No hay táctica capaz de encadenar los pies del habilidoso, de ese envidiable sujeto que desparrama talento y rivales por donde se mueva. Ya lo dijo Guardiola: “El talento de Messi es imposible de parar, la única manera de desconectar a este tipo de jugadores es que participen lo menos posible, porque cuando participan hay poca cosa que hacer”.
El Bayern se las traía de lujo en un encuentro que se presentaba muy igualado entre dos equipos que priorizaban el dominio del balón y la búsqueda constante de la portería, y a ello apostaron con procedimientos muy similares, pero con herramientas algo distintas. Por un lado, los culés se presentaban con su tridente estelar; por el otro, los bávaros aparecían diezmados por las ausencias de sus dos futbolistas más desequilibrantes: Robben y Ribéry. Tras 75 minutos en los que alternaron la hegemonía, y en el momento en el que la disputa tomaba más pinta de igualdad, apareció un petizo que poco entiende de esto y que como tantas otras veces volvió a ser el factor determinante de un duelo igualado. Su gol, sobre todo por la simpleza y aparente indolencia con la que lo elaboró, provocó el desfallecimiento de los campeones alemanes. Los azulgranas, enaltecidos, fueron por más, quizá percatándose, o no, del desasosiego causado en el rival.
La segunda anotación no tardó en lelgar, y otra vez por medio de Messi en una memorable acción individual que no me animo a describir por temor a que se me acuse de tacaño. Y lo sería. Mejor es contemplarla como se contempla a las más acabadas obras de arte. Ese fue el golpe al mentón del Bayern, que no tuvo tiempo para reaccionar, pero sí para acabar perdiendo el rumbo antes de que, a los 93 minutos, Neymar enviara el balón a las redes para sentenciar el partido.
* Rodrigo Zacheo.
– Foto: EFE
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