"La audacia tiene genio, poder y magia. Comienza ahora, ponte en marcha”. Johann W. Von Goethe
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Era una epopeya estremecedora. El equipo que Mourinho había levantado de la medianía hace diez años para colocarlo en el pedestal europeo culminaba de la mano de su hijo prodigo una remontada para la historia que agotó los argumentos de la épica. Los siete minutos (tres más el descuento) entre el decisivo gol del recién ingresado Demba Ba y el pitido final dieron para que Mourinho esprintara al modo que patentó en Old Trafford con aquel gol de Costinha en 2004 –aunque esta vez fuera para dar instrucciones a sus hombres–, a que Azpilicueta se desplomara fruto de los calambres, Sirigu subiera a rematar un córner y Cech apilara otra parada prodigiosa en su vasto historial que explica el mito que es. Era Mourinho y la Copa de Europa, ese binomio que se engrandece mutuamente y que alcanza su punto álgido en Stamford Bridge, donde dicho técnico y dicha competición son las máximas deidades.
Ibrahimovic era el único de los titulares en el Parque de los Príncipes seis días antes que no iba a ser de la partida en el once de Blanc, pero su sola ausencia cambiaba demasiadas cosas. El dibujo inicial del PSG no variaba, pero el ataque parisino, sin necesidad ni voluntad de proponer –ni el 3-1 de la ida ni el escenario obligaban a ello–, iba a explotar su potencial ofensivo de forma distinta a como lo hace con el sueco. Ibra, a pesar de partir desde la posición de nueve se acomoda en la mediapunta buscando jugar de cara, aprovechar su calidad para liderar el ataque de su equipo y hacer perder la referencia a los centrales, liberando la zona del punta donde tan a gusto se mueve Cavani –que suele partir desde la derecha– y permitiendo que Lavezzi pueda atacar la espalda de los zagueros rivales.
La baja de Ibrahimovic la cubrió Lucas Moura, que se ubicó en la derecha, pasando Cavani al centro del ataque. Se perdía último pase y la vía de conexión de más calidad entre el centro del campo y el ataque, ganando vértigo en las transiciones ofensivas. Esto restaba en ataque estático, pero podía beneficiar los coontragolpes ante un Chelsea más obligado por el resultado y la condición de local.
En el 4-2-3-1 de Mourinho, Eto’o recuperaba la punta de ataque tras su lesión y mandaba a Schürrle al banquillo, mientras que la baja de Ramires por sanción daba la titularidad a Lampard que formaría pareja con David Luiz en el doble pivote.
Sorprendió el PSG en el inicio con largas fases de repliegue intenso mucho más bajo de lo que suele –tiró la línea defensiva bastantes metros más atrás que en la ida–, y el Chelsea, ante la escasez de automatismos en ataque estático, solo encontró profundidad cuando Oscar cayó al extremo, desde donde generó ventajas constantes en la primera parte tanto en acciones individuales como asociándose. Cuando la pelota era de los de Blanc, y a pesar de que el Chelsea tardó un par de jugadas en ajustar su cuadrado de seguridad Lampard-Luiz-Terry-Cahill –las dos veces que Matuidi recibió con facilidad a la espalda de la medular blue–, los de Mourinho enmarañaron el mediocampo acotando espacios y tapando todas las líneas de pase mediante una presión ordenada que sacó de quicio a Verratti –que a punto estuvo de meter en un marrón a Sirigu con un pase comprometido fruto de dicha presión–, al que nunca le dejaron meterse en el partido.
En el minuto 17, Hazard se lesionó, tuvo que salir Schürrle y pareció que las opciones menguaban seriamente. Muerta la reina en el tablero ofensivo de Mourinho, Oscar asumió el liderazgo. Sin la electricidad del belga, el mediapunta brasileño percutía a un ritmo distinto, más monótono y menos vistoso, pero desequilibrando la balanza como un líder en el sentido más amplio, ese que no necesita de la inspiración para hacerse notar.
Los visitantes recurrían a las endemoniadas conducciones de Lucas Moura –que morían al segundo o tercer envite con los rivales que le salían al paso de forma escalonada–, la profundidad de Maxwell en la izquierda y los desmarques en ruptura sobre todo de Lavezzi, anulados estos por la trabajada coreografía que armaba la zaga londinense a la hora de tirar el fuera de juego.
