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Una vez conocida la decisión de Pep Guardiola referente a su contrato con el FC Bayern, paso a analizar un aspecto que a menudo hemos comentado con aficionados del club en Múnich: la mejora del rendimiento de sus jugadores.
A los entrenadores se les puede valorar por distintos parámetros: por los trofeos que consiguen; por el tipo de juego que proponen; y también por el legado que dejan cuando se van de un club. El legado se compone a su vez de diversos factores, uno de los cuales es la mejora y progreso de los jugadores de la plantilla. Y en este sentido, el legado de Guardiola ya es ampliamente positivo. Repasemos brevemente dicho ámbito, partiendo de dos premisas rotundas: los jugadores del Bayern ya eran de primer nivel mundial antes de que llegase Guardiola; y el mérito en la progresión de un futbolista debe atribuirse en primer lugar al propio jugador y a su esfuerzo.
Manuel Neuer es uno de los paradigmas de este legado que dejará Pep en Múnich. Era un portero sensacional, dotado de unas cualidades físico-técnicas prodigiosas: velocidad de reacción, posicionamiento, buen juego con el pie, atrevimiento… El trabajo que viene realizando Toni Tapalovic con él es magnífico y a Toni cabe responsabilizarle de una gran parte del progreso que ha logrado Neuer, por ejemplo reduciendo a niveles mínimos sus tradicionales momentos de desconcentración. Hoy, el portero del Bayern sufre muy pocos lapsus de concentración a lo largo de los noventa minutos, a pesar de estar largos ratos sin contacto con el balón. Guardiola ha estimulado sus cualidades, propiciando que juegue con el pie como un defensa más, que lo haga fuera del área como un líbero y que para el equipo no sea el portero sino prácticamente otro jugador de campo. Todo ello le ha hecho mejor portero.
Lahm y Alaba simbolizan la apuesta del entrenador por la polivalencia. Alguna vez he explicado que Pep no quiere tener dobladas las posiciones de la plantilla, sino que cada jugador -salvo los muy especialistas- pueda ocupar dos o tres distintos roles sobre el campo. Lahm pasó de ser el mejor lateral derecho a un mediocentro de primer nivel. El entrenador supo percibir en el capitán una comprensión insólita del juego, propia de jugadores como Xavi, Iniesta o Pirlo, y le ha alineado en todas las posiciones del equipo excepto la de portero y la de extremo izquierdo. Alaba ya era una máquina en la banda izquierda y ha conquistado nuevos territorios: ha aprendido a jugar como defensa central y como centrocampista interior. Junto a ellos, Rafinha ha pasado de ser un suplente muy suplente a una pieza crucial: no posee una calidad técnica como la de sus compañeros, pero lo sustituye por una comprensión del juego que recuerda a la de Lahm.
Boateng era un central autodidacta que hoy borda las actuaciones como defensa. Dado que el mundo del fútbol está permanentemente rodeado de burlas, a Boateng se le recuerda por un genial dribling de Messi que le envió al suelo, pero en el día a día es un defensa magnífico, capaz de jugar en el círculo central del campo, comprender las necesidades que tiene su equipo en cada instante y pasar el balón en corto o en largo como el más preciso de los centrocampistas.
Hay jugadores, sin embargo, que todavía tienen pendiente demostrar una progresión similar. Badstuber es uno de ellos, aunque resulta imposible valorar a alguien que ha estado más tiempo en la enfermería que en el campo, al igual que sucede con Benatia o esta temporada con Bernat. Por su parte, Xabi Alonso ha incorporado a su amplio catálogo el aprendizaje de un modelo, el Juego de Posición, que no había practicado nunca. Y Mario Götze es, sin la menor duda, el jugador al que Pep no ha conseguido -¿todavía?- hacer progresar y mejorar. Es la asignatura pendiente.
Javi Martínez, Thiago y Ribéry han sufrido lesiones tan largas y duras que aún no puede valorarse en ellos la intervención de Pep. Los tres han incorporado nuevos conceptos: Javi, la defensa zonal; Thiago, una mayor tranquilidad y pausa en su juego; Ribéry, los movimientos por zonas interiores. Pero solo han podido mostrar una parte de este nuevo conocimiento. En este grupo podríamos sumar a Arjen Robben. Fue el mejor jugador de la plantilla en la primera temporada de Guardiola, sin discusión, beneficiado por un estado físico pletórico que duró hasta marzo de 2015, cuando la dura entrada de un rival le lesionó y desde entonces se está a la espera de que retorne al gran nivel que alcanzó, tanto como extremo como en la posición de interior.
Kimmich, Douglas Costa y Coman son el caso opuesto a los anteriores: en los seis meses que llevan en Múnich han dado un salto cualitativo muy importante en su manera de jugar. Todavía tienen muchos detalles por mejorar, pero se nota en los tres la mano del entrenador.
Otros jugadores han tardado más tiempo que estos tres jóvenes. Lewandowski, por ejemplo, ha precisado un año completo para entender el modelo de juego propiciado por el entrenador. Pero cuando lo ha comprendido ha alcanzado un nuevo estrato superior, que le sitúa en la cabeza de los mejores delanteros del momento. Y de Thomas Müller podemos decir que simboliza el trabajo de Guardiola en Múnich. Ambos han tardado dos temporadas en comprenderse y adaptarse, pero han logrado una simbiosis fuera de lo común. Müller ya era un atacante prodigioso, el “Raumdeuter”, pero hoy en día es un futbolista aún más completo. Ha alcanzado una comprensión del juego que no podía imaginarse en él, que se distinguía por otras virtudes. Mi impresión es que cuando terminen los tres años de Guardiola en el Bayern, y contra todo pronóstico, Thomas Müller y él podrán decir que ambos se mejoraron mutuamente. Y se mejoraron mucho, lo que será todo un símbolo del trabajo realizado.
El balance de Pep Guardiola se hará el próximo mes de junio, pero ya hoy sabemos que su labor en la mejora y progresión de los jugadores dejará un buen legado al Bayern.
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