"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Mis primeros recuerdos de la Fórmula 1 los ubico en el comedor de casa de mis abuelos, allí donde hace ya muchos años solíamos reunirnos toda la familia entre gritos, novedades y anécdotas que contar. Siempre en domingo y siempre demorando el inicio de la liturgia para poder ver la salida de aquellos coches ruidosos y de colores dispares. Mi tío, ferrarista convencido como si hubiera nacido en Módena; mi padre, seguidor de las flechas plateadas, entonces bajo una misma escudería que juntaba al constructor McLaren y al motor Mercedes. Sus disputas verbales se mezclaban entre el ruido generado por las conversaciones de los demás, a quienes muy poco les importaba si Schumacher, el piloto más mediático de la parrilla por aquel entonces, ganaba o dejaba de ganar. Fue durante estas comidas cuando empecé a quedarme cautivado por este espectáculo. Poco a poco dejé de prestar atención al sector de familiares que hablaba de temas familiares y me volqué con absoluta devoción a escuchar los comentarios de mi padre y mi tío.
Así es cómo conocí a un piloto finlandés que se llamaba Mika Häkkinen. Su apariencia calmada y su sonrisa tímida escondían a un piloto formidable que ganó dos mundiales y a poner en duda el supuesto reinado de Michael Schumacher (ganador en 1994 y 1995). Por culpa de mi padre y por querer diferenciarme de los demás –Ferrari siempre ha sido la escudería con más capacidad de atracción–, me convertí en un fan absoluto de McLaren-Mercedes. Vi cómo Häkkinen se adjudicaba dos mundiales consecutivos (1998 y 1999), los dos resueltos en la última carrera, el Gran Premio de Japón. Muchos nos levantamos a las seis de la madrugada para ver aquellos desenlaces que se acabaría adjudicando el genio del pelo dorado. En el año 2000 quedó segundo por detrás del Káiser, Michael Schumacher, que iniciaba así un lustro de oro en el que nadie se atrevió a toserle en la cara. Finalmente, en 2001, y después de cosechar un poco estimulante quinto puesto, Häkkinen dejó paso a las nuevas generaciones. Con su marcha se iba el mejor relevo que había tenido Keke Rosberg; un piloto sensacional que había devuelto McLaren a la gloria, un aristócrata de la pista que siempre levantó simpatías y que incluso consiguió humanizar una profesión de garra y testosterona al acabar llorando en un bosque de Monza. Algunos le recordarán por eso, otros por conseguir uno de los adelantamientos más increíbles que se han visto nunca en la Fórmula 1. Lo hizo en la recta de Kemmel, en el circuito de Spa. Michael Schumacher y Ricardo Zonta fueron espectadores de lujo de aquella maniobra.
El camino de Mika Pauli Häkkinen (Vantaa, 1968) para llegar a la Fórmula 1 empezó como el de muchos otros pilotos, recorriendo domingo tras domingo las pistas de karting de su país, la fría Finlandia. Después de llenar su garaje de trofeos regionales y nacionales, Häkkinen debutó en la Fórmula Opel Euroseries, donde obtuvo la victoria en 1988. Aquel logro le dio la oportunidad de dar el salto al automovilismo de velocidad y competir en uno de los grandes viveros de la Formula 1, la British Formula 3. Esta competición había coronado antes a grandes leyendas del volante como Ayrton Senna (1983), Emerson Fittipaldi (1969) o el escocés Jackie Stewart (1964). Mika fichó por el West Surrey Engineering y no defraudó a Dick Bennetts, patrón de la escudería y su gran valedor. En 1990, con tan solo 22 años, Häkkinen se proclamó campeón de la Fórmula 3 británica con una superioridad apabullante y solamente otro prometedor piloto finlandés, Mika Salo, pudo seguirle mínimamente la estela.
Este resultado no pasó inadvertido en el mundo de la Fórmula 1, que se fijó en aquel joven piloto que había conseguido ganar once carreras (el campeonato constaba de diecisiete) de la British Formula 3. El equipo Lotus, dirigido entonces por el expiloto de Fórmula 1 Peter Collins, le echó el ojo y lo fichó. En la parrilla, pilotos ilustres como Nigel Mansell (Williams), Riccardo Patrese (Williams) o Alain Prost (Ferrari). Häkkinen compartiría equipo con Julian Bailey, que fue despedido a las cuatro carreras y sustituido por otro ingles, Johnny Herbert. En aquel campeonato de 1991, el que sería el tercer y último ganado por Ayrton Senna (McLaren), Häkkinen ofreció muy buenas actuaciones y en la tercera carrera del año obtuvo su mejor resultado, un quinto puesto (2 puntos), algo increíble para un equipo que se limitaba a observar la zona de puntos con los prismáticos.
