Apenas ha comenzado febrero y el Chelsea ha visitado ya el estadio de los ocho primeros clasificados excepto Anfield, y esto puede decir mucho más de cómo está la Premier League que la propia clasificación. La fiabilidad en casa de los tres aspirantes hace pensar que la liga se decidirá en los partidos a domicilio, y ahí Arsenal –que tiene que visitar los estadios de Liverpool, Tottenham, Chelsea y Everton– y Manchester City –que tiene pendiente acudir a Old Trafford, Emirates, Anfield y Goodison Park– tienen una cuesta arriba que los de Mourinho han pasado con nota.
Llegaba el Manchester City al duelo sin Agüero ni Fernandinho, pero Pellegrini no varió el sistema. El Ingeniero siguió apostando por una pareja en la delantera formada por Negredo y Dzeko –en la ida en Stamford Bridge había jugado solo el Kun en punta– e innovó en la medular ubicando como pareja de Touré a Demichelis, que a pesar de que este año solo había disputado 25 minutos de manera testimonial en esa posición –en el 6-0 ante el West Ham en Capital One–, ya había jugado varios partidos con Pellegrini en el Málaga en ese mismo puesto, rindiendo a buen nivel. La ausencia del Kun hacía de Silva el principal foco de creatividad del ataque citizen, y del nivel que ofreciera el canario iban a depender muchas de las opciones del City.
Por su parte, Mourinho ya ha conseguido aquello de tener a los once jugadores en la posición en la que más a gusto se encuentran, y el equipo lo nota. David Luiz ha encontrado su sitio en la media, donde la presión de fallar no es la misma que en el centro de la zaga: juega suelto, yerra menos de lo que dice la fama con la que carga hace tiempo y cuando lo hace se nota menos. La llegada de un tipo que se sabe el oficio de mediocentro posicional como Matic permite a Mourinho jugar con la posición de Ramires, que tanto de interior como de extremo disfruta de sus dos grandes activos, el despliegue físico y trabajo sin balón, y la posibilidad de pisar área en ataque donde de verdad daña. Con todos recolocados, Ramires desplazó a Willian a la mediapunta, donde extraña verlo cada vez menos, y Oscar, como en el partido del Emirates, comenzó en el banquillo. Solo cuatro veces en lo que llevamos de Premier fue de la partida David Luiz como mediocentro y tres de ellas han sido ante Liverpool, Manchester United y Manchester City. Y solo tres veces fue suplente Oscar en un partido que no fuera inmediatamente posterior a compromisos de selecciones o en el que estuviese convaleciente de una lesión, y dos de ellos fueron en el Emirates y en el Etihad. A cada partido macho Mourinho ha insertado una variante o dos o tres. Movimientos de ajedrecista que anularon a Ramsey, empequeñecieron a Luis Suárez y acabaron por incomodar a David Silva, que fue apagándose así como se fue agrandando la figura de David Luiz. Y ahí se evaporarían muchas de las opciones de los locales en el partido.
Iban a chocar frontalmente dos maneras radicalmente opuestas de arrancar los partidos: la parsimonia habitual del Chelsea que tantos sustos le ha costado y el avasallamiento al que acostumbra el Manchester City cuando juega en el Etihad. Como sucediera en el primer cuarto de hora en el partido de ida, el Chelsea plantó la línea defensiva muy retrasada, pero con la diferencia de que entonces Touré jugó en la mediapunta, y obligado a recibir de espaldas y con Ramires encimándole el marfileño era mucho menos que la bestia que fue sobre todo en la primera parte. Cuesta recordar un centrocampista que partiendo desde una posición tan retrasada tenga tanta influencia en un ataque de tanto nivel y en un equipo de tanto potencial. Las oleadas ofensivas del City bordearon el gol varias veces en los primeros veinte minutos siempre con el mediocampista africano como protagonista, al que vimos en cuestión de minutos disparar de la frontal, quedarse a centímetros de rematar en boca de gol un centro de Kolarov e internarse en el área para dar el pase de la muerte a Silva tras apurar la línea de fondo. Estaba en todas las partes y no había forma humana de pararle. El City atacaba muy bien explotando las bandas con Kolarov en la izquierda –las diagonales de Silva le liberaban el carril– y Navas en la derecha, y aprovechando la movilidad de Dzeko y Negredo para que Touré y Silva pudieran internarse por el centro y ocupar zona de remate.
El ritmo de partido parecía descender cuando a los veintiocho minutos, con el City volcado sobre el área de Cech, un error fatal de Negredo en una entrega atrás a Demichelis supuso una pérdida de balón que aprovechó el Chelsea para montar un cuatro para uno conducido por Willian y finalizado de forma inocente por Ramires, que remató centrado sin poner en demasiados apuros a Hart. Fue el preludio del gol. En la jugada siguiente, un movimiento fantástico de Hazard, que acababa de cambiar de banda, le permitió recibir un balón de Ivanovic; el belga centró para el remate de Ramires, que salió rechazado a la frontal del área, donde Ivanovic esperaba para de potente zurdazo –en un defensa diestro el mérito se multiplica– cruzar un balón inalcanzable para Hart.
