo bien hasta que James Rodríguez se grabó para siempre en la memoria del país con un gol de factura bellísima, un acto heroico. El otro tanto llegó después de hilvanar una jugada colectiva como pocas en el Mundial. También lo marcó el ’10’, asistido por Cuadrado. Lo que quedó transcurrió sin apuros para Colombia. Compitió genial. Así se dispararon los cafeteros a cuartos, con la euforia desatada en su país, conscientes de lo excepcional del momento.
En la previa del choque de cuartos de final, el pueblo tricolor creía en la hazaña: meterse por la puerta grande a semifinales y así llegar a la final, y hasta campeonar. En Colombia se transpiraba ilusión y felicidad, había unión como nunca bajo una camiseta. Brasil, país vasto y espectacular, estaba atestado de colombianos detrás de un sueño, siguiendo a la selección por aire, por tierra, copando aeropuertos, terminales de buses, y estadios. El balance luego de los octavos era casi perfecto: once goles a favor y sólo dos en contra en cuatro partidos y la mejor pareja de volantes del certamen -James y Cuadrado. El del Mónaco con cinco goles y dos asistencias, y el de la Fiorentina con un gol y cuatro asistencias, tres de ellas al ’10’-. Además, el optimismo crecía si se tenía en cuenta que el rival era una canarinha que había sido más sombras que luces. El caso es que Brasil, el gran anfitrión, arrancó el partido como una estampida imparable y terminó contra su propio arco para evitar el empate, cosa que llenó de orgullo a los colombianos. Su selección se fue con la frente en alto. Los brasileños así lo reconocieron.
El agradecimiento en el país es total. La bienvenida a la selección fue mayúscula. No fue campeona. Ni siquiera se metió a semifinales, pero una nación tan futbolera como Colombia hace tiempo que deseaba con todas sus fuerzas posicionarse en la escena del mejor fútbol del mundo. Y estos jugadores lo lograron. Le regalaron a los suyos historias para contar: cómo clasificaron remontando un 0-3, el baile reglamentario después de cada grito de gol, el tramo de fútbol huracanado en Brasilia, cortesía de Quintero, James y Cuadrado, el emocionante duelo de Yepes con Drogba, los regates infinitos e insultantes de Cuadrado, o cómo en Maracaná James Rodríguez, a sus veintidós años, la bajó con el escudo, la estalló contra el horizontal y puso a ganar, otra vez, a Colombia entera.
Luego de haber logrado dejar en Brasil una impronta indeleble, el objetivo es mejorar. Y hay material. Esta generación rebosa talento y muchos son jóvenes. La idea es llegar a Rusia 2018, y por el camino hay una Copa América en Chile y otra en Estados Unidos. Se espera la permanencia de Pékerman. Con seguridad, la Copa del Mundo 2014 no será el último café colombiano.
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* Sebastián Duque es periodista.
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