Al año siguiente, en 1992, el equipo puso un motor Ford HB V8 en el Lotus 107s, algo que reforzó un poco la competitividad del coche. Aunque la evolución del monoplaza no era la esperada al inicio de temporada (incluso llegó a no clasificarse para el gran premio de San Marino), Häkkinen empezó a puntuar con regularidad e incluso rozó el podio en dos grandes premios, hecho que le valió finalizar octavo en el campeonato y captar la atención de más de una escudería.
Cuando Nigel Mansell, vigente campeón del mundo, decidió no continuar en la escudería Williams, Häkkinen sonó con fuerza para hacer pareja con Alain Prost, que volvía de un año sabático, pero finalmente Frank Williams optó por dar el segundo volante a otro inglés que subía como la espuma, Damon Hill. Ron Dennis, ya entonces director deportivo de McLaren, se fijó en aquel tímido finlandés que había conseguido exprimir al Lotus y que sobresalía por su fiabilidad en la pista. El patrón inglés se lo llevó a Woking como piloto de pruebas, ya que los dos coches titulares estaban adjudicados al triple campeón del mundo, Ayrton Senna, y al estadounidense Michael Andretti, procedente de la Champ Car World Series (CART), un campeonato de automovilismo de velocidad que gozaba de gran atracción en los Estados Unidos. Pero el paso de Andretti por la Fórmula 1 fue bastante fugaz y trece grandes premios después fue despedido, un hecho que según el propio Andretti se debió a un plan de Ron Dennis y Bernie Ecclestone para desprestigiar a los pilotos de la CART. Fuera o no verdad, el gran beneficiado fue Häkkinen, que corrió los últimos tres grandes premios como segundo piloto. El finlandés debutó en el gran premio de Portugal, en el que muy poco pudo ayudar a evitar que Alain Prost (Williams) se proclamara campeón del mundo por delante de su compañero de equipo Ayrton Senna. En el penúltimo circuito del campeonato, Suzuka (Japón), Häkkinen obtuvo lo que llevaba tres años persiguiendo: su primer podio. El destino quiso que lo hiciera por todo lo alto y aquel 24 de octubre de 1993, Häkkinen, con 25 años, descorchó el champán junto a dos leyendas que, por muy inimaginable que pareciera, subían al podio por última vez.
El campeonato del mundo de 1994 empezó huérfano. El Profesor, Alain Prost, decidió que ya tenía suficiente y se retiró. Alfombra roja para Ayrton Senna, su gran enemigo, quien ponía punto y final a seis años de idilio en McLaren y fichaba por Williams. Esa carambola permitió a Häkkinen hacerse dueño de la condición de primer piloto en McLaren. Brundle se convirtió en el escudero del finlandés y juntos llevaron el equipo inglés a un cuarto puesto en el mundial de constructores. Aquel año, McLaren firmó con Peugeot, que debutaba en la F1, pero los motores franceses no fueron muy fiables y Häkkinen solo pudo terminar diez de los dieciséis grandes premios. Aun así el finlandés logró meterse entre los Williams y los Bennetton en más de una carrera. Lo hizo en seis ocasiones, pero en ninguna de ellas obtuvo victoria.
El primer podio de la temporada llegó en la tercera carrera del campeonato, en Imola (San Marino), una fecha que se recordará por la muerte del que fue uno de los mejores pilotos de la F1, Ayrton Senna. La fatídica curva de Tamburello impidió que aquel prodigio brasileño pudiera luchar por su cuarto campeonato del mundo, algo que casi se había convertido en una obsesión para el corredor de Sao Paulo. Su compañero de equipo, Damon Hill, quiso dedicarle el campeonato del mundo, pero una acción al límite del reglamento (más bien ilegal) de Michael Schumacher en la última carrera del campeonato impidió al inglés recortar el punto de ventaja que tenía el alemán y que, a la postre, le supuso perder el mundial.
