Morir por inercia

por el 20 junio, 2014 • 23:07

Mundial 2014

Le preguntaban a Simeone el verano pasado en una entrevista para ‘El Gráfico’ por su técnica para motivar después de haber ganado, y la respuesta fue tan contundente que la podría haber firmado Trapattoni, Capello o cualquiera que llevara a sus espaldas la mochila repleta de proyectos triunfales: “Hay una sola motivación, que es la que mantiene viva cualquier plantel: superar la competencia interna. Si no hay competencia interna, muere el plantel. Es la única situación que fortalece al entrenador después de ganar. Que los dirigentes compren y potencien al grupo. Competencia interna. Es como en cualquier trabajo: si te traen uno que trabaja bien, se te hace el culo así de chiquitito; si no te traen competencia, vos haces lo que querés”. Son declaraciones de un hombre que acababa de culminar una temporada maravillosa ganando la Copa del Rey, que acababa de colmar las aspiraciones del club que dirige –ganar la Copa y acabar 3º en Liga era el techo real del Atlético en ese momento– y ya sabía cómo iba a gestionar la victoria en pro de destrozar los límites de su equipo al punto de hacerle jugar por encima de sus posibilidades.

Es una labor complicada por la paradoja que conlleva. Un grupo con ganas de comerse el mundo se ha hermanado para un fin, se ha vaciado por lograr un objetivo –ser leyenda– y lo ha logrado. Un grupo con experiencia y mentalidad ganadora adquirida se encuentra ante una situación nueva –cómo fomentar el apetito después de tantos atracones– que solo puede contrastar con sucesos que le han sucedido a otros en otro tiempo. En el caso de España esta inexperiencia incluye al seleccionador, que en la única ocasión que pudo asumir la gestión de un equipo saciado su club decidió no renovarle. La tarea que de forma tan fría y racional explica Simeone requiere de una profesionalidad y una distancia con los jugadores que va con el oficio, y ayuda a entender por qué un genio como Guardiola, dos meses después de ganar otra Copa de Europa fichara a Cesc para ponerlo de falso ‘9’ –cuando se entendía sustituto de Xavi–, introdujera el 3-4-3 como alternativa, sentara a Piqué o fichara a Alexis para que a un Villa que había dejado una segunda parte de temporada decepcionante se le hiciera el culo ‘así de chiquitito’.

Del Bosque negó esto. Él tiene más mili hecha en el mundo del fútbol que Guardiola y el ‘Cholo’ juntos y conocía de sobra la forma en que habían caído las torres más altas. No tenía que echar la vista tan atrás: la Italia de Lippi, campeona del mundo en 2006, barrida por Brasil en la Confederaciones de 2009 por el mismo 3-0 que España encajaría en 2013 y sin grandes cambios cara a un Mundial del que se despediría en fase de grupos con dos empates y una derrota. Un calco.

Pero había que tomar decisiones dolorosas en lo personal, la carga mental obligaba a homenajear a los jugadores que le habían dado la gloria por muy caro que fuera el coste, y el hecho de que sean tan buenos hacía pensar que por lo menos caerían con dignidad, y si les tenían que atropellar sería un Ferrari. Así que como buen español, problema aplazado, problema solucionado.

Del Bosque negó tres veces la ventilación del bloque que ha gestado la tiranía más salvaje que se recuerda confiando en ganar por inercia, cuando la inercia es la mejor amiga del rival hambriento que espera a que su verdugo baje la guardia. Pudo hacerla de forma más progresiva tras la Eurocopa 2012 donde Xavi tapó con una final soberbia un torneo que raspaba el aprobado –y digo Xavi porque como piedra angular, su decadencia se ha llevado consigo la de su club y la de España–, debió hacerla tras el batacazo de la Confederaciones, y fue incomprensible que no la hiciera o al menos la maquillara cuando ya era imposible de esconder que Villa dejaba el fútbol de élite porque dejándose la piel ya no alcanza su nivel de hace cuatro años, que a Casillas solo lo sostiene su –sobrealimentada– aureola, que a Torres se le lleva esperando desde 2011 y que Isco, Navas o Llorente por asociación, desborde y juego aéreo entre otras cosas ofrecen alternativas al juego plano, monótono y previsible que hemos paseado por tierras brasileñas.

Decía Kästner que los errores no siempre enseñan. Que no todo el que viaja a la India descubre América. España no aprenderá nada de esto, igual que el Barça no aprendió nada del 7-0 ante el Bayern porque esta película la llevan pasando desde que el fútbol es fútbol. Ahora que ya se hizo lo más difícil, ahora que España ya tiene un estilo, solo queda volver a tener el valor de decidir y equivocarse, tanto en la gestión del grupo como en la elección o no de un nuevo seleccionador. Dejar que el tiempo pase sin anticiparse a los acontecimientos nos ha dejado un cierre de círculo que no hace justicia a un equipo para el recuerdo. Esperemos que por el bien de la Selección sea la última consecuencia de esta actitud.

* Alberto Egea.




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