En las aguas transoceánicas del fútbol, Moby Dick se siente amenazada, perseguida por esos cazadores ávidos de trofeos, deseosos de entrar en la leyenda. No es fácil navegar por los mares, esbelta y rutilante, sabiendo que todos te esperan tras la subida de la marea o ante una tormenta en alta mar. Todos deseosos de saber, de conocer y sobre todo de averiguar hasta dónde llega la pericia de esta ballena blanca que logra una y otra vez escapar de los arponazos rivales.
En este inicio de temporada la veda se abrió pronto, demasiado pronto. Dos malos resultados, dos arponazos bien lanzados, dos derrotas en aguas poco propicias sirvieron para crear la duda y lastimar por primera vez al equipo. Aquella herida la abrió Mourinho reprochando, precisamente eso, que no tenía equipo. Dijo más: “Tengo pocas cabezas comprometidas y concentradas (…) en el descanso he hecho dos cambios pero habría hecho siete si hubiera podido”. Así se hacía muy difícil mover a un cachalote de esas dimensiones.
Poco importaba entonces ser y sentirse (casi más importante) el dueño de los mares. Moby Dick le había ganado sus últimos pulsos a ese cefalópodo azulgrana que hasta hace bien poco arrasaba con todo. La última Liga y la Supercopa indicaban al menos que la ballena blanca había vuelto de su retiro invernal. Autodestructivo y exigente como pocos, en el Paseo Marítimo de la Castellana se instaló la niebla de una división interna que subió, como la marea, por momentos. La tristeza de Ronaldo, las camisetas de Sergio Ramos o los flirteos de Casillas con las redes sociales parecían motivos suficientes para bajar la guardia y abandonarse a viejas heridas.
El Madrid las restañó todas con fútbol. En esas aguas convulsas supo moverse mejor que nadie. A lomos de la épica que alumbran las noches de Champions en el Bernabéu llegó el primer punto de inflexión. Con decisión y fútbol, con iniciativa y paciencia, superó al Manchester City, con gol incluido de Ronaldo. La ballena volvió a sentirse bella, esbelta e indestructible. Algo similar le ocurrió cuando acudió al Camp Nou con ocho puntos de desventaja. Aquella herida dejó de sangrar esa noche. La distancia (en puntos) se mantenía pero el Real Madrid se había demostrado que el monopolio de la pelota ya no pertenecía al Barça. Moby Dick había aprendido a defenderse del cefalópodo azulgrana, pero también se había convertido en una ballena asesina.
Ser un depredador no le mantuvo al Real Madrid ajeno a nuevas adversidades. El Virus FIFA, algo así como una pulmonía que aqueja a las ballenas que pescan en los caladeros más internacionales, se cebó con él. El arpón hizo sangrar el flanco izquierdo. Sin Marcelo y Coentrao, el Madrid pierde fantasía y movilidad arriba; posicionamiento y esfuerzo defensivo en la retaguardia. La derecha también cojea, tras la lesión de Arbeloa, y a Moby Dick ya no le caben más parches. Quizá por eso ha abandonado el vértigo, ha sosegado su rumbo y ha decidido plegarse al faro de Xabi Alonso, Özil y Modric.
Amparado en ese nuevo estilo que no rehuye, que nadie se confunda, de la pegada y el atractivo de quien se siente un depredador llega ahora Moby Dick a aguas hostiles. Los mares del norte no le traen buenos recuerdos. Por allí ha navegado el Madrid hasta en 23 ocasiones y solo en una consiguió la victoria (frente al Bayer Leverkusen en el año 2000), el resto fueron 6 empates y 16 derrotas. El Pequod, el barco ballenero que intentará en esta ocasión pescar a Moby Dick, se asienta en la cuenca del Ruhr, a los pies del Westfalenstadion de donde la ballena ya ha escapado viva otras veces. Allí no conoce la derrota.
El pronóstico augura tormenta en las gradas, un clásico allí, aunque otra cosa serán los arponeros. Jóvenes e inexpertos en aguas internacionales, defensores de una idea de fútbol que apuesta por la posesión y la iniciativa en la caza. Pero el Dortmund no es este año el fino estilista de temporadas pasadas, de hecho en la Bundesliga marcha cuarto, a 12 puntos del Bayern. El panorama no puede ser más propicio para los blancos. Ante ello, Jürgen Klopp ha buscado sembrar la duda con dos de sus mejores hombres. Tanto Götze como Schmelzer serán parte de esos 11 aventureros que intenten aliarse con la Historia para cambiar el final de la obra de Herman Melville.
* Emmanuel Ramiro es periodista.
– Fotos: Reuters – RTVE
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