La relación McLaren-Peugeot no había sido la esperada, así que el patrón de Woking, Ron Dennis, decidió cambiar de motores y apostar por un idilio que sería el germen de una gran historia, pero como sucede en la mayoría de ellas, los inicios no fueron fáciles. Con motores Mercedes dentro del chasis, McLaren se convirtió en 1995 en un equipo apetecible, incluso para un triple campeón mundial como era Nigel Mansell. Pero aquel bigotudo británico solo duro dos carreras y decidió abandonar el equipo por la falta de competitividad en el monoplaza. Así, Häkkinen, de una vez por todas, se convertía indiscutiblemente en el piloto número uno del equipo, esta vez por delante de Mark Blundell. El balance del año fue de lo más negativo, ya que el coche presentó muchos problemas de fiabilidad que relegaron el equipo a la cuarta posición del mundial de constructores con tan solo 30 puntos sumados. Pero lo peor de la temporada estaba por llegar. En la última carrera, en Adelaida (Australia), durante una sesión de entrenamientos libres, Häkkinen perdió el control de su McLaren a causa de un reventón en un neumático e impactó brutalmente contra un muro. El MP4/10 se estrelló a tal velocidad contra la barrera de neumáticos que provocó que su cabeza impactara contra el volante, algo improbable con las medidas de seguridad actuales. Los cirujanos tuvieron que practicarle una traqueotomía y después de estar en coma inducido algunos días, Häkkinen pudo recuperarse. Años más tarde, Ron Dennis llegaría a asegurar que el peor momento de su carrera fue cuando tuvo que ir a un hospital de Adelaida después del accidente de Mika. “Se habría podido morir en uno de mis coches. Afortunadamente esto nunca sucedió”, afirmó.
Häkkinen volvió más fuerte que nunca a los circuitos y pudo empezar la temporada de 1996 desde el inicio. Aquel año, David Coulthard se unió a McLaren, y con el paso del tiempo juntos se convertirían en la pareja de pilotos más longeva de la historia, un honor que todavía hoy conservan. En la primera parte del campeonato, el MP4/10C, que era una evolución del coche del año anterior, no cumplió las expectativas. Aun así, en las últimas carreras el monoplaza consiguió estar entre los primeros y Mika cosechó cuatro podios, el último de ellos en Suzuka, donde el recién campeón mundial de aquel año, Damon Hill, le confesó algo a Häkkinen: “Tu serás el siguiente”.
Pero este vaticino se fue diluyendo a medida que la temporada de 1997 iba avanzando. Los McLaren, ese año cubiertos con una novedosa pintura plateada que con el paso de los años les acabaría dando su seña de identidad, no seguían el ritmo de los Williams y Ferrari, que se retaron en una última carrera para decidir el campeonato. Aquel día, en el circuito de Jerez, Schumacher volvió a hacer una de las suyas, pero sin obtener el mismo resultado que en 1994. El alemán chocó deliberadamente contra Jacques Villeneuve para que este no pudiera superarle, pero esta vez Schumacher se quedó atrapado en la grava. El Káiser pisaba el pedal del gas, pero las ruedas no respondían. Ya no tenían contacto con el suelo. Mientras, de fondo, Villeneuve se iba lanzado camino de su primer y único campeonato del mundo. El canadiense solo debía puntuar, así que aflojó el ritmo y esto lo aprovechó Häkkinen para ganar su primera carrera en la Fórmula 1 noventa y cinco grandes premios después. Quizás fue un presagio de lo que venía, o simplemente una casualidad, pero en todo caso el finlandés lo cogió gusto al asunto. “Ganar una carrera es como hacer el amor: lo haces una vez y luego quieres hacerlo siempre”, llegó a apuntar años más tarde.
La FIA organizó una serie de cambios en el reglamento para la siguiente temporada y, sabedores de ello, en McLaren ficharon al hombre ideal para saberlos interpretar. Era Adrian Newey, padre de los Williams que habían hecho campeón a Mansell y Prost. Este ingeniero aeronáutico nacido en el shakesperiano pueblo de Stratford-upon-Avon tenía la reputación de ser el mejor diseñador aerodinámico del circuito, una vitola que todavía hoy conserva y que está sabiendo aprovechar a la perfección Sebastian Vettel. Él parió el MP4/13, un coche ganador. Por fin los británicos podían ver cómo su escudería de las islas volvía a los primeros puestos. Häkkinen y Coulthard empezaron el mundial dominando al puro estilo Margaret Thatcher, incontestables y con mano de hierro. Dos dobletes en las dos primeras carreras (Australia y Brasil) hacían indicar que aquel año sí, McLaren había vuelto. Pero Ferrari también daba signos de recuperación. Muy lejos quedaba ya el título mundial de Jody Scheckter de 1979 y en Maranello soñaban con Schumacher rompiendo esta larga sequía impropia del cavallino rampante. Los deseos de los tifosi se hicieron realidad y el piloto alemán encadenó tres victorias consecutivas (Canadá, Francia y Inglaterra) en el ecuador del campeonato que le situaban a tan solo dos puntos de Häkkinen. Cada gran premio era un pulso por el liderato, y toda pugna debe tener un momento polémico. Este se vivió en el circuito de Spa-Francorchamps, Bélgica, allí dónde los pilotos dicen disfrutar sobre el monoplaza como en ningún otro trazado. Häkkinen llegaba con siete puntos de ventaja, pero en la salida colisionó y quedó fuera de combate. Era la gran ocasión de Schumacher para ponerse al frente del mundial. Rodaba primero y llovía, llovía mucho, como a él le gustaba. Entonces dio alcance a Coulthard, que iba con vuelta perdida. La maniobra parecía fácil: uno debía apartarse y el otro pasar, pero no. Unos dicen que Schumacher embistió a Coulthard por detrás, otros, que el escocés frenó deliberadamente para evitar la victoria de Schumi. El coche del alemán se quedó con tres ruedas sobre la pista. Los diez puntos se le escapaban y Häkkinen suspiraba aliviado delante del televisor. Schumacher, nada más bajar del coche se quitó el casco y fue directo al box de McLaren en busca de explicaciones. Su mirada perdida y su expresión furiosa quedarán para la posteridad, aunque finalmente los mecánicos impidieron que saltaran puñetazos delante de miles de espectadores. Los comisarios estimaron que el choque fue debido a un incidente de carrera y la diferencia se mantuvo en siete puntos, pero aquel mundial no estaba ni mucho menos decidido.
