«El obstáculo es el camino» es un libro de Ryan Holiday, un best seller de culto entre entrenadores y la élite de la NFL. Llegó a mis manos la misma noche en que Leo Messi volvió a tropezar con su obstáculo. La selección argentina de fútbol alcanzó últimamente cuatro finales y no pudo ganar ninguna. Esta no ha sido una ocasión más para la albiceleste: ganó con contundencia todos los partidos de la fase previa y se transformó en candidato indiscutido al título. Para más presión, Lionel Messi había sido protagonista exquisito en todos los encuentros, tirando del equipo y, una vez más, ilusionando con su magia. Su virtud, de tan cotidiana, nos hace olvidar que estamos frente a un prestidigitador excelso que elabora sus trucos con la maleta abierta. Lo estudian, lo asfixian, lo intentan romper, quebrar, detener por todos los medios y, sin embargo, está el planeta fútbol seguro y convencido de que, una vez más, Houdini saldrá del acuario en el minuto 91. Al jugador más desequilibrante del planeta ya no se le espera definitorio, se le exige garante de la victoria. Sin tomar consciencia de que lo que vemos quienes tenemos la fortuna de estar vivos en esta época es un fenómeno único e irrepetible, no solamente lo esperamos como quien espera el periódico en la puerta cada mañana, sino que nos cabreamos si la alquimia le falla.
Este nuevo suceso doloroso en la vida del mejor futbolista de la historia, nos puede servir para, como decía Marco Aurelio (citado en el libro de Holiday), transformar el obstáculo en algo positivo. Y ojalá quien lo lograse fuera el propio Messi.
Escribió Marco Aurelio: «Nuestras acciones pueden ser bloqueadas, pero no pueden bloquearse nuestras intenciones o disposiciones. Porque podemos acomodarnos y adaptarnos. La mente se adapta y convierte el obstáculo a nuestra actuación para su propio propósito. El impedimento para la acción avanza la acción. Lo que se interpone en el camino, se vuelve el camino.»
Desde el punto de vista popular, me permito disentir con el supuesto clamor de la calle: un país habituado a vivir en crisis permanente, cuyo fútbol se halla en un estado moral y organizativo tan traumático como para celebrar unas elecciones entre representantes de una federación de número impar con resultado empatado a igual número de votos, no necesita ganar para disfrutar: necesita aprender a crear las condiciones para que ganar sea algo lógico basado en el trabajo y el esfuerzo.
El aprovechamiento de una de las mejores canteras naturales de talento futbolístico de la humanidad es la verdadera asignatura pendiente de Argentina, no el alzar una copa a cualquier precio.
Di Stefano, Maradona, Messi, diamantes extraídos en Argentina y disfrutados en sitios remotos. Kun Agüero, Pastore, Di María, primeras armas de los mejores equipos en cualquier liga de cualquier país. Banega, Mascherano, Higuaín… La orquesta es tan apabullantemente sonora que podría darse el lujo de tocar sin director.
Argentina tiene las condiciones naturales para que tanto talento individual mane de sus potreros y siga fluyendo, y lo que necesita cambiar es la gestión de esa riqueza. Pero, si seguimos deseando la copa y nada más que la copa, vamos a seguir perdiéndonos de aprender del ejemplo de Messi. Tal vez incluso, y esto es lo más grave, se lo pierda el propio Messi.
Un Messi desconsolado ha dicho que lo deja, que hasta aquí han llegado sus arrojos con la selección. Que es inútil, que ya no puede. No se da cuenta de que este obstáculo, enorme y recurrente, podría ser usado de forma útil. Primero, si Messi lo deja, dejaremos de ver a Messi tocar con su varita mágica el fútbol de más alto nivel e interés mundial, que es el de selecciones. Si desea tanto ganar un Mundial no es porque tenga nada que demostrar a título personal, sino porque sabe que allí la exigencia es la máxima.
Comenzando de la mano de su abuela en Rosario, Messi ha hecho del obstáculo el camino durante toda su vida. Cada vez que se ha puesto en duda su futuro por razones hormonales, migratorias, contractuales, físicas, y hasta fiscales, ha seguido adelante y muchas veces sorprendido a los que lo daban por muerto. ¿Tiene acaso algo que ver el Messi errante y fundido de Brasil 2014 con el de USA 2016? ¿No han hecho progresos en el conjunto desde una fase en la que se pretendía que Messi resolviese un partido sin que nadie le devolviese un pase, a esta en la que, al menos desde el discurso, se le da la relevancia que se espera? ¿Ya se han olvidado las voces de los culés que hace dos años se planteaban si no habría llegado el momento de desprenderse de Messi porque ya no servía a sus intereses?
Hay anónimas personas que cada día se enfrentan a obstáculos en apariencia insuperables, se golpean, caen, rebotan, se lastiman y se levantan una y otra vez hasta superarlos y ponerle el cuerpo al siguiente: Lionel Messi lo ha hecho toda su vida y para nuestra fortuna nos ha hecho disfrutar como nunca el ser testigos de su epopeya. Ojalá él mismo se dé cuenta de que lo mejor que puede hacer por el fútbol argentino es seguir intentándolo. No ganar la maldita copa es un palo, duele y cuesta asimilarlo. Pero ni diez copas mundiales pueden tener un efecto más útil para el fútbol y la cultura de su país que el continuar con el esfuerzo. Habitualmente se le oye decir, a él y a otros destacados futbolistas argentinos, que «la gente se merece», «la gente necesita» ganar la copa. El triunfo como objetivo único es señal de que el grito mismo de la tribuna diluye el valor de lo que estos deportistas hacen. El obstáculo es el camino, ganar es un alto en el viaje, un destino deseado, pero no el final del recorrido. Messi intentándolo aún a riesgo de continuar sin ganar, es un ejemplo muchísimo más poderoso que verlo levantar copas como si esto fuese algo normal.
* Juan Pablo García.
– Foto: AFP
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