París, 27 de mayo de 1981. El Real Madrid había vuelto a la final de la Copa de Europa quince años después de la última vez. En aquella ocasión se había impuesto al Partizán de Belgrado en Bruselas por 2-1. Era el Madrid de los yé-yé, que ganó la 6ª Copa de Europa para el club. En los días previos al partido existía la sensación del deber cumplido. Aquel Madrid estaba formado en su gran mayoría por canteranos. Era un equipo que jugó un fútbol bastante bueno a nivel local en los últimos años de la década de los 70, al que la historia le ha hecho poca justicia, probablemente porque en Europa la década de los 70 no fue especialmente buena para el Madrid.
Con un mérito extraordinario y tras superar al Inter en un partido a cara de perro en San Siro en la vuelta de las semifinales, llegó a la gran final de París. Vujadin Boskov, técnico del Real Madrid, tenía mucho respeto a su rival, el Liverpool, que había ganado la competición en 1977 y 1978 a las órdenes de Bob Paisley y que era un conjunto muy temido en el Viejo Continente.
En el Madrid solo sirve ganar, pero en el ambiente se instauró la idea de que llegar a la final ya había tenido un mérito extraordinario. En los días previos se especuló mucho con la alineación y el esquema más recomendable para intentar ganar al Liverpool. Boskov ordenó marcas al hombre por todo el campo. A posteriori podemos decir que fue un error, pero en ese momento pensó que era lo mejor. Sorprendió especialmente la de Camacho a Souness, que obligó al lateral de Cieza a jugar en el centro del campo.
Juan Gómez, Juanito, era un hombre profundamente supersticioso. Ya sobre el tapete del Parque de los Príncipes, Santillana, el propio Juan y Del Bosque eran, por ese orden, los tres primeros encabezando al resto de sus compañeros. Con los dos equipos y el trío arbitral mirando a la grada y al palco de autoridades, Juanito distinguió un jersey amarillo en la zona donde estaban las familias de los jugadores y le dijo a Santillana, uno de sus amigos del alma: ¿»Charly, quién esa señora del jersey amarillo?». «Mi mujer», contestó Santillana. «Joder, Charly, no me jodas, de amarillo no».
El Madrid no perdió la final porque la mujer de Santillana llevase un jersey amarillo, evidentemente; aquella anécdota graciosa de Juanito con Santillana fue un gesto espontáneo y simpático, tan propio de Juan. Los blancos perdieron porque probablemente, y sin ellos saberlo, ya salieron derrotados del vestuario. No sería justo cargar contra Boskov, que tantas y tan buenas enseñanzas dejó en aquel vestuario. Del Bosque se deshace en elogios cada vez que puede hacia él.
Paradojas del fútbol, fue Camacho, que había salido al campo a marcar a Souness, el que tuvo la mejor y única ocasión del Madrid en el partido, pero su intento de vaselina sobre Ray Clemence se marchó fuera por poco. En el tramo final, con el Madrid exhausto, Juanito perdió la marca de Alan Kennedy, García Cortés erró en su intento de despeje y el lateral izquierdo red batió a Agustín. Era el minuto 82 y ya no habría tiempo para casi nada más.
Aquella generación rozó la gloria y el trofeo emblema del Real Madrid. Aquellos comienzos de la década de los 80 no se recuerdan como una época magnífica en Chamartín. Eran tiempos de carestía, tan lejanos a los actuales, más boyantes de cara al exterior, pero en realidad bastante grises, por lo que cualquier éxito deportivo tenía mucho más mérito. La llegada de la Quinta del Buitre menos de tres años después de aquella final fue una ventana abierta de par en par por la que entraba un sol radiante que iluminó al Madrid y en parte al fútbol español, pero aquel equipo del 81 merece un reconocimiento que no tuvo en su día y no tiene ahora.
Fue una época de transición tras la muerte de Santiago Bernabéu, con Luis de Carlos, un señor de los pies a la cabeza, como presidente. Lo tuvo muy difícil, con una crisis económica severa, pero una generación de jugadores de la casa, conocidos como el Madrid de los García, porque en aquella plantilla estaban Pérez García, García Navajas, García Cortes y García Hernández, que junto a Uli Stielike y Laurie Cunningham llegaron nada más y nada menos que a la final de la Copa de Europa. Justo es que no caigan en el olvido.
* Alberto López Frau es periodista.
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