La siguiente parada era dos semanas después, en la casa de Ferrari, Monza. Era la última oportunidad de Michael Schumacher para reengancharse al sueño de volver a ser el número uno, y el de Kerpen no falló. Aquel día los tifosi vibraron cóomo si Rossi acabara de marcar ante Alemania Federal en la final del mundial. Schumacher e Irvine hicieron doblete y Häkkinen vio fulminada su ventaja. El campeonato quedaba empatado y ya solo quedaban dos cartas por girar: Luxemburgo y Japón. En Nürburgring, la carrera fue muy disputada, con los Ferrari saliendo en la pole y mostrando el mejor ritmo durante todo el fin de semana. Pero Mika sabía que aquel no era el mejor día para fallar y su coche respondió. El bólido británico, con un consumo ligeramente menor al de Ferrari, pudo seguir en todo momento el ritmo de Michael Schumacher y adelantarlo en el segundo repostaje. El alemán no se dio por vencido y se lanzó con el cuchillo entre los dientes a por Häkkinen, pero un susto que casi le cuesta el abandono le hizo levantar el pie del gas y conformarse con intentar recuperar la nueva diferencia de puntos, cuatro, en la última y definitiva carrera, Japón.
Häkkinen debería conseguir el cetro mundial allí donde cinco años antes había subido a un podio por primera vez en su carrera. El destino le brindaba un guiño, algo que debió afectar a Schumacher desde el minuto uno de carrera. Al alemán solo le valía quedar primero, o segundo dependiendo de en qué lugar terminara Häkkinen. El de Ferrari consiguió la pole, pero no le sirvió de nada al tener que partir último de la formación de salida por haber calado el motor momentos antes del inicio de la prueba. Aun así Schumacher empezó a acercarse paulatinamente desde la vigésimo primera plaza, pero aquel era el día de Häkkinen y la suerte estaba de su lado. Tranquilo en el primer puesto, vio como el Káiser sufría un pinchazo en una rueda trasera que le impedía mantener su soñada remontada; el mundial estaba finiquitado. Ron Dennis tomó la palabra a través de la radio del equipo y le comunicó a Häkkinen que levantara el pie del acelerador y disfrutara, era campeón del mundo. Mika Pauli Häkkinen pudo respirar tranquilo por primera vez en muchos meses. Su carácter nervioso podía tomarse un descanso y saborear el momento. Antes de cruzar la línea de meta, el nuevo campeón no pudo evitar derramar alguna lágrima, solo un par, no quería que le vieran llorando. Pensó en Dick Benetts, quien lo trajo a la British Formula 3, en su patrón en Lotus, Peter Collins, en los que ya no estaban, como Ayrton, y, cómo no, en Erja, su inseparable mujer, quien no le soltó la mano cuando estuvo en coma por culpa del accidente sufrido en Adelaida. Aquel chico tímido y de carácter afable que había llegado a la Fórmula 1 siete años antes conseguía por fin llegar a lo más alto. Son los años que tuvo que esperar McLaren para volver a ganar y encontrar un digno sucesor a Ayrton Senna.
