No hay juego de posición sin hombre libre

por el 14 marzo, 2017 • 12:14

“Sólo el estilo puede salvar una obra del olvido, porque los conocimientos están fuera del hombre, pero el estilo es el hombre mismo: el estilo no puede robarse ni transportarse” (Georges Louis Leclerc)

“El arte no es la aplicación de un canon de belleza, sino lo que el instinto y el corazón ven más allá de cualquier canon. Cuando amamos a una mujer no empezamos a medir sus miembros” (Pablo Picasso)

“En realidad, Dios es otro artista. Creó la jirafa, el elefante y el gato. No encuentra su estilo, simplemente sigue intentando otras cosas” (Pablo Picasso)

El juego de posición o juego de ubicación es una fijación que conduce a los que juegan por fuera a atraer marcas y ocupar posiciones avanzadas sin dar amplitud al concepto de hombre libre.

La idea sólo es un parapeto del ser único y exclusivo que se manifiesta en su esfera lúdica y esencial; sólo es un vestido a la libertad y a la expresión vital alejada de obstáculos culturales; sólo es una invención donde no hay manera predeterminada de jugar.

El talentoso mudo Harpo Marx, en una de sus pocas intervenciones verbales dijo: “Nunca fui a ninguna parte por la ruta establecida”. Porque lo que se establece son proyecciones de la mente que hacen de barrera a un instante que no entiende de polaridades. Lo intelectual, estático y premeditado nos protege del juego que sucede, suprimiendo así la inteligencia libre.

Oriol Tort, Laureano Ruiz, Francisco Seirul·lo, Johan Cruyff o Pep Guardiola son cancerberos de la raíz, reveladores de infancia –del latín “infans” que significa “sin lengua”–. Han ido descubriendo, entre incesantes voces mercantilistas que traen consigo falsas promesas de progreso, lo que desde el principio ha estado ahí: personas y balón en atmósfera de alegría colectiva.

Han captado que la optimización de recursos, sujeta a una racionalidad limitada, contradice lo arregladamente lúdico y procrastina lo que atiende a las circunstancias y al imprevisto de manera intuitiva.

Dice Facundo Cabral que su madre nunca pudo ser inteligente porque cada vez que estaba a punto de aprender algo llegaba la felicidad y la distraía. Entendamos así que dotar de cultura táctica debe ser hacer que los jugadores se desprendan de todo conocimiento de manera tácita: jugando.

Lo trascendental en La Masia es, paradójicamente, físico. Pues resulta de la sensación donde el lenguaje no se interpone, donde la realidad es percibida sin límites, sin filtros como la adjetivación. Krishnamurti dice que “la libertad es pura observación sin intención”, sobreentendiendo que a los buenos jugadores no los pensamos, los sentimos.

El “idioma Barça” se sujeta de dicha sensibilidad inasible en conceptos; el “lenguaje”, sin embargo, lo hace desde la sensiblería de éstos.

Para saber más de la pretendida comunicación entre patrones, podemos extrapolar el triángulo dramático de Karpman a los famosos triángulos del juego de posición: la teoría trata de un análisis transaccional sobre la interacción humana que se fundamenta en tres estados del ego que se balancean entre sí en busca de la supervivencia en una organización, volteando como ratones en una rueda únicamente lingüística.

En una de las esquinas se encuentra el “Salvador” o “Entrenador”, rol que se impone el cargo de solventar conflictos que no tienen que ver consigo mismo; quiere cambios para no cambiar absolutamente nada.

Establece el perjuicio del otro en base a sus creencias y obra desde su idea de resolución en la necesidad de sentirse superior; ayuda a costo de una codependencia que desnutre que el jugador es capaz de jugar por sí mismo.

En otro ángulo aparece la “Víctima” o “Jugador”, rol que cede y merma sus responsabilidades individuales a merced de un falso rescate, acogiendo el papel relacionado con la sumisión, la pasividad, la tristeza y el miedo, aguando la fiesta entre iguales.

La víctima subyuga al concepto de perfeccionamiento sin entender que no hay modificación de lo mismo sino renacimiento, los jugadores son sin mejora porque la memoria no está rasa a la novedad y además no sabemos por dónde aprendemos. Ni la educación ni la experiencia cambian que los triángulos con Neymar sean isósceles.

Y en el último vértice encontramos al “Perseguidor”, que es la consecuencia de desentrampar los roles anteriores con inevitable frustración, enfado e inseguridad. Se trata de un mecanismo de manipulación que se apoya en “debes de”, “tienes que” y “nunca”. El concepto “yo” es producto de una resistencia que siempre quiebra.

