Tercera temporada de Mou en Chamartín y tercera semifinal alcanzada, esta última con un partido de vuelta más bien malo. Datos ejemplares, en cualquier caso, si los comparamos con los seis años que pasaron los blancos sin salvar el cruce de octavos hasta la llegada del entrenador portugués –la última vez que lo hicieron, antes de Mourinho, fue con otro compatriota: Queiroz, que cayó en cuartos ante el Mónaco–. El último en alcanzar las semifinales con la misma cadencia fue Vicente del Bosque, que entre la temporada 1999/00 y la 2002/03 estuvo en todas, consiguiendo levantar dos Champions en cuatro años. En esas cuatro temporadas, de hecho, Del Bosque ganó, además de las Copas de Europa, dos Ligas, una Supercopa española, una Supercopa europea y una Intercontinental. Números que el de Setúbal, de quedarse otro año y siempre y cuando consiguiese esta Copa de Europa, podría alcanzar, aunque el curso que viene tendría que, literalmente, arrasar en todas las competiciones.
Sobre este proyecto, y más concretamente, sobre este entrenador, sobrevuelan sin embargo varios chascarrillos injustos. El primero hace referencia a la inversión hecha por el presidente. “Con ese presupuesto”, observan algunos, “no es para menos”. Este argumento no sirve de mucho mientras existan casos como el del Manchester City o, por ejemplo, el Madrid de Queiroz (aunque aquella plantilla venía de ganarlo todo). El comentario, por otra parte, es de los más socorridos en fútbol. “Ese equipazo lo entrena cualquiera”. Y lo ha escuchado cualquier entrenador que haya ganado títulos con una gran plantilla, Del Bosque y Guardiola, sin ir más lejos. Juntar megaestrellas sin un entrenador que consiga embridar al equipo y hacer que funcione no sirve de ná, que diría Peret. El fútbol está lleno de casos así. Otro ejemplo palmario fue el Brasil del Mundial 2006, trufado de cracks y que jugó de manera pésima hasta caer en cuartos frente a Francia, con aquel despiste de Roberto Carlos.
Armar un acorazado como este Real Madrid necesita, además de una catarata de millones, la buena mano de un técnico.
El segundo comentario recurrente versa sobre la gestión del caso Casillas. “Lamentable”, es lo mínimo que se ha escuchado. Este asunto, reducido a su mínima expresión, no es sino un entrenador sentando a un jugador por considerar que no está en forma. La reacción que se desencadenó tras saberse que Iker sería suplente en La Rosaleda fue, cuando menos, histérica. Se armó la de Dios es Cristo. Es cierto que Adán no estaba para sustituirle y que Mourinho se enredó en las explicaciones, pero no hay nada malo en dar un toque de atención a un futbolista si el míster considera que rinde por debajo de sus posibilidades, por muchos galones que tenga. Un sector importante de afición y prensa mantiene que esta situación se dio exclusivamente por la mala relación entre portero y entrenador. Seguro que también hay algo (o mucho) de eso; se conoce que Casillas es, junto a Ramos, el único que no se pliega ante los deseos de Mou. Pero si el de Móstoles hubiese estado en plena forma, Mourinho no lo hubiese sentado más de un partido, como hizo con Sergio ante el Manchester City. Las críticas que apuntaban a que Adán no tenía calidad suficiente para sustituir a Iker son justas, pero aquellos que aseguran que el de Móstoles debe figurar siempre en el once inicial por todo lo conseguido hasta ahora yerran el tiro. En el deporte de élite, ayer es hace mil años. Por esa regla de tres, Zidane debería seguir jugando en el Madrid. O Raúl.
Y por último, el tema arbitral. “Los árbitros ahora favorecen al Madrid”. Sí, ¿y qué? Hace no mucho favorecían al Barça. Es imposible ganar una Champions (o un Mundial, o una Eurocopa) sin suerte (a todo esto, ¿qué se considera suerte en fútbol?) y sin ayudas arbitrales. Y unas veces tocan a unos y otras a otros. Es así de triste. En este punto no merece la pena recrearse mucho. Las quejas siempre vendrán del lado del perdedor. El árbitro perjudicó mucho al Manchester con la expulsión de Nani, igual que perjudicó mucho al Madrid con la roja a Pepe tras la voltereta de Alves o al Barça dando como legal el gol de Boateng, precedido de una mano clarísima de Zapata. Y así ad infinitum. Lo del árbitro es batalla perdida y hay que sacar otras lecturas. Por ejemplo: el Madrid fue superior al Manchester apenas 7 minutos en todo el partido de vuelta, pero en ese tiempo, mientras Ferguson dejaba de masticar y se limpiaba, incrédulo, las gafas, Mourinho supo leer perfectamente lo que ocurría y obrar en consecuencia. Suficiente. Dos goles y eliminatoria superada.
El Pep Team, por cierto, también se enfrentó a comentarios parecidos e igualmente injustos durante los años en los que no paraba de ganar.
Mourinho ha protagonizado episodios lamentables desde su llegada al equipo blanco. El dedazo en el ojo, directamente, dio vergüenza ajena, así como algunas de sus ruedas de prensa, pero es imposible que cada uno de sus gestos y decisiones obedezcan a intereses espurios. Ni es el mártir que muchos madridistas se empeñan en ver, ni el monstruo despiadado que retrata una parte importante de la prensa. Es un tipo que abandona las ciudades dejando un reguero de trofeos y enemigos.
¿Podría haber conseguido lo mismo el Madrid en todo este tiempo sin tanto ruido? Probablemente, pero ya no hubiese sido Mou sino otro.
* Jorge Martínez es periodista.
– Foto: AFP
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