Pasada la media hora, el Chelsea, que solo se había asomado al gol mediante el balón parado, homenajeó al Stoke de Tony Pulis sacando un gol de un recurso generalmente infrautilizado: el saque de banda. Ivanovic sirvió al corazón del área para que peinara David Luiz y Schürrle, libre de marca, inflara de esperanzas a una hinchada entregada a la causa. El arreón del Chelsea tras el gol se tradujo en una caída del alemán en el área parisina –hizo demasiado por chocar con Verratti– y una ocasión clarísima en la que Cahill mandó al limbo un balón que había quedado muerto en el punto de penalti tras una falta botada por Lampard.
Los sustos en los contragolpes tras el gol –apaciguados por un Thiago Motta colosal en el repliegue– amilanaron al PSG a la vuelta de vestuarios; el equipo de Blanc regaló su campo al Chelsea y se puso a defender en su área. Aquí, Willian cogió la batuta con libertad para disponer y abordar la frontal del área sin apenas oposición y el Chelsea creció. Una combinación entre Oscar, Willian y Schürrle terminó con un disparo al larguero del alemán, el rechazo cayó a Eto’o en el balcón del área y Moura lo trabó en una falta que Oscar mandó de nuevo al travesaño.
Blanc quiso cortar esta sangría y sentó a Verratti –superado durante todo el encuentro– para meter a Cabaye, dando empaque a un centro del campo que hacía rato que no se sostenía. El cambio funcionó y el ritmo del partido se estabilizó. El empuje del Chelsea fue abriendo espacios al PSG, que por medio de Matuidi y Maxwell cargaba su ataque en la izquierda. Un saque de falta de Lavezzi de calcado perfil al gol que supuso el 2-1 de la ida obligó a lucirse a Cech, que no tuvo excesivo trabajo pero cumplió con nota cada vez que lo pusieron a prueba.
Mourinho sacó a Lampard en el minuto 65 para dar entrada a Demba Ba –Fernando Torres ejercía de suplente del suplente– y pasar a jugar con dos puntas y un centro del campo en rombo con David Luiz como mediocentro único. Blanc reaccionó metiendo a Pastore por Lavezzi, y el argentino respondió dando coherencia al juego y prolongando fases de posesión de balón que apenas habían existido en la segunda parte. El PSG tuvo la eliminatoria en dos grandes desmarques en ruptura de Cavani –el segundo de ellos con un control orientado maravilloso–, pero al uruguayo le faltó temple para definir.
Decía el filósofo inglés Bertrand Russell que la guerra no determina quién tiene la razón, solo quién gana, y en la batalla más prestigiosa del fútbol, que es la Champions, Mourinho anuda el triunfo sin dejar ni un solo matiz a la improvisación, porque hasta su capacidad de intervención en los partidos está marcada por su anticipación a los hechos. El capitán de su equipo, John Terry, lo deó a dejar claro tras el encuentro: “Hemos trabajado mucho toda la semana sobre los escenarios 1-0, 2-0, 3-1. ¿Qué debíamos hacer? Para cada escenario había un plan”.
De la misma forma que hace trece meses tras la expulsión de Nani quitó a Arbeloa para meter a Modric, pasó a jugar con tres defensas en Old Trafford, puso la portería rival cuesta abajo y levantó una eliminatoria que Ferguson tenía bien atada, ayer Mourinho, en otro golpe de mano, pasó a jugar con dos delanteros a veinticinco minutos del final con un solo tanto por marcar y dio entrada a Torres para acabar jugándose el partido más importante de la temporada con Eto’o, Torres, Ba, Schürrle y Willian sobre el césped. Blanc entró al juego introduciendo a Marquinhos por Moura –un central por un extremo–, aceptando achicar agua y ejercer de frontón ante los balones que iban a llover sobre su área durante seis minutos más el descuento. En uno de estos, Eto’o bajó el balón, disparó al bulto y la bola le cayó a Azpilicueta, que golpeó mordido convirtiendo su disparo en una asistencia a Ba, que se anticipó a Maxwell para desatar la locura en Stamford Bridge, llevar al Chelsea a semifinales de Champions por séptima vez en los once años que Abramovich lleva como dueño del club –antes no lo había conseguido– y convertir a Mourinho en el primer entrenador en la historia en alcanzar dicha ronda en ocho ocasiones. Una proeza de un mito viviente.
* Alberto Egea.
– Foto: Paris Saint-Germain
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