Uno de los retos de la inteligencia es revelar aspectos nuevos sobre lo ya construido. Otro, que dichos descubrimientos mejoren ostensiblemente a la organización o, al menos, no descuenten propiedades.
La llegada de Tito Vilanova al banco del Barça ha revelado inéditos capítulos de un manual que, al parecer, yacía oculto en las estanterías azulgranas. En dichas secciones del sumario conceptual, parece haber desaparecido toda idea relativa a ese juego de posición que consiguió renovar la globalizada concepción de juego asumida por todos los clubes de todas las categorías.
Entregados a la reinante emoción de la circulación de balón telegráfica, de poco desarrollo, de secuencias breves, el único matiz diferencial lo encontramos en aquellos que redactan ese fútbol de relatos transitorios.
En definitiva, los de Mou y los de Tito no hacen nada que no podamos ver en otros escenarios de cualquier liga. Eso sí, los que lo hacen, por calidad, difieren de los demás manifestantes.
El clásico disputado en el Camp Nou deja en el olvido la colectivización que potencia la singularidad de cada cual, para dar paso a un fútbol troceado, donde cada uno protege su parte obviando que lo mejor del individuo emerge de lo que se hace de manera conjunta.
El resultado es concluyente: los partidos se han convertido en un duelo Cristiano-Messi. De acciones podemos discutir ampliamente; de juego, poco que hablar, más allá de un ida y vuelta resuelto por magníficos futbolistas. Todo queda organizado para que en la dispersión, Leo y Ronaldo parezcan no sólo mejores, sino únicos.
Al ser tan febriles y perecederas, las coordinaciones dadas maximizan la figura de estos dos iconos futbolísticos. En la ruleta rusa implementada, ellos avivan su exclusividad.
Las marcas deportivas que explotan sus imágenes se frotan las manos ante tal hecho. El Balón de Oro se aparta de quienes lo merecen: los que consiguen que el bueno sea el equipo, los que nunca individualizan los logros.
Si el trofeo cobrara vida, se abrazaría a Xavi o Iniesta para siempre.
En este desbocado marco, deja de ser admirable lo que se hace entre todos, lo que se construye mutuamente, y se subraya lo que ejecuta cada cual. La maestría de Xavi e Iniesta pierde autoridad. La ubicuidad de unos pocos actúa como efecto que disminuye las capacidades de los que mejor acomodan las circunstancias del resto.
Vimos dos equipos repletos de jugadores que nunca se separan acertadamente para mejorarse las condiciones recíprocamente. Los pases, a excepción de aquellos que se dirigen sobre el que busca el gol, rara vez proponen esa otrora continuidad que reunía a todos en torno al balón.
Unos pierden el esférico porque lo proyectan sin sentido hacia adelante, mientras otros lo malogran en la irrealizable entrega sobre un Messi rodeado de opositores, o a través de lanzarlo sobre un desmarque de penetración, donde casi nunca se da el deseable ajuste entre el pasador y las posibilidades de recepción del que se desplaza.
El que porta la pelota ya no suspira por protegerla, sino que codicia que alguien trate de ganar la espalda de los últimos defensores. Los cercanos ya no son la justificación para terminar encontrando a los alejados. Los que deben estar bien emplazados en anchura ya solo aparecen para introducirse en la maleza visitante, con lo cual, curiosamente, se deja de ser profundo.
En el Real Madrid es un hábito alejar el balón de las inmediaciones de los de atrás. Únicamente se habla de ellos cuando se nombra cómo desactivar los planes de los adversarios. Parece ser que a esto se juega sin la pelota.
Los estudiosos, como dicen ver más que nadie, algo que yo jamás pondré en duda, observan en este hecho una magistral lección estratégica. Para un servidor, se trata de una simple actividad relacionada con distanciar la pelota del campo propio confiando en que el azar haga el resto, ya que las trayectorias elegidas son discutibles, y lo que hace el resto del equipo por hacer que reciban en condiciones impecables los adelantados es invisible.
Como no podía ser de otra forma, la actualidad privilegia a los presurosos. Tal es así, que hasta Usain Bolt cree poder jugar a este deporte.
Ahora ser rápido es sinónimo de ser bueno.
Para mí, el saber no procede de ser veloz. Montoya hace más rápido al Barça que Alves, Abidal que Alba, Iniesta que Alexis o Tello y, sobre todo, Piqué que Adriano o Mascherano.
Ubicarse bien, contextualizar las decisiones, enterarse de qué está pasando y cómo está sucediendo, como paso previo a comprender lo que acabará sobreviniendo, reducir las expectativas de los atacantes que tratan de profundizar discerniendo bien los momentos de achique o retroceso, te convierten en un excelente defensor. Para tales fines, no se requiere de velocistas. Márquez y Koeman no lo eran porque su inteligencia acababa por cambiar el dorsal de los delanteros. Pasaban de ser 7, 9 u 11, a 6 y 8, es decir, terminaban por estar más pendientes de retrasarse y amontonarse junto a sus centrocampistas que de preocupar a los centrales de elástica blaugrana.
Además, empezando mal las jugadas, acabas por tener que ir al límite para corregir lo orientado erróneamente.
Si pensamos en el resultado, lo realmente trascendente (digo esto para no caer en las redes de los que opinan que a nosotros no nos interesa ganar), mantener ocho puntos de ventaja sobre el rival relaja e invita al moderado optimismo.
Por parte blanca, la supuesta gran imagen dada también excita a los que andan ilusionados con un año lleno de alegría.
Si proyectamos nuestras reflexiones sobre la consecución de una importante sucesión de victorias, el disponer de jugadores de este nivel también augura éxito. No creo que a medio plazo estos equipos se dejen demasiados puntos.
Si atendemos a las formas, el observar que Benzema aún no es fijo, que se prefiere a Essien, ninguneando de este modo a Modric, o que toda concepción se basa en lo que ocurre a raíz de la recuperación del balón, no ilusiona en exceso.
En la otra orilla, queda la esperanza de que se vuelvan a juntar en determinados espacios los que contienen la sapiencia necesaria para ordenar los procesos que mayores productos han dado al barcelonismo.
De cualquier manera, todas estas deducciones están condicionadas por lo que uno siente; y lo que uno aprecia puede estar distante de la realidad.
Tal es así, que hoy todo el mundo habla de partidazo, de oda al fútbol.
* Óscar Cano es entrenador de fútbol y autor de los libros “El Modelo de juego del FC Barcelona” y “El juego de posición del FC Barcelona” (MC Sports Ediciones).
– Fotos: Helios de la Rubia (Real Madrid) – Miguel Ruiz (FC Barcelona) – EFE
©2024 Blog fútbol. Blog deporte | Análisis deportivo. Análisis fútbol
Aviso legal