Habían sido los mejores minutos de un City que aplasta mucho mejor que compite, y el resultado y lo visto sobre el campo desnudaban sus carencias. Si el City había tenido tres ocasiones claras era porque había atacado muy bien, y si había podido encajar dos goles era por errores de concentración –el pase fallido de Negredo no se puede entender de otra manera– y por falta de intensidad en el rechazo que fue a parar a Ivanovic en el gol. El Chelsea es todo lo contrario, se vio superado en ataque sin perder el orden, sabedor de que el partido se espesaría y sus opciones llegarían por un error, un balón parado o una genialidad de Hazard, y las tres alternativas de gol se acabarían cumpliendo, aunque no se materializaran. En encuentros ante equipos medianos estas situaciones pueden pasar desapercibido para un equipo de tantísima calidad que ejerce de martillo pilón, incluso puede ganar la Premier jugando a los golpes, pero en el cara a cara con equipos punteros las opciones se reducen a la puntería, y a la puntería temprana, porque un equipo serio, compacto y trabajado del nivel de este Chelsea acaba siendo más que tú solo con ponerse por delante en el marcador.
Sobre la condición capital del sacrificio defensivo, Mourinho ha acabado por disponer a cada jugador en sus condiciones más favorables, todos al servicio de la misma idea, todos de acuerdo a un modelo de juego que tiene a Hazard como actor principal en ataque, cuyo lucimiento personal es responsabilidad de todo el equipo, que procura que reciba de cara o con metros para conducir en carrera, faceta en la que ya es uno de los jugadores más letales del planeta. Su partido ha sido memorable, no porque haya hecho algo distinto a lo que lleva haciendo toda la temporada, sino por el rival, el escenario y la trascendencia del encuentro. Su porcentaje de acierto en el regate es altísimo, su desborde obliga constantemente a las ayudas a la defensa rival y sus cifras goleadoras ya igualan las de toda la campaña anterior. De su botas pudo llegar el 0-2, pero un centro suyo desde la izquierda tras su enésimo regate lo remató Eto’o al larguero antes de marchar a vestuarios.
El segundo tiempo comenzó vibrante con una nueva ocasión de Touré, que cruzó un disparo en exceso, a la que respondió Matic con un lanzamiento de veinticinco metros que estrelló en la cruceta de Hart. Le faltó poco al serbio para redondear un partido impecable, dejando la sensación de que ha encajado como un guante en una posición que pedía a gritos un refuerzo de etiqueta. A los diez minutos de la segunda parte, Pellegrini dio entrada a Jovetic por un desaparecido Negredo, al que por primera vez en mucho tiempo se vio por debajo del nivel de sus compañeros. Las ocasiones se sucedían en ambas áreas, y a la salida de un córner Cahill mandaba el balón al poste por tercera vez en el encuentro. Entre David Luiz y Matic habían limitado la actividad de Silva con el balón, reduciendo su presencia a sus llegadas a zona de remate, pasando a cargar el City todo su peso en el ataque sobre la banda izquierda, desde donde Kolarov se hartó de poner centros. La pareja Terry-Cahill fue implacable por arriba y por abajo, y el único trabajo que le dejaron a su arquero fue detener dos disparos a la escuadra de Silva –magistral libre directo– y Jovetic.
El 0-1 final puso fin al récord del Manchester City de 61 partidos consecutivos de Premier marcando en el Etihad –la última vez que no lo había hecho fue el 13 de noviembre de 2010, en un 0-0 frente al Birmingham– y siembra de dudas a los de Pellegrini, que si bien le faltaban dos piezas básicas en su esquema, no se reconoció a sí mismo en gran parte del partido. Quizá la gran diferencia entre ambos equipos ahora mismo es que el Chelsea se parece mucho más a Mourinho que el City a Pellegrini. Será ahora, con el enfrentamiento a los grandes de Europa, cuando se compruebe cuántas carencias esconden las goleadas sistemáticas del Manchester City, de cara sobre todo a competir en la Champions. Mientras, Mourinho prolonga en el tiempo esa solidez defensiva que considera base del éxito –ha dejado la puerta a cero en seis de las ocho últimas jornadas, mientras que en las dieciséis primeras lo había hecho en cuatro ocasiones– y el conjunto se sigue haciendo fuerte compitiendo de forma titánica. Si como decía Sacchi «un equipo solo se forma si todo el mundo habla el mismo idioma y todos están capacitados para el juego colectivo orientado a una misma idea», el Chelsea empieza a parecerse mucho a esa definición.
* Alberto Egea.
– Foto: Andy Hooper (Daily Mail)
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