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“El carácter de cada hombre es su destino”. Heráclito


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No hay relevo, decían

por el 5 octubre, 2016 • 15:39

 

Algo tan natural como la vida y sus etapas, hasta esto nos querían negar. Impacientes, ansiosos, encerrados en una idea permanente e infinita, no eran pocos los aficionados a este deporte que insistían en que el circuito ATP había perdido en el camino a varias generaciones de jugadores. Semana tras semana veíamos a los de siempre levantar los títulos y a los de casi siempre, quedarse a las puertas. Y claro, cada domingo era bueno para refrescarnos por enésima vez que aquello que entendíamos como la época más dorada del tenis masculino -y así ha sido- a la vez traía un lastre en su equipaje: la retención de jóvenes en la sala de espera. Contra el muro del BigFour se fueron chocando los Berdych, Simon, Tsonga, Gasquet, Nishikori y compañía durante los últimos años, pero como dicen en mi tierra, toda piedra hace pared. Y del mismo modo, todo golpe la desgasta. Me cuesta creerlo, pero me consta que había persona que pensaban ver a Djokovic o Nadal ganando siempre. No hombre no, de momento la inmortalidad no está inventada. Simplemente faltaba saber quien cogería el testigo de estas leyendas, un vacío que en algún momento dejarán y que ya comienzan a señalar algunos.

Lo ocurrido durante las dos últimas semanas en el vestuario ATP es justo lo que llevábamos esperando desde hace años. Ver a un superclase como Lucas Pouille vestirse de top20 en apenas ocho meses tumbando todas las murallas a base de talento e inspiración. Un genuino francés, como tantos otros, pero al que no le tiembla el pulso por medirse a Del Potro en Wimbledon o a Nadal en Nueva York. Eso se llama personalidad, algo carente en sus compatriotas contemporáneos. En la escena siguientes, aparece Alexander Zverev bajo la cubierta de San Petesburgo para enseñarle a Stan Wawrinka a perder finales. El suizo llevaba desde el verano de 2013 sin ceder un título (11-0), hasta que un crío de 19 años le regaló de nuevo una bandeja de plata. Y ya como colofón a esta irrupción, siete días más tarde, se destapa Karen Khachanov tocando sus primeras semifinales ATP, pisando su primera final y amarrando su primer título. Con apenas 20 años y todavía saboreando la presión del top100, el de Moscú quiso darse una oportunidad entre los mayores y acabó criando canas. Acelerón inesperado hasta que uno mira al tendido y se encuentra con Galo Blanco, ese gurú de los banquillos que todo lo que toca lo transforma en éxito. Los tenemos de todos las alturas, orígenes y estilos. Tres generaciones distintas reunidas bajo la bandera alemana, francesa y rusa. El ruido de estos chicos puede parecer todavía muy lejano, aunque todo depende de la sensibilidad con la que se escuche.

Empecemos por lo básico y a la vez lo más importante, sobre todo para los focos: resultados. Y quien dice resultados, dice títulos, desgraciadamente (y a veces ni eso) lo único que unifica opiniones en torno a un jugador y su potencial. Nick Kyrgios, Lucas Pouille, Alexander Zverev y Karen Khachanov. Cuatro piezas, ninguna mayor de 21 años y todos ya con un título profesional en el bolsillo. Dos de ellos en el top20, otro en el top30 y el último acariciando ya el top50. Si seguimos rascando es obligatorio hablar de Dominic Thiem, siete coronas ATP en los dos últimos cursos y ya asentado entre los diez primeros. O de Kyle Edmund y su progresión constante, la cual le deja también a un suspiro del top50. Y no nos olvidamos de los Coric, Fritz o Nishioka, con diferentes ritmos de escalada pero todos ya con el mínimo objetivo cumplido: vivir del tenis. Algunos, incluso, han cruzado un par de puertas más. Están ganando, están compitiendo, están dando guerra, sorpresas y hasta inaugurando su sala de trofeos. Y lo están haciendo con la menor sutileza posible, a porrazos. Zverev, Pouille o Khachanov, ¿dónde estaban el año pasado, por ejemplo? Nos dijeron que este viaje sería largo y que ya no veríamos estrellas tan incipientes como los Federer, Nadal o Djokovic. Pero aquí tenemos mimbres para empezar a soñar con que tal afirmación era falsa. También nos subrayaron que hoy en día, para “llegar” hacía falta un grado de madurez que rondara los 25-26 años. Otra mentira más. Sandeces que la #NextGen se está encargando de borrar para escribir sus propias normas.

Lo que sí es cierto es que acumulábamos muchos experimentos fallidos, elementos que no alcanzaron su máxime por falta de suerte. Puede parecer cruel, pero que raquetas como las de Tomas Berdych, David Ferrer o Richard Gasquet no tengan un solo Grand Slam en su registro es sencillamente porque Dios así lo quiso. La década memorable del Big4 nos ha regalado los mejores duelos del s.XXI, seguramente a los mejores campeones y sin lugar a dudas, las historias más brillantes. Pero también nos ha privado de la explosión de otros jugadores, de la culminación deportiva de un grupo de currantes que vieron cómo la gloria se vestía de imposible mientras estos cuatro siguieran en activo. Y aun con todo, lumbreras como Stan Wawrinka, Marin Cilic o Juan Martín Del Potro se las ingeniaron para escribir su partitura en un pentagrama de tan solo cuatro notas. ¿Por qué Raonic no es ya número uno del mundo? ¿Por qué Dimitrov no se asienta entre los grandes? ¿Por qué Nishikori no ganó todavía un Masters 1000? La ley de la jungla no perdona ni siquiera en el deporte. Nos dijeron que no había relevo, pero mintieron. Las matemáticas indican que para llegar al 3 antes hay que pasar por el 2; que para alcanzar el 5 antes debes atravesar el 4. En el tenis masculino estas cuentas ya no sirven, siempre recordaremos la generación de principios los noventa (1989-1992) como aquella que no pudo con el absolutismo de los cuatro fantásticos, esa que brilló en la pista pero se marchó sin dejar su estampa en los anales. Un eslabón roto que nos obligó a llegar al 8 sin rebasar antes el 7.

Y así será cómo ustedes verán a unos hombrecitos nacidos entre 1995-1998 desbancar a la generación de 1985-1988. Con diez años menos en su zurrón, ésta generación ya no puede pasar otro turno. Es de un realismo inflexible que el Big4 se hace mayor, lo dicen hasta sus propios protagonistas. Si me permiten opinar -faltaría más siendo esto una columna- creo que hace tiempo que estamos acomodados en un Big2, con Federer y Nadal a años luz de lo que fueron y dos pasos por detrás de Djokovic y Murray, claros dominadores del banquete. Tras ellos, cualquier cosa puede pasar y al final esto es lo bonito, la incertidumbre de no ver llegar el futuro, desconocer quién va a ganar. Volver a sentirnos espectadores inocentes, incapaces de vaticinar. Que haya gente ganando dinero como tipster habla muy bien de su conocimiento pero muy mal de nuestro deporte. Urge huir de esta monotonía e instalarnos de nuevo en la sorpresa, la que ya están trazando los Zverev, Tiafoe, Thiem, Pouille, Edmund, Fritz, Khachanov y compañía. No hay relevo, decían. Seguro que fue el mismo osado que aventuró que nadie podría ganar más de cinco Roland Garros o que no se podían superar los 14 Grandes de Pete Sampras. Bendito tiempo, siempre dando la razón a los tenaces.

* Fernando Murciego es periodista.

Twitter: @fermurciego




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