La persistente formación de triángulos ofensivos y sus distancias garantizadoras de continuidad de pases son un sencillo juego de máscaras. Las relaciones libres y pacíficas no están atenidas a roles y trascienden la inacción, la negación del ocio, el negocio.

Sólo cuando el intelecto humano está libre de ideas y creencias, cuando no construye lo que debería ser y desvela lo que es, cesa el conflicto y emana el vínculo verdadero; ya que lo puramente mudable no tiene cabida en moldes, no coge en conceptos relativos al pasado a modo de verdades fosilizadas.

La posesión de balón en el FC Barcelona no es impuesta, surge por el amor involuntario que sienten hacia pelota, aparece en la necesidad de manifestarse como son y no como les han dicho que tienen que ser, en la precisión de dar bola a esenciales satisfacciones por encima de caducas optimizaciones. Recuerdo una anécdota tocante siendo entrenador de La Chana, uno de los potreros gritaba a su portero desde 80 metros: “Pásamela, vamos a jugarla”. Pareciera que el amor dejaba de ser amor en su conceptualización.

El portero no miraba primero lejos, como requería Johan Cruyff a Guardiola respecto a Romario, por tal de no alejarse demasiado de la pelota desprendida sólo por cuestiones naturales de conservación. Los miedos instintivos parecen constar de más valentía que los miedos psicológicos.

Al contrario de lo que se ha dicho sobre esta idea, el juego de posición consiste en jugar para sí, en jugar por jugar y tocar por tocar aunque no salga un rival, no en ir generando superioridades a la espalda de la línea que te aprieta –jugar a generar es redundancia–, porque ¿cuándo se está en superioridad?, ¿qué línea; si se trata de un fenómeno no lineal?, ¿qué es lo que aprieta entonces?

Raúl Tapándari, Jacques Lacan y Friedrich Nietzsche responden a la primera pregunta diciendo: “No te sientas mal, que no eres mejor. No hay progreso porque lo que se gana de un lado se pierde del otro. Pero como no sabemos lo que perdimos, creemos que ganamos. La humanidad no representa una evolución hacia algo mejor, o más fuerte, o más alto, al modo como hoy se cree eso. El progreso es meramente una idea moderna, es decir, una idea falsa”.

El progreso sustituye juego por juicio, momento por memento, ritmo armónico por inmovilidad frenética, sensibilidad por inteligencia, amistad por dinero. Es la imposición de sueños, ideales, ilusiones y esperanzas sobre un presente despreocupado, cuyas maneras son vivas y sencillas; espontáneas por desconocidas, amorosas por incomparables.

El progreso intenta desbaratar la unicidad entre juego y jugador consternando lo real por lo imaginario, intenta enterrar las percepciones humanas en aforismos de 140 caracteres para después llamarlo sociabilidad en beneficio de la dictadura económica. Sucede que las plantas siguen creciendo en tierra esterilizada, evidenciado que progreso quizás sea un pase atrás, un volver a empezar para estar todos juntos, para ser todos juntos jugando.

En uno de los partidos del Barça pude apreciar una secuencia de situaciones en aparente desventaja que acababa en gol por la impensada tenencia del arjé. Daba igual donde fotografiáramos lo cinematográfico, que toda la escena trascendía la lógica numérica y posicional.

Ter Stegen jugaba dentro de su área con Gerard Piqué de espaldas y encimado por dos rivales, que tras una maniobra trastabillada se zafaba hacia la zona más alejada de posibles receptores, consiguiendo conectar con Andrés Iniesta siendo destinatario Jordi Alba, el manchego hacía de tal manera que obligaba a Neymar una carrera hacia atrás y un punteo forzado, llegando la pelota a Messi que resolvía una situación de 4×1.

Favorecer contextos que propicien las interacciones más productivas es una ilusión por sus hechuras de búsqueda y finalidad, puesto que cerciora la interpretación del otro en lo que es un diálogo íntimo. La búsqueda del hombre libre es un oxímoron.

El pensamiento atrofia la calidad y la belleza del juego, del amor y de la libertad que no acepta dicotomías. Amar significa que no hay pensamiento. El juego no puede estar dominado por sus conceptos (ataque, defensa, transiciones…), en camino de aquello que ya no es hacia lo que no es todavía, cuando sólo es en libertad, no en la libertad de hacer lo que nos gusta, sino en la libertad sin búsquedas.

Cuando la mente se libera de sí misma sucede la acción que no tiene como fin perpetuar su estado en el tiempo, noción que pertenece al lenguaje y a la memoria, incapaz de afrontar el instante presente.

Johan Huizinga, en su libro “Homo Ludens”, comenta: “El juego que el individuo juega para sí solo en muy limitada medida es fecundo para la cultura. Los rasgos fundamentales del juego, el jugar juntos, el luchar, el presentar y exhbir, el retar, el fanfarronear, el hacer “como sí” y las reglas limitadoras se dan ya en la vida animal. La competición y la exhibición no surgen, pues, de la cultura como sus diversiones, sino que, más bien, la preceden”.

Así pues, la salida lavolpiana es un condicionamiento aceptado como válido y necesario, como la presión tras pérdida o la regla de 15 pases, siendo una conclusión imperceptible, simplificada, artificial, que pretende seguridad donde sólo hay error, interrogación, viveza.

Javier Galán, un entrenador incomparable y uno de los grandes espejos de mi vida, comenta: “La salida lavolpiana es como la pulserita New Balance, decían que daba un supuesto equilibrio en el entrenamiento al ordenar los puntos de energía y no sé qué más. Antes identificábamos a los místicos porque llevaban esa pulserita. Ahora ves lavolpiana de 2 centrales más un 6 estático como tercer central para jugarla directo, lavolpiana en presión de un único 9, cosas absurdas. Pero el sello tiene que notarse. Creemos que la ciencia del juego de posición tiene que ver más con ciencia que con personas y la imitación es lamentable”.

Es una ficción lingüística y simbólica, fehaciente del conocimiento avivador de contradicciones en sus fines causantes, sucesorios, recíprocos y absolutos. Es una manera de tiranizar la Naturaleza, es decir, de tiranizarnos a nosotros mismos, en el anhelo de prescribir nuestros hechos internos a través del concepto “yo”.

Nietzsche destaca que “la cabeza científica está asentada sobre un cuerpo de mono”. Instigando que no se trata de racionalizar en modo alguno la felicidad en sacrificio de lo competente por lo competitivo.

Los conceptos, que se desvanecen enseguida porque lo orgiástico siempre acaba en parejas, renuncian a las posibilidades reales de la creación en pos de una nada segura. Tratándose tan sólo de una conducta poética cuyo origen se encuentra en los deseos, pasiones y creencias del “inconsciente”, del que juega por fuera sin fijarse.

Facundo Cabral canta: “Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo / Quién sabe si el apoyarse, es mejor que el deslizarse / El agua blanda acaba con la piedra dura”.

La identificación en un proceder predeterminado y la pretensión de corresponder patrones fijos de estructura y evolución, remarca las diferencias entre sujeto y objeto. La creencia divide en perjuicio de la cooperación, rehúye de la fundamental relación ilógica con las cosas.

El apego a la idea de juego no es amor al juego, libre y desinteresado, sino una manera dirigida que no supone inteligencia alguna y olvida que las cosas duran más que sus propietarios; mar, tierra, cielo y personas son de difícil posesión. Basta con dar algo por sentado para que se levante, para que aparezca el momento de jugar con los laterales en posiciones avanzadas, sin delantero o desde atrás.

Lejos de tratarse de conformidad, no saber es un impulso sensible hacia lo que es, distinto de poder. Mientras que lo conforme es búsqueda, convencimiento y vencimiento, es saber decir, hacer y permanecer, suprimir, concluir.

La mente, con preconceptos, condicionamientos y verdades imaginadas de manera mancomunada, pospone el juego en su carácter conformista, se protege en el reparto de papeles, en la separación controlable de la incertidumbre. Habiendo que odiar algo demasiado en el deseo de cambiarlo.

Álex Abilleira, un genio que no sé por qué está en fútbol, escribe: “El destructivismo mecanicista imperante implica que los jugadores resuelven en acuerdo con lo impuesto, algo que no puede producir retorno interno de goce por incursión en el propio juego, pues lo obligado vive de intervalos que rompen las estructuras (el todo) y estas no pueden ser rotas sin caer en la falsedad”.

Imponer libertades también es despotismo en el tiempo que Juanma Lillo comenta que “ningún –ismo es bueno”: el menottismo a la izquierda, el bilardismo a la derecha y los jugadores en el medio, ajenos a las guerras del saber.

“Si no comenzamos a transformar nuestra codicia, nuestro odio y nuestra ilusión, nuestros esfuerzos para dirigirnos a las formas institucionalizadas es probable que sean inútiles o algo peor, la historia reciente nos provee de muchos ejemplos de líderes revolucionarios, a menudo bien intencionados, que eventualmente han reproducido los males contra los que lucharon” (David Lewis)

* Kevin Vidaña, entrenador nacional de fútbol. Experiencias en Chana cadete, El Ejido juvenil y Puerto Malagueño juvenil División de Honor.




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