En 1999, Häkkinen partió cómo favorito para poder repetir título, aunque los Ferrari se mantenían al acecho con un buen motor que les permitiría luchar por el cetro mundial. McLaren aún seguía siendo el coche más veloz, por eso Häkkinen salió aquel año once veces des de la pole position. Schumacher, como era de prever, empezó a dar guerra y su monoplaza se adaptaba mejor en el algunos circuitos, hecho por el que ganó dos grandes premios en las primeras siete carreras. Pero en la octava todo se torció para el de Kerpen, que sufrió una fractura en la pierna tras chocar contra uno de los muros de Silverstone. El camino de Häkkinen hacia el segundo título parecía despejado y tranquilo, pero alguien lo convirtió en un falso llano que obligó al finlandés a tener que sufrir como nunca. Ese alguien era el compañero de equipo de Schumacher, Eddie Irvine, que dejó su rol de secundario para dar emoción al mundial. Ganó los dos grandes premios que siguieron al de Silverstone y puso nervioso a Häkkinen, demasiado emocional en los momentos más tensos. La mala fortuna y los fallos mecánicos del McLaren contribuyeron a minar la seguridad del finlandés, que estalló por los aires en Monza. Aquel día, el nórdico tenía la posibilidad de sacarle un buen puñado de puntos a Irvine y dejar el mundial casi sentenciado, pero en la mítica chicane del circuito italiano se equivocó al cambiar de marcha y se salió del trazado para acabar calando el coche en la grava.
La carrera se le había terminado. Häkinen, rabioso e impotente, no quería volver al box, así que optó por refugiarse en el bosque que está pegado al circuito itialiano. Allí lloró desconsoladamente entre la aparente soledad que le daban los árboles. Pero en este mundo, y muchos menos en el de la F1, nadie se escapa de los focos, y un helicóptero sobrevoló la zona para retransmitir en directo una escena que dejó sin palabras a más de uno. Para consuelo de Häkkinen, Irvine solo pudo terminar sexto, con lo que el mundial quedaba empatado a 60 puntos y tres carreras por disputarse. Schumacher volvió en la penúltima, en Malasia, y ayudó a Irvine a conseguir un doblete que dejaba al norirlandés a tan solo un pequeño paso de destronar a Häkkinen. Pero la alegría ferrarista se vió interrumpida por una denuncia que la FIA comprobó como cierta. Los dos Ferrari tenían los deflectores un centímetro más ancho de lo permitido, por lo que sancionó provisionalmente a los dos corredores en una decisión muy polémica. Häkkinen, de esta forma, se convertía matemáticamente en campeón del mundo. Jean Todt, Bernie Ecclestone y toda la prensa italiana se movilizó para evitar la sanción, a lo que el Tribunal de Apelación de la FIA respondió con la anulación de la misma.
De repente, Häkkinen pasó de ser campeón del mundo a tener que presentarse en la última carrera con cuatro puntos de desventaja sobre Eddie Irvine, ahora claro favorito. El finlandés lo tenía claro: salir a por la victoria; con eso le bastaba para ser bicampeón del mundo. La carrera le salió perfecta desde el inicio, colocándose primero y superando a Schumacher, que saliendo desde la pole se podría decir que no ayudó demasiado a Irvine. Häkkinen tuvo uno de sus días inspirados, dominando de principio a fin y mostrando una sublime regularidad durante toda la carrera. El polémico caso de los deflectores quedó en una anécdota y Häkkinen repitió título. Así terminaba una semana durísima para el piloto finlandés, que reconoció que jugarse el todo por el todo en la última carrera es algo que te rompe los nervios. “Un experiencia que no deseo ni a mi peor enemigo. Espero no tener que pasar por algo igual”, dijo. Y así fue.
En la temporada siguiente, Ferrari inauguró su lustro de oro, con Schumacher ganando cinco títulos seguidos. Aunque Häkkinen quedó segundo ganando cuatro carreras y sumando once podios, McLaren tuvo que sucumbir frente al dominio abrumador de la escudería italiana. Después del campeonato del 2001, Häkkinen, falto de motivación, decidió tomarse un año sabático, alejarse de la atenta expectación de los aficionados, las escuderías y los eternos intereses económicos que regulan un circo de tales dimensiones. Pero lo cierto es que Häkkinen ya no volvió a subirse a un Fórmula 1. Dicen que en el circuito de Catalunya, años más tarde, llegó a pilotar otra vez a un McLaren, pero solo él sabe si lo hacía por pura diversión o por tantear una posible vuelta a los circuitos. Se retiró de la misma forma que ganaba, sin hacer ruido. Nunca un mal gesto, siempre con esa sonrisa tímida y un carácter aparentemente inalterable. En la pista, su carácter de hielo mutaba en una agresividad digna de un campeón, prudente, pero rápido, y siempre con clase. Su sustituto sería un tal Kimi Räikkönen, pero esa ya es otra historia.
* Josep